Vivimos en una sociedad en la
que los conflictos de los vínculos entre nosotros ocupan un gran espacio de
nuestras principales preocupaciones, angustias y temores; así como la fuerza y
vitalidad de los vínculos que nos enlazan son la fuente gratuita de mayores
alegrías y esperanza que los hombres vivimos, más aún cuando tenemos fe.
Es difícil para el hombre
salir indemne de esta fuente de conflictos que afecta nuestros vínculos, y
encontrar el camino de salida de muchos de ellos, tanto en el micromundo de una
pareja, de una familia, de una comunidad, de un barrio, de una sociedad, de las
relaciones entre culturas y países.
Distintas ciencias dedican
grandes estudios a desenredar estos conflictos de los vínculos.
Ahora, ¿de qué manera vemos los creyentes, los discípulos de Jesús, esos
vínculos humanos que tantos nos interesan y preocupan?
O dicho de otra forma, ¿Tiene la fe un aporte propio de como vivir
los vínculos sean del orden que sean?
La solemnidad que estamos
celebrando, es justamente el gran aporte de la fe a la mirada y acción sobre
los vínculos, tanto con Dios como entre humanos y creyentes.
La palabra de Dios que
acabamos de escuchar es fuente de inspiración, de iluminación y de puesta en
movimiento de una manera concreta de vincularnos según Dios. Siempre los
creyentes, los discípulos de Jesús, corremos el peligro de mirar afuera para
resolver los conflictos vinculares que nos ocupa y preocupa. Y es en realidad
mirando adentro de lo que hemos recibido y aceptado de la fe, donde se
encuentra el manantial de respuestas y propuestas de Dios para los hombres.
O sea, que la vida misma de
Dios es la fuente de generación de vínculos, la fuente creadora y a la vez
sanadora de los vínculos por hacer y de aquellos que ya hemos hecho y vivimos a
diario.
La fuerza inspiradora que una
verdad como la que celebramos de un Dios Único y que a la vez es tres Personas
en un vínculo de amor y donación, de gozo y plenitud, es una fuente infinita e
inabarcable -y por eso mismo- atrayente y necesaria de ser tenida en cuenta más
y más cada día y en cada situación.
Es lo que ha emocionado al
mundo dolido por el odio y la guerra en el abrazo del Papa Francisco, de un
rabino y de un musulmán. Acontecimiento sólo posible desde la fe en ese Dios único
que se manifiesta, que se revela, que se comunica y camina con los hombres
porque los ama en un vínculo de amor y de paz más fuerte que cualquier
diferencia.
En Dios es donde el hombre se
comprende a sí mismo y desde lo que el hombre descubre de sí mismo en ese
encuentro es como entra en Comunión con lo que Dios y él son. La Comunión es el
modo de ser y de manifestarse de Dios, eso quiere decir Dios es Amor, que
puesto en las palabras del Éxodo es: “Moisés invocó el nombre del Señor. El Señor
pasó delante de él y exclamó: ‘El Señor es un Dios compasivo y bondadoso, lento
para enojarse, y pródigo en amor y fidelidad’”; o desde nosotros, sólo
el Amor manifiesta verdaderamente a Dios, y que otra vez puesto en las palabras
del Éxodo es: “Moisés cayó de rodillas y se postró,
diciendo: ‘Si realmente me has brindado tu amistad, dígnate, Señor, ir en medio
de nosotros. Es verdad que éste es un pueblo obstinado, pero perdona nuestra
culpa y nuestro pecado, y conviértenos en tu herencia’”. Es
esto lo que debemos aprender de Dios, tomar de él para nuestra existencia común
de matrimonios, de familias, de comunidad, de país, de humanidad, para ser y
vivir como Dios Trinidad es y existe.
Si queremos estar acogidos por
el misterio de Dios que hoy celebramos debemos acoger en nuestro plan de vida
este estilo de ser y existir de Dios, y sólo en esa acogida, en esa disponibilidad
y docilidad a ser y existir entre nosotros así es como podemos decir que hemos
entrevisto algo de lo que la fe nos revela, que en palabras de san Pablo suena
hoy así: “Alégrense, trabajen para alcanzar la
perfección, anímense unos a otros, vivan en armonía y en paz. Y entonces, el
Dios del amor y de la paz permanecerá con ustedes.”
Todos los vínculos con Dios
tienden a la plenitud, al vivir colmados, rebasados, desbordantes de esa vida
que viene de Dios y permanece en nosotros.
Todos los vínculos pues entre
nosotros los hombres busca la plenitud de la relación, el culmen, la maximidad
de las posibilidades de relacionarnos desde adentro para estar unos en otros y
así estar los unos en los otros.
Ese vivir en armonía y paz al
modo de cómo Dios Trinidad es y se da se expresa en las palabras del
evangelista Juan cuando nos revela: “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su
Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna…”
Los vínculos de Dios son de
amor al distinto y opuesto a sí mismo y de entrega en la donación de lo único y
más amado que se posee. El Padre lo hace en la entrega y envío del Hijo como
ofrenda, el Hijo lo vive en la aceptación del envío del Padre en el hacerse
ofrenda en la donación de sí mismo, y el Espíritu lo hace en ese retorno de Amor
del Padre y del Hijo que desborda en un vínculo de santidad en donde al hombre
le resulta imposible.
Animémonos a buscar en las
raíces de nuestra fe la fuente de unas relaciones creyentes que se vuelvan
humanas en el modo de ser de Dios, y ayudémonos mutuamente a ser motivo de vínculos
de paz de unos para con otros, especialmente con el que nos resulta más difícil
de amar, de perdonar, de servir, y a la vez seamos receptivos y abiertos a
recibir eso mismo de los otros pidiendo ayuda al otro con humildad y sencillez.
“Bendita sea la Santísima
Trinidad: Dios Padre, el Hijo unigénito de Dios y el Espíritu Santo, porque ha
tenido misericordia con nosotros.” (Antífona
de entrada).
P. Sergio-Pablo
Beliera