domingo, 6 de mayo de 2012

HOMILÍA 5º DOMINGO DE PASCUA, CICLO B, 6 DE MAYO DE 2012


HOMILÍA 5º DOMINGO DE PASCUA, CICLO B, 6 DE MAYO DE 2012

Podríamos partir desde la afirmación: en la medida que la relación interpersonal se va haciendo más plena, la otra persona se va internalizando en nosotros a tal punto que vive en nosotros y nosotros en ella. Es la experiencia de amor más poderosa que podamos conocer mientras transcurrimos en esta vida y que se parece a lo que no perecerá jamás.
Poco a poco el Jesús Resucitado se va haciendo resurrección en nosotros. Y ya no hablamos del Resucitado sin hablar de nosotros mismos y no podemos hablar de nosotros mismos sin el Resucitado.
Esto es posible gracia a la apertura mutua entre las personas. La apertura es un reconocimiento de la identidad del otro, de su vocación y misión en nuestra vida común. Jesús hoy manifiesta esa identidad -que el reconoce en sí mismo, en el Padre y en nosotros- al decir: Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Él corta todos mis sarmientos…”. El viñador planta la vid para que sus sarmientos den fruto. Hay una mutua apertura y un sentido mutuo que nos entrelaza a los tres.
Esa apertura nos lleva a la mutua recepción. Ser receptivo de lo que se es nos centra en nuestra vocación y misión, asumiéndolas como un todo que nos enriquece. Recibo todo del viñador, recibo todo de la vid, recibo todo del sarmiento. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí…” Al recibirlo y ser recibido nace una mutua receptividad que nos entrelaza. De nos recibir la totalidad del otro nada sería posible.
Gracias a la mutua convivencia que hace que el intercambio produzca un intercambio interno que es generador de vitalidad. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes.” La mutua convivencia nos va haciendo más unos a los otros y vamos amoldándonos más y más al ser y hacer del otro.
Gracias a la experiencia de despojo que nos hace experimentar que la vida mutua que corre entre nosotros puede fortalecerse y desarrollarse una y otra vez, no gracias a lo logrado sino gracias a la vitalidad del intercambio mutuo. Uno poda y el otro es podado, mientras la vid permanece inalterable. Como dice Jesús: “…al que da fruto, lo poda para que dé más todavía…Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié”.
Gracias al crecimiento mutuo unos y otros despliegan su vocación y misión y generando más y mejor vida no solo para sí sino para los otros. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer…” El fruto depende si o si del crecimiento. Es el desarrollo de todo lo que cada uno tiene para poner al servicio del despliegue de lo que la unidad nos da como fortaleza.
Gracias a la permanencia sin alternancia. Ese el fruto del fruto, permanecer en un crecimiento que nos vuelve únicos y unidos. La permanencia solo puede darse si no hay alteración de la identidad y de la misión arraigada en cada uno. Si la Vid permanece como vid, si el Viñador permanece como viñador y si el sarmiento permanece como tal. De romperse esta permanencia la vida mutua se alterará hasta romper el lazo establecido, es la dolorosa experiencia de la Vid y el Viñador cuando deben reconocer: “el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde”. Pero la promesa está llamada a ser más fuerte y generar permanentemente la pertenencia: La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.” Esa gloria está inserta en la vida del Resucitado en nosotros.
Es en la oración constante donde esa vida mutua nace. Así las palabras de Jesús: “Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán.” Una oración que se centra en que las palabras vivas de Jesús Resucitado vivan vigentes en nosotros. Oración de escucha, de memoria viva y de petición suplicante cual mendigo de amor.
Es en la vida fraterna donde esa permanencia se corrobora no como una ilusión sino como una experiencia vital: “La Iglesia… Se iba consolidando, vivía en el temor del Señor y crecía en número, asistida por el Espíritu Santo.” Y, “… podemos acercarnos a Dios con plena confianza, y él nos concederá todo cuanto le pidamos, porque cumplimos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Su mandamiento es éste: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos los unos a los otros como él nos ordenó.”


P. Sergio Pablo Beliera