HOMILÍA 21º DOMINGO DURANTE EL AÑO, CICLO A, 21 DE AGOSTO DE 2011
Hoy como ayer, cada día y en cada acontecimiento, toda nuestra persona asume la experiencia de descubrir a Jesús. Convivimos con Él y nos es imperiosamente necesario, reencontrarnos con Él a partir de lo ya experimentado, buscando descubrir su persona en lo por venir.
Esto, implica que asumamos que descubrir a Jesús, es una experiencia que se va haciendo una vez que nuestra decisión de ir hacia Él y convivir con Él se ha establecido como una experiencia permanente. Después que su llamada ha llenado nuestra búsqueda.
Hoy, cualquiera de nosotros puede pretender conocerlo, y es verdad que seguramente algo sabemos de Él. Pero, cada vez que lo descubrimos a Él, experimentamos una apertura a nuevos campos inexplorados aún, y entonces, es donde cabe decirse que no lo conocemos lo suficiente, que aún Él permanece como un “conocido desconocido”, como Alguien de quien conocemos su nombre y algunas de sus vivencias, pero que su existencia plena aún nos es indescifrable. Hay algo que hoy no se de Jesús, por lo tanto, hay algo nuevo que hoy puedo experimentar de Jesús; hay algo que hoy descubrí de Jesús, por lo tanto, hay algo nuevo que se integra a nuestra relación que aún me es desconocido en sus implicancias, en sus consecuencias, en sus efectos sobre mí. Y lo acojo con asombro, producto de un don.
Es ahí, donde nos acercamos a la experiencia de Pedro: “… esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo…” Todo descubrimiento vendrá de una clara experiencia de escuchar al Padre, para lo cual hay que silenciar las voces de la “carne y de la sangre”, aquellas que provienen de “mi-persona-sin-Dios” o de “mi-persona-y-las tradiciones-humanas”. Solo aquellos que se sumergen en la experiencia de una docilidad al Padre y una disponibilidad a su obrar en ellos, podrán descubrir la riqueza insoldable de su Enviado Jesús, de su Hijo Amado Jesús, de su Obra Definitiva Jesús. Esa experiencia del Padre se hace paradójicamente en la convivencia 24 horas sobre 365 días, con el mismo Jesús. Porque descubrir a Jesús es quedarse con Jesús, y quedarse con Jesús es descubrir a Jesús. Viviendo con el que escucha al Padre y vive de su voluntad, vamos aprendiendo a escuchar al Padre y vivir de su voluntad.
Entonces, llega la hora de la definición, porque descubriendo a Jesús, es como encontramos nuestra definición, encontramos el sentido de nuestra propia existencia para los demás y por lo tanto para sí. “Tu eres Pedro…” es solo posible después de “Tu eres el Mesías…”. Esa definición personal es encontrada en la relación con la identidad de Jesús que nos ha revelado el Padre; es dada por Jesús como contra cara del descubrimiento. “Quien soy” me lleva a “Que soy” y de ahí a “Para quien soy” y “De que modo soy para los demás”. Todo un itinerario, que recorremos asimismo en la vida familiar y comunitaria, donde soy descubierto, y alcanzo mi definición, a partir de la sana interrelación en la convivencia con los padres y con los hermanos, en un descubrimiento y definición mutua, como un don de unos para con otros. Porque así como no existen padres sin hijos, no existen hijos sin padres, ni padres e hijos sin hermanos; y a su vez, ese mismo proceso continúa en la medida que cada uno sigue creciendo (el nieto hace al padre de mi padre, abuelo, etc.) Es de verdad una experiencia muy lejos de algo teórico o abstracto.
Así, podremos escuchar de Jesús para nosotros, “sobre esta piedra edificaré mi Asamblea de convocados por el Señor”, y entonces seremos lugar de acogida para todos los que el Señor quiera reunir sobre lo que Él ha hecho sobre nosotros. Y también “el poder de la muerte no prevalecerá contra” aquello que Yo hago sobre ti, porque es totalmente mío y yo le doy vida y consistencia. Entonces la voz de Jesús nos dirá: “Yo te daré las llaves del reino de los cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”, porque aquel que me ha descubierto hace lo que Yo hago, y lo que Yo hago es darme por entero al Padre y a los que Él me confía.
P. Sergio Pablo Beliera