¿Sabemos cada uno de
nosotros distinguir lo que nos incomoda o molesta de Jesús?
¿Qué de la persona de
Jesús, de sus palabras y de sus gestos, me detiene, me paraliza,
me hace decir no, esto
no…?
¿Podemos reconocer y
aceptar con corazón libre nuestras resistencias a Jesús y su obra?
¿No nos pasa que a veces
el trato asiduo con Dios y sus cosas,
nos vuelven un poco
impermeables a sus desafíos, que nos acomodamos
a conceptos, imaginación,
o costumbres?
Como “la multitud que lo escuchaba estaba
asombrada y decía:
“¿De dónde saca todo esto?
¿Qué sabiduría es ésa que le ha sido dada y esos grandes
milagros que se realizan por sus manos?
¿No es acaso el carpintero, el hijo de María,
hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón?
¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?”.”
También nosotros convivimos con esas preguntas aún hoy,
sea que surjan de nosotros, sea que surjan de los que nos rodean. Las preguntas
están ahí. Las manifestaciones de Dios a través de lo humano incomoda (Dios en
un pan, Dios perdonando a través de sacerdote de carne y hueso, Dios en los
pobres, Dios en el dolor, etc.)
Descubrir la presencia de esa incomodidad y nombrarlo es
muy importante. Es el inicio de un camino que nos permite dimensionarnos a
nosotros y a Jesús de manera que nuestra relación con Él se desarrolle en todas
sus posibilidades. “¿De dónde… Qué… No es acaso… Y…?”
Superar el asombro que nos detiene, que nos hace
enredarnos en razonamientos tramposos, que nos hace poner una distancia
innecesaria entre nosotros y Jesús, nos abre la puerta a una fe más madura,
consistente, persistente.
Mientras para muchos hombres y mujeres lo que saben, lo
que comprenden, lo que conocen, sus preguntas, es un obstáculo para ir a Jesús,
para soltarse en una relación más abierta y libre con Jesús. Por lo cual
terminan considerándolo demasiado próximo y asible, como para ver en Él algo
trascendente que nos haga claudicar de nuestras ideas.
En Jesús, se da el movimiento inverso. Jesús se asombra
que no podamos creer frente a sus signos y palabras tan claras, tan directos y
accesibles, tan humanas que deberían resultarnos familiares. “Y él
se asombraba de su falta de fe.” Asombro frente a la posibilidad
despreciada, asombro frente a la oportunidad perdida, asombro frente a la
accesibilidad rechazada.
La cercanía de Dios en Jesús, su visibilidad, ha
sorprendido a la humanidad que sigue reclamando la distancia y lo oculto, como
garantía de veracidad, de autenticidad.
Que Dios tenga una Palabra para nosotros que esté
accesible porque está escrita (Las Escrituras) y nos habla de situaciones
conocidas, hace que muchos de nosotros no la abramos, no la leamos, no la
hagamos Palabra para cada situación u acontecimiento de nuestras vidas.
Que Dios se quede entre nosotros, dándose en la
Eucaristía del Cuerpo y la Sangre de Jesús, en la que se me da la misma vida de
Dios, hace que muchos ni siquiera lo consideren como parte de su alimento
cotidiano y festivo. Y ni que hablar de venir a estar tiempo con Él presente en
el Sagrario.
Que Dios me garantice que cada vez que hago algo por un
pobre a Él se lo hago, hace extrañamente que lo convirtamos en un acto
extraordinario, de algunas veces y en algunos lugares, cuando puede ser cotidiano
tanto al interior de nuestras familias, de nuestros amigos, lugares de estudio,
trabajo o recreación, cuando pasa frente a nosotros en cada metro que
recorremos en rostros desconocidos pero tan humanos como nosotros.
Que Dios me garantice que se deja tocar por mis palabras,
por mis gestos en la oración, en la mirada elevada a Él, en el oído puesto a
Él, siempre y en cualquier lugar, en cualquier condición sea adversa como
feliz, extrañam
Que Dios nos de un solo mandamiento el de amarnos unos a
otros como Él nos ha amado en Jesús su Hijo amado, y que eso sea vivible en el
matrimonio, en la familia, ente hermanos, entre amigos, entre cristianos, entre
vecinos, entre compañeros de trabajo o de estudio, entre desconocidos que nos
hacemos conocidos en el corazón de Dios que nos ama a todos, hace extrañamente
que algunos lo consideren sólo a nivel afectivo-sentimental pero no a nivel
humano-existencial sin límites.
“Y él se asombraba de su falta de fe.” ¡Cómo para no!
“Son hombres obstinados y de corazón endurecido…”
Reblandecer el corazón dejándose tocar por el Corazón
reblandecido de Jesús
Reblandecer el corazón es empezar a creer…
Reblandecer el corazón es estar ya en la fe…
Reblandecer el corazón es estar en el camino de la fe…
Necesitamos salir cada vez de toda forma de obstinación
sea con quien sea. Porque lo que hacemos con los demás lo terminamos haciendo
con Dios y lo que terminamos haciendo con Dios se lo terminamos haciendo a los
demás.
Necesitamos cada día recuperar nuestro corazón blando y
vulnerable para escuchar la voz de Dios: “Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa
en la debilidad”.
P. Sergio-Pablo Beliera