HOMILÍA ASCENCIÓN DEL SEÑOR, CICLO A, 5 DE JUNIO DE 2011
“Como permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo?”
Habiendo escuchado esta Palabra, me pregunto, ¿que cielo es el que estamos mirando nosotros? ¿Dónde tenemos puesta nuestra mirada? No parece ser una pregunta más. Es una pregunta para interiorizar. Pero también para compartir, diríamos “para abrir el juego”, para echar a rodar un diálogo profundo y sincero entre nosotros, en la familia, en la comunidad.
Pero, ¿es que no hay que mirar el cielo al que ha ascendido el Señor Jesús hasta el tiempo de la vuelta? Tal vez la respuesta adecuada sea, no de cualquier manera. Hay que tener la mirada hacia lo alto que ha tenido el mismo Jesús. Para Jesús, el cielo es el Padre, en primer lugar. Para Jesús el cielo es lo definitivo y la plenitud de sí mismo y de todos nosotros en la espera de la fiesta definitiva a su vuelta.
Para Jesús ascendido al cielo, mirar al cielo, es una experiencia de “hacer nuevas todas las cosas” con la novedad del Padre que da vida y conduce con una nueva inteligencia los designios de los hombres. Así, mirar al cielo, es una verdadera esperanza, una alegría verdadera, una caridad testimonial. No miramos el cielo con nostalgia y mucho menos con tristeza, como lo mira el mundo de hoy. Los nostálgicos, creen haber perdido el cielo y lo buscan con sus fuerzas llenos de pesadumbre. Están dispuesto a trabajos forzosos pero no hay en ellos amor de Dios. No se han dado cuenta que el cielo es dado y recibido todo por amor, para ser vivido sin restricciones y fuera de toda ideología o pensamiento puramente humano.
Están los que miran el cielo con tristeza porque no quieren dejar la tierra, están aferrados a lo suyo, apegados a sí mismos, pendientes de sus gustos, deseos, posibilidades y logros; inamovibles de sus formas de vida y de esta vida conocida, de esta vida que se ve con los ojos y no con la fe. Imposibilitados de ver a Dios solo se ven a sí mismos.
Debemos ser concientes pues que: “Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir.” Si conozco a Jesús, el Hijo encarnado, madurado, que padeció, murió, fue sepultado y resucitó de entre los muertos, entonces deberé dejarlo partir para recibirlo de vuelta. Quien ha entrado en la historia de Jesús, aprende con Él a ser “quitado”, a desprenderse en búsqueda de toda la plenitud que el Padre me ofrece, y del amor a mis hermanos que necesitan que les dé mi vida y no que tome la vida para mí. Emprendemos así el camino de la fe, la mirada se torna la mirada de la fe, esa es la inteligencia que Jesús nos abre para que entendamos lo que nos resulta incomprensible.
Quien tiene la mirada de Jesús ascendido al cielo, acepta su propuesta: “Vayan, y hagan…” hay un mundo por recorrer, hay una ciudad por descubrir, hay personas por conocer y anunciarles “el destino de gloria al que hemos sido llamados”. Si tenemos la mirada de Jesús ascendido al cielo, no podremos quedarnos quietos frente al desafío que nos plantea una ciudad necesitada de rostros iluminados por el espíritu de sabiduría y de revelación del Rostro de Jesús. De corazones iluminados por la esperanza que ha hecho en nosotros su morada y despliega “la eficacia de su fuerza” porque “él obra en nosotros”.
Pero debemos estar advertidos que Jesús ascendido al cielo, cumple su promesa: “yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo” Porque el que ha alcanzado su plenitud “está” de forma permanente entre nosotros. Unánimemente la Iglesia cree, que esa presencia es la Eucaristía que estamos celebrando, que comulgaremos y que adoramos en los sagrarios de todas las iglesias. La Palabra hecha carne en la Eucaristía es el “yo estaré siempre” de Jesús en medio de nosotros –dentro y delante de nosotros- de una manera verdadera y plena.
El III Milenio de nuestra fe estará hecho de Palabra y Eucaristía celebrada, meditada y contemplada de la obra del Padre en Jesús en el cielo como en la tierra. Y ese tiempo es hoy, ¿qué hacemos que no estamos meditando de continuo su Palabra? ¿qué hacemos que no estamos en la Eucaristía de cada día? ¿qué hacemos que no estamos contemplando a Jesús Eucaristía en los sagrarios de todas las iglesias? ¿cómo pretendo descubrirlo presente en los hombres y mujeres de mi ciudad, de mi comunidad, de mi familia, si no soy capaz de detenerme frente a su presencia continua?
Los cristianos del siglos XXI no podemos “profesionalizar” la contemplación y el testimonio en algunos elegidos por nosotros, ya que todos hemos sido llamados a esperarlo “hasta el fin del mundo” contemplando y testimoniando el Amor de Jesús por el Padre y por los hombres, que ha cautivado nuestro corazón.