domingo, 21 de junio de 2015

Homilía 12º Domingo TO, Ciclo B, 21 de Junio de 2015

Tal vez la ciencia ficción hollywoodense ha captado como nadie, el sentido de límite que tiene cualquier catástrofe o situación adversa de la naturaleza y la sociedad. Hasta ahora, siempre han puesto un final feliz para nosotros. Y digo para nosotros, porque no se si lo hacen por convicción o por otro interés. Aunque sì podemos decir que, lamentablemente el trasfondo que sostiene el argumento, es la invencibilidad de la especie humana, el super-hombre, la supervivencia altruista de la humanidad.
El hombre de ayer y de hoy, ha experimentado siempre ante la adversidad:
o una desesperación irresoluble,
o una apatía desconsoladora,
o una esperanza a prueba de todo.
Y siempre cabe la pregunta si por convicción o por reacción.
La reacción, es una desaconsejable actitud frente a la adversidad. Es la calma, la fuente de seguridad que permite la respuesta adecuada y fidedigna. Esa calma surge claramente de una conciencia profunda de quien se es y por lo tanto de dónde se proviene y a dónde nos dirigimos.
Es lo que el evangelista intenta transmitirnos de Jesús hoy, con las simples palabras: “…lo llevaron en la barca, así como estaba…” Jesús va con lo que es, con lo que tiene -a sí mismo-… No lleva nada, va con lo puesto, por lo tanto lo que vendrá no saldrá de nada externo a Él, de un poder mágico, sino de su persona misma.
No pasa lo mismo con los discípulos, ellos van también como estaban, con la diferencia que ellos tienen un barco y lo comandan, sin embargo a la hora de la dificultad, saldrá lo que verdaderamente tienen: miedo…
El miedo no proviene del exterior, por más que: “…se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua…”… No es la lluvia torrencial, ni las olas que se alzan e invaden la barca, ni el movimiento de la frágil barca… Son ellos, los que en su interior son frágiles y llevan guardado un miedo que esconden, y que la situación adversa hace surgir a borbotones, cual hombre herido que se desangra…
Por el contrario, Jesús que no ha tomado en control de la barca, ni se ha preocupado por la tormenta, descansa insólitamente en el cabezal… Jesús descansa no como un desiteresado o irresponsable, sino como un hombre sin miedo frente a la adversidad, porque Él está habitado por la calma de una relación con el Padre y su creación, que sobrepasa o traspasa las mismas adversidades…
Jesús conoce los límites de lo que existe, del hombre y de la naturaleza: “Llegarás hasta aquí y no pasarás…”, le dice a lo que intenta sacarlo fuera de la confianza. Porque quien es Hijo confía en el Padre, ser Hijo y confiar van juntos, la confianza es la manifestación de que se es Hijo…
Cuando no se ha logrado la confianza, lo que está obstruído es el despliegue de la condición de hijo. Como si el hijo no se pudiera manifestar, atado por su soledad irreversible -justo lo que no es verdad-, y que el hijo debe traspasar en medio de cada adversidad.
El miedo es la manifestación de que no nos hemos dejado hacer hijos, que no aceptamos la condicón de hijos, que no aceptamos la existencia de un Padre, que no le permitimos serlo por excelencia, que le tenemos un miedo injustificado, porque no es Él quien está siendo nuestro adversario, sino nosotros mismos que nos miramos en otro espejo distinto de la mirada del Padre.
Jesús nos devuelve a cada uno allí, a la calma de la confianza, que exhorcisa los miedos infundados. Y su cuestinamiento no deberíamos olvidarlo ni eludirlo: “¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?”
El discípulo, como el Hijo, no puede experimentar seguridad a partir de sostenes externos al Padre y a él mismo -donde el Padre actúa-… Por el contrario el discípulo, debe forzarce a mantenerse en la experiencia que nos lleva a la calma: mirarlo a Jesús en los brazos del Padre descansar ante la adversidad, escuchar a Jesús ordenar a todas las cosas ponerse en su justo y verdadero límite y no ir más allá.
No somos héroes solitarios de novela… Somos discípulos que aprendemos del Maestro al que aveces cuestionamos: “¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?”. En un sinsentido al sólo pronunciarlo.
Si Él es el Maestro, es porque es el Señor, y lo es porque es el Hijo que confía en el Padre y, que conoce los límites de lo que quiere tomar el control impropiamente sobre nosotros y, que Él no va a permitir que así sea. La adversidad y el mal tienen un clarísimo límite en Dios y sus amados. Y en ese espacio y clima debemos desplegarnos bajo la incisiva y paciente ayuda de Jesús: “¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?”.
Los discípulos de Jesús hoy, no debemos contagiarnos miedo sino confianza. La extraordinaria calma que proviene de contemplarlo y de escucharlo. De llevarlo en el seno de nuestra barca silencioso pero no desinteresado.
Está silencioso y descansa en su Palabra hasta que le abrimos nuestro corazón y la leemos apasionadamente soportando el nuevo orden que nos trae con su presencia.
Está silencioso y descansa en la Eucaristía hasta que la comemos y la adoramos y somos sacados de nosotros mismos y llevados a la experiencia de Jesús que se ha dejado hacer en la calma de la confianza.
Está silencioso y descansa en el seno de su Iglesia que vive tormentas que la despojan de falsas seguridades y donde Él manifiesta que somos suyos y de nadie más.
Somos así también responsables de los miedos de nuestros contemporáneos, que tienen que ver en nosotros hijos que se calman por la acción de la fe y no de la fuerza, no consistente en la confianza en nosotros mismos, como seres cerrados sino abiertos a Dios, un Dios que no se vuelve nunca contra el hombre sino que nos pone siempre a resguardo por el vínculo de amor, confianza y fe que nos une a Él.
Pero todo ello con Jesús, Él está en el centro de la escena de nuestra vida influyendo hacia y de la forma de Hijo confiado, nunca sólo frente a cualquier realidad.
Porque, “…Él murió por todos, a fin de que los que viven no vivan más para sí mismos… El que vive en Cristo es una nueva criatura: lo antiguo ha desaparecido, un ser nuevo se ha hecho presente.”
Repitamos con confianza de hijos: “…en tu providencia nunca abandonas a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor.”


P. Sergio-Pablo Beliera