domingo, 19 de octubre de 2014

Homilía 29° Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo A, 19 de octubre de 2014

Puede ser que algunos creyentes cristianos piensen que sólo algunos acontecimientos están en las manos de Dios, sobre todo los de los creyentes, y que el resto escapan a la voluntad y acción de Dios.
Hay que decirlo desde el principio y sin ninguna explicación previa: todos los acontecimientos por sobre la humanidad, en la humanidad, y por debajo de la humanidad, están bajo la iniciativa y acción de Dios.
Por decirlo de otra manera, aún los que no tienen Dios, aún aquellos que están contra Dios, aún aquellos que son su dios o tienen dioses, todos ellos también están bajo la luz y el movimiento de Dios.
Ustedes dirán, pero y la fe, ¿no es el principio necesario para una relación con Dios? Sí, claro. Pero con fe o sin fe, Dios es Dios y como tal no se ausenta a nada de lo que existe, le guste o no le guste, su voluntad es estar en su Creación de principio a fin. Y más aún cuando los acontecimientos se descarrían de lugar.
Los gobernantes de ayer y de hoy podrán tener sus propias motivaciones, pero nada de lo que hacen escapa a la voluntad de Dios que conduce la historia, si a sí no fuera las cosas se los aseguro serían mucho peores.
Y hoy, más que nunca, a mayor poder, mayor poder de la ciencia sobre el poder, porque el mundo se ha vuelto tecnológico, científico y sin esa ciencia no hay poder del “premiun” que pueda sostenerse.
La ciencia también está bajo la iniciativa de Dios, aún cuando se cometan los más aberrantes experimentos e irresponsabilidades, Dios conduce y es Señor de su Creación y nos permite “jugar a ser creadores”, pero nada podrá sustraerse a su mandato de producir y dominar la creación para bien de la creación misma.
Por eso rezar por los que tienen poder, no es una actividad piadosa sino una responsabilidad de gran altura que no podemos abandonar. Es nuestro modo de mantenernos en sintonía con el Señor de la Creación y de la Historia y colaborar con Él para que su benéfica influencia traspase los corazones. Así se explica la clara afirmación del profeta Isaías de hoy: Así habla el Señor a su ungido, a Ciro, a quien tomé de la mano derecha… Por amor a Jacob, mi servidor, y a Israel, mi elegido, yo te llamé por tu nombre, te di un título insigne, sin que tú me conocieras… Yo te hice empuñar las armas, sin que tú me conocieras, para que se conozca, desde el Oriente y el Occidente, que no hay nada fuera de mí. Yo soy el Señor, y no hay otro.”
Los cristianos no somos meros pacifistas o ecologistas, sino que hundimos nuestras raíces en la fe que Un Solo Señor de la Creación y de la Historia se encuentra presente detrás de cada acontecimiento y que nosotros como Él no podemos ausentarnos a la Creación y a la Historia para estar con Él no sólo en los actos de culto, en la privacidad de nuestro corazón, sino en la plaza pública del acontecer humano.
Si pensáramos así ya la concepción de una familia y lo que en ella sucede, habría mucho pero mucho espacio para que las relaciones tan fuertes que la conforman no se vuelvan refractarias de la Presencia de Dios, autónomas de su Voluntad de Amor, disponibles a la infinita Bondad y Belleza que Él quiere derramar de manera continua. Aún en las historias familiares más intrincadas.
Y las relaciones con el trabajo, con el progreso, con la recreación, con el dinero, con el bienestar, con las cosas, perdurarían en una vinculación no sólo con Dios como Autor de todo, sino como Sostenedor y Sustento de todo eso y más, poniéndonos en un mejor espacio y tiempo de distribución de los tesoros confiados y de los que desarrollamos y tenemos posibilidades de desarrollar.
“Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”. Del mundo no es tanto a fin de cuenta y de lo que es nada podemos integrar a nuestro ser y mucho menos llevarnos después de la muertes. En vez de Dios es todo, lo suyo se puede asimilar por completo y hacerse uno con nosotros y nos acompañará aún después de la muerte.
Padre, concédenos permanecer fieles a tu santa voluntad y servirte con un corazón sincero.


P. Sergio-Pablo Beliera