Homilía 27º Domingo Tiempo Ordinario Ciclo C 6 de octubre
de 2013
“Los
Apóstoles dijeron al Señor: «Auméntanos la fe».” ¿Porqué
esta pregunta? ¿De dónde proviene? ¿Qué representa esta pregunta? Las palabras y los gestos de Jesús, su estilo de vida,
son suficientemente significativas como para conmover a los apóstoles y hacer
brotar este pedido unánime.
Si
a nosotros la persona de Jesús y su propuesta para nosotros resulta igualmente
significativa y nos conmueve y remueve de nuestra modorra, eso implica que ese
pedido nos representa. Intento aplicarla para nosotros de esta manera: ¿La fe en nosotros, es un motivo para no
vivir o un motivo para vivir más a fondo?
Si
la fe es un motivo para que las cosas nos resulten más fáciles, ya no es fe.
Sino una droga para sustituir la crudeza innegable de la realidad, un
distractivo para salir de lo que nos pesa de la realidad , un falso consuelo
que nos permite seguir adelante cuando ya en realidad no nos animamos, un
trasporte confortable para no cansarnos en el peso que nos causa tener que ir
de aquí para haya en la jornada.
Ahora,
si la fe es un motivo para vivir entregado por entero a la voluntad de Dios,
basta con: “«Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a
esa morera que está ahí: "Arráncate de raíz y plántate en el mar",
ella les obedecería.” No es cuestión de tamaño sino de tener o no tener
fe. Es la fe que frente al deseo grande de un amor grande, nos da la fuerza y
la convicción para lanzarnos a lo que quiere nuestro corazón y que de resultarnos
inalcanzable, en medio de su pequeñez nos alcanza frente a lo que superaba
nuestras fuerzas. Pero no nos volvemos dueños de la fe, sino que ella nos
conduce y logra para nosotros, con nuestra convicción de no salirnos de la
realidad sino de hundirnos más en ella, para pasar de un lado al otro, de la
prueba a la entrega, de la tierra al cielo.
Esta es la fe que necesitamos verdaderamente, la fe de los
“simples
servidores”, una fe reconciliada con la humildad y con la humillación
de que las cosas nos cuesten. No es una fe que viene a suplir nuestra situación
de peregrinos en una realidad adversa, sino la que nos hace no sucumbir frente
a los desafíos, la que nos hace no huir frente a lo que nos parece insuperable,
la que no reconcilia con las condiciones históricas que nos tocan vivir, y nos
motivan a darnos por entero así tal cual estamos, la que abandona toda ilusión
de perfección o capacidad personal o natural para vivir la voluntad de Dios, y
asume en su propia carne la condición humilde desde la que partimos y en la que
subsistimos viviendo esa voluntad.
El Señor Jesús, no nos pide que seamos sobre-humanos, ni
nos pide que seamos indemnes a las exigencias de una vida plena -no según el
hombre para el hombre-, sino según el Hijo de Dios hecho hombre para el hombre.
Es el verdadero hombre, Jesús, el que nos pone en camino hacia Dios, pero no
dejando nuestra humanidad atrás, sino poniendo nuestra humanidad en disponibilidad
de la fe para que ella nos traslade de nosotros mismos a Él y de Él al Padre.
La fe, es pues, ese lazo esencial que une nuestra existencia con la voluntad
del Padre manifestada en Jesús, y que se vuelve posibilidad de vida,
posibilidad de ser vivida, en la medida que nos mantengamos en una actitud de
docilidad que el llama “simples servidores”, porque no sólo
no pretendemos ser ya señores, sino que en la condición de “simples servidores”
prima esa llaneza y sencillez frente a Dios y frente a nuestra condición
humana. Entonces, sus enseñanzas, que son nuestro estilo de vida porque son su
estilo de vivir, se vuelve de exigencias infranqueables a pasos sobre sus
pasos, a latidos sobre sus latidos, a realizaciones sobre sus realizaciones.
Rompemos así una inexistente distancia o un ponernos frente a Jesús, como si el
nos exigiera algo que no se correspondiera con nuestra condición humana, o que
fuera una mera exigencia al estilo de una condición o examen de probidad.
Una vez más debemos asumir que el Señor conoce nuestra
existencia, porque la ha asumido y a la vez permanece conociéndonos a cada uno,
porque su mirada no se corre de nosotros sino que se adentra en nosotros hasta
una dimensión insospechada para nosotros mismo.
Por eso las palabras de Jesús: “ustedes,
cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: 'Somos simples servidores,
no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber'”. Es la
invitación a centrarnos y concentrarnos en lo que se nos ha enseñado y no en
nuestras suposiciones o luchas. Lo que se nos ha enseñando por parte de Jesús y
de su Iglesia, es accesible y requiere que nos adentremos en la espesura de la
voluntad de Dios que ellas expresan. “…Toma como norma las saludables lecciones
de fe y de amor a Cristo Jesús…”
No olvidemos
estas palabras: “la visión aguarda el momento fijado, ansía llegar a término y no
fallará; si parece que se demora, espérala, porque vendrá seguramente, y no
tardará. El que no tiene el alma recta, sucumbirá, pero el justo vivirá por su
fidelidad.”
Lo que
necesitamos para vivir el Evangelio es justamente una fe que se vuelva en cada
oportunidad fidelidad confiada en la voluntad de Dios.
P. Sergio-Pablo Beliera