domingo, 7 de febrero de 2010

HOMILIA 5° DOMINGO DURANTE EL AÑO, CICLO C, 7 DE FEBRERO DE 2010

Si hay algo que experimentamos mujeres y varones de todos los tiempos es la posibilidad de frustración o impotencia de nuestros saberes y capacidades. ¿Cómo se enfrenta una frustración? ¿Qué se hace frente a un fracaso y la impotencia? ¿Desde donde se remonta una desilusión?
La negación no es el camino. Digamos que es la primera salida rápida que muchas veces se nos ocurre. Negación que toma la forma de: depresión y ansiedad, como extremos de una misma huida. La depresión que se expresa en la tristeza, en el continuo no puedo, no se… en el bajón, la apatía, el desgano… Ansiedad que se manifiesta en activismo, inquietud constante, agitación, en empezar de todo para no terminar nada…
Sea como sea todo se resume a que nosotros somos el mayor obstáculo para nosotros mismos a la hora de tener que revertir la adversidad. Cuando las experiencias frustrantes vienen sobre nosotros –y lo hacen muchas veces sin que nosotros lo queramos y podamos impedirlo- debemos poner nuestra mirada no en ellas sino en Dios mismo, necesito a Dios, necesito su punto de vista, necesito sacar la mirada de mi mismo y ponerla en Él. Pero, quien experimentó a Dios, solo puede hacerse y rehacerse desde Dios. Ninguna experiencia puede ser superior a Dios mismo y mi memoria de Dios es el comienzo de la salida.
Quien tenga fe debe ser consciente que su experiencia de Dios comienza siempre desde la experiencia de la grandeza de Dios, de su Santidad, de su Originalidad, de su Bondad, de su Unidad, de su Verdad, de su Sabiduría… «¡Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos! Toda la tierra está llena de su gloria.» escucha Isaías… Quien conserva en su corazón esta experiencia de manera permanente, podrá recurrir a ella para no dejar de experimentarla de distintas formas en distintas situaciones. Dios se vuelve tan cercano, tan próximo, tan claro, tan accesible llenando todo con su presencia, que muchas veces se nos desdibuja que esa cercanía y claridad no pueden recibir de nosotros como respuesta el acostumbramiento, la rutina o el automatismo. Quien no se asombra de Dios no puede encontrar nada.
“Los fundamentos de los umbrales temblaron al clamor de su voz…” Hoy Jesús, nos enseña claramente con su accionar como Dios prepara para dialogar con el hombre, un ambiente adecuado, un escenario posible, para que su Palabra resuene y llegue a nosotros por entero a toda nuestra persona. Dios pone los medios y nos invita a nosotros a poner también los medios, pero con el único fin que podamos escuchar su Palabra, solo quien escucha La Palabra puede escucharse a sí mismo y dialogar de manera íntegra. “…la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios…” No hay experiencia de Dios, ni de nosotros mismos sin experiencia de La Palabra de Dios. “… y él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca.” Debemos aceptarlo consciente y concienzudamente que no podemos vivir experiencias de Dios y de nosotros mismos improvisadamente y sin Dios mismo como primer protagonista. Sin su Palabra que habla por sí misma y me habla a mí mimo. Debemos partir siempre de la Escucha de Dios mismo, prestarle atención a Él, para poder tener una verdadera escucha de mi mismo y de los demás.
Ahora si, nuestra frustración e impotencia tienen un marco, un contexto y Dios nos hace volver sobre ellas para darle una nueva mirada, Su mirada… Con Isaías podemos decir: “¡Ay de mí, estoy perdido! Porque soy un hombre de labios impuros, y habito en medio de un pueblo de labios impuros; ¡y mis ojos han visto al Rey, el Señor de los ejércitos!”, y con Pedro: “Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador. El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido”. Nuestra impureza y pecado queda expuesta pero frente a la pureza y la abundancia de Dios. Ya no nos auto diagnosticamos según nuestro parámetros, sino frente al accionar de Dios. Entonces si mi debilidad humana tiene una salida, una oportunidad. Y con san Pablo decir: “…por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no fue estéril en mí…” Ahora nuestra experiencia de Dios parte de Dios mismo y termina en Dios mismo y desde ahí Jesús puede hacer grandes cosas con nosotros si lo dejamos hacer en nosotros. Hay que adentrarse en Dios con Dios mismo. Concentrarnos en su presencia. El nos purifica con la braza de su Palabra y su Eucaristía para que Él mismo sea nuestra fortaleza, nuestra posibilidad, nuestro verdadero recurso.
Hay dos fuentes de gran impotencia y frustración que hoy duelen particularmente: 1.- le pedimos al trabajo y nuestros esfuerzos (hasta el deporte mismo) que nos den la satisfacción plena. Pero el trabajo y cualquier esfuerzo humano cansan y son hoy fuente de gran tensión, y eso es inevitable. 2.- Y por otro lado las relaciones afectivas, las relaciones con las personas, que nos sostengan y satisfagan indefinidamente. Y sabemos por la experiencia que las mismas relaciones humanas también cansan, y a veces queremos tirar la toalla. Ninguna de ellas por sí misma o combinadas puede darnos plena satisfacción. Por eso no hay que sobrexponerse a que si o si nos den lo que nos imaginamos que pueden darnos, mientras nos estresamos.
Sin embrago Jesús nos dice hoy: “Yo te haré desde ahora pescador de hombres”. Y Dios le dice a Isaías: “¿A quién enviaré?”. Esto es, estamos invitados e interpelados por Dios a ir a nuestra verdadera actividad, ir a los hombres desde donde Dios los encuentra, desde donde Dios ve a los hombres. Desde los intereses de Dios sobre el hombre. Desde ahí si nos podemos sobreponer siempre, porque contamos con su mandato y por lo tanto con su actuar siempre vigente.
Hoy todos estamos llamados a hacernos cargo del llamado de Dios: “¿A quién enviaré?”. La llamada a nuestra vocación universal de ser hermano de todos los hombres, de ir a buscar a los hombres que necesitan a Dios. No es tarea de algunos, es un llamado a todos y cada uno, no importa quien soy, ni como soy, ni cuanto tengo o cuanto me falta… Sólo importa la invitación de Dios “¿A quién enviaré?”. ¿Que le voy a contestar a Dios? Mi oportunidad como la de cada uno de nosotros es decir sin peros: “Aquí estoy, envíame… en tu nombre echaré las redes”.

P. Sergio Pablo Beliera