Tal vez la
ciencia ficción hollywoodense ha captado como nadie, el sentido de límite que
tiene cualquier catástrofe o situación adversa de la naturaleza y la sociedad.
Hasta ahora, siempre han puesto un final feliz para nosotros. Y digo para
nosotros, porque no se si lo hacen por convicción o por otro interés. Aunque sì
podemos decir que, lamentablemente el trasfondo que sostiene el argumento, es
la invencibilidad de la especie humana, el super-hombre, la supervivencia
altruista de la humanidad.
El hombre de ayer
y de hoy, ha experimentado siempre ante la adversidad:
o una
desesperación irresoluble,
o una apatía
desconsoladora,
o una esperanza
a prueba de todo.
Y siempre cabe
la pregunta si por convicción o por reacción.
La reacción, es
una desaconsejable actitud frente a la adversidad. Es la calma, la fuente de
seguridad que permite la respuesta adecuada y fidedigna. Esa calma surge
claramente de una conciencia profunda de quien se es y por lo tanto de dónde se
proviene y a dónde nos dirigimos.
Es lo que el
evangelista intenta transmitirnos de Jesús hoy, con las simples palabras: “…lo
llevaron en la barca, así como estaba…” Jesús va con lo que es, con lo
que tiene -a sí mismo-… No lleva nada, va con lo puesto, por lo tanto lo que
vendrá no saldrá de nada externo a Él, de un poder mágico, sino de su persona
misma.
No pasa lo mismo
con los discípulos, ellos van también como estaban, con la diferencia que ellos
tienen un barco y lo comandan, sin embargo a la hora de la dificultad, saldrá
lo que verdaderamente tienen: miedo…
El miedo no
proviene del exterior, por más que: “…se desató un fuerte vendaval, y las olas
entraban en la barca, que se iba llenando de agua…”… No es la lluvia
torrencial, ni las olas que se alzan e invaden la barca, ni el movimiento de la
frágil barca… Son ellos, los que en su interior son frágiles y llevan guardado
un miedo que esconden, y que la situación adversa hace surgir a borbotones,
cual hombre herido que se desangra…
Por el
contrario, Jesús que no ha tomado en control de la barca, ni se ha preocupado
por la tormenta, descansa insólitamente en el cabezal… Jesús descansa no como
un desiteresado o irresponsable, sino como un hombre sin miedo frente a la
adversidad, porque Él está habitado por la calma de una relación con el Padre y
su creación, que sobrepasa o traspasa las mismas adversidades…
Jesús conoce los
límites de lo que existe, del hombre y de la naturaleza: “Llegarás hasta aquí y no
pasarás…”, le dice a lo que intenta sacarlo fuera de la confianza.
Porque quien es Hijo confía en el Padre, ser Hijo y confiar van juntos, la
confianza es la manifestación de que se es Hijo…
Cuando no se ha
logrado la confianza, lo que está obstruído es el despliegue de la condición de
hijo. Como si el hijo no se pudiera manifestar, atado por su soledad
irreversible -justo lo que no es verdad-, y que el hijo debe traspasar en medio
de cada adversidad.
El miedo es la
manifestación de que no nos hemos dejado hacer hijos, que no aceptamos la
condicón de hijos, que no aceptamos la existencia de un Padre, que no le
permitimos serlo por excelencia, que le tenemos un miedo injustificado, porque
no es Él quien está siendo nuestro adversario, sino nosotros mismos que nos
miramos en otro espejo distinto de la mirada del Padre.
Jesús nos
devuelve a cada uno allí, a la calma de la confianza, que exhorcisa los miedos
infundados. Y su cuestinamiento no deberíamos olvidarlo ni eludirlo: “¿Por
qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?”…
El discípulo,
como el Hijo, no puede experimentar seguridad a partir de sostenes externos al Padre
y a él mismo -donde el Padre actúa-… Por el contrario el discípulo, debe forzarce
a mantenerse en la experiencia que nos lleva a la calma: mirarlo a Jesús en los
brazos del Padre descansar ante la adversidad, escuchar a Jesús ordenar a todas
las cosas ponerse en su justo y verdadero límite y no ir más allá.
No somos héroes
solitarios de novela… Somos discípulos que aprendemos del Maestro al que aveces
cuestionamos: “¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?”. En un sinsentido
al sólo pronunciarlo.
Si Él es el
Maestro, es porque es el Señor, y lo es porque es el Hijo que confía en el
Padre y, que conoce los límites de lo que quiere tomar el control impropiamente
sobre nosotros y, que Él no va a permitir que así sea. La adversidad y el mal
tienen un clarísimo límite en Dios y sus amados. Y en ese espacio y clima
debemos desplegarnos bajo la incisiva y paciente ayuda de Jesús: “¿Por
qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?”.
Los discípulos
de Jesús hoy, no debemos contagiarnos miedo sino confianza. La extraordinaria
calma que proviene de contemplarlo y de escucharlo. De llevarlo en el seno de
nuestra barca silencioso pero no desinteresado.
Está silencioso
y descansa en su Palabra hasta que le abrimos nuestro corazón y la leemos
apasionadamente soportando el nuevo orden que nos trae con su presencia.
Está silencioso
y descansa en la Eucaristía hasta que la comemos y la adoramos y somos sacados
de nosotros mismos y llevados a la experiencia de Jesús que se ha dejado hacer
en la calma de la confianza.
Está silencioso
y descansa en el seno de su Iglesia que vive tormentas que la despojan de
falsas seguridades y donde Él manifiesta que somos suyos y de nadie más.
Somos así
también responsables de los miedos de nuestros contemporáneos, que tienen que
ver en nosotros hijos que se calman por la acción de la fe y no de la fuerza,
no consistente en la confianza en nosotros mismos, como seres cerrados sino
abiertos a Dios, un Dios que no se vuelve nunca contra el hombre sino que nos
pone siempre a resguardo por el vínculo de amor, confianza y fe que nos une a
Él.
Pero todo ello
con Jesús, Él está en el centro de la escena de nuestra vida influyendo hacia y
de la forma de Hijo confiado, nunca sólo frente a cualquier realidad.
Porque, “…Él
murió por todos, a fin de que los que viven no vivan más para sí mismos… El que
vive en Cristo es una nueva criatura: lo antiguo ha desaparecido, un ser nuevo
se ha hecho presente.”
Repitamos con
confianza de hijos: “…en tu providencia nunca
abandonas a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor.”
P. Sergio-Pablo Beliera