domingo, 7 de agosto de 2011

HOMILÍA 19º DOMINGO DURANTE EL AÑO, CICLO A, 7 DE AGOSTO DE 2011


HOMILÍA 19º DOMINGO DURANTE EL AÑO, CICLO A, 7 DE AGOSTO DE 2011

“Viento a favor” o “viento en contra”, son expresiones que usamos habitualmente, para hablar de nuestra experiencia humana de cómo la vida se nos hace más fácil o difícil, por fuerzas externas a nosotros mismos.
Podríamos preguntarnos entonces: ¿qué hace que algo sea fácil o difícil en nuestra vida? ¿en que medida las fuerzas externas son superiores o inferiores a las fuerzas internas? ¿cómo potenciar la situación favorable o invertir la situación la situación desfavorable? Es una invitación a mirar con atención nuestras vidas y hacer un reconocimiento de nuestro terreno. Para poder partir de allí hacia una nueva experiencia, que ponga las cosas en su lugar y verdadera medida.
Ahora, la clave entre las fuerzas externas y las internas, pareciera estar en la Presencia única e irrefutable de Dios en medio de nosotros. Y del reconocimiento que la respuesta a esa Presencia, es la fuerza plena que pone todo en su lugar.
Pero este, no es un reconocimiento racional, mental, formal de la Presencia activa de Dios. Sino un reconocimiento real, de que esa Presencia está fuera de nosotros, o sea, fuera de nuestro control y que actúa benignamente con nosotros.
La vida, el recorrido de la vida, está llena de adversidades, de tormentas con viento en contra. Ahora, pensemos, ¿son esas las verdaderas adversidades o tormentas? ¿No son más bien las adversidades y tormentas internas las que inclinan la balanza? Muchas veces queremos, pero experimentamos que interiormente no podemos, algo nos frena, nos paraliza, nos detiene, nos distrae. Y entonces las convicciones interiores, esa fuerza de la fe, se deteriora o se desvanece de repente.
La experiencia de la Presencia viva de Dios conduciendo nuestra frágil barca, es fundamental para que se desaten las fuerzas interiores de la fe y podamos ir a Él, no por la fuerza del poder de la voluntad sino, por la irresistible fuerza de Su atracción. A esa experiencia se nos invita constantemente y de ella depende que la “lo que no nos mata nos fortalezca”. Porque también se puede avanzar con viento en contra, porque nuestras convicciones interiores se vuelven más sólidas y nuestra relación con las fuerzas exteriores adversas se vuelven más reales y pierden poder sobre nosotros.
Cuando nos mueven convicciones propias, que no provienen de la interacción con el Dios Vivo y Verdadero, esa convicciones pueden desaparecer ante la menor adversidad y nuestra vida espiritual y la vida misma, se vuelven discontinuas, constantes vueltas a comenzar, eternos retornos al mismo punto de partida. Pero, cuando nuestra mirada puesta sobre el Señor para vernos como Él nos ve y lo que él ve de nosotros, se vuelve sólida y constante, nuestra vida espiritual deja de asentarse sobre lo fácil y lo meramente favorable, y se va consolidando en un más allá de todo lo que suceda en el exterior pues, se tiene puesta la mirada y las convicciones en la Presencia de un Dios que hace buena todas las cosas.
Así, el grito de Pedro: “Señor, sálvame” es un grito desesperado y a la vez esperanzado, una verdadera claudicación de nuestra voluntad de poder, de lo que emprendemos solos y por nosotros mismos, para decidirse a ir por una vida en común con el Señor y partir cada día de la intimidad orante con Él, para no ya imaginarnos solos la vida, sino hacerla con Él.

P. Sergio Pablo Beliera