HOMILÍA
4º DOMINGO DE ADVIENTO, CICLO B, 18 DE DICIEMBRE DE 2011
“Concebirás
y darás a luz un hijo…” En estas palabras quisiera invitarlos a poner
nuestra atención en esta cuarta semana de Adviento que estamos comenzando.
Ellas reflejan un cambio irreversible en la historia y son palabras de una
fecundidad desconocida hasta ahora.
María, vivió este tiempo de
concepción de manera completa. No se salteó nada de lo que significa una
concepción. Lo vivió intensamente de principio a fin. Esta semana de Adviento
debe estar signada por el deseo de ser vivido enteramente como una concepción.
En primer lugar los invito a
poner nuestra atención en este verbo “concebir”.
No nos centraremos en el como el mero hecho de la concepción biológica, que no
nos incluiría a todos. Estoy mas bien pensando en la concepción en sentido
englobante y totalizante, como se lo hace el Padre a María, que abarca a todo lo
humano y creyente que hay en nosotros. María es imagen del querer de Dios sobre
cada uno de nosotros. Pero siempre como un acontecimiento humano-creyente. Hoy
en el evangelio concebir aparece dos veces (en María e Isabel). Dios aparece
como todo vitalidad, todo vida, todo fertilidad, todo fecundidad siempre.
Miremos pues los rasgos
esenciales de este acontecimiento humano significativo.
Concebir es en este sentido el
acto de comprender (se compromete mi inteligencia en algo), de encontrar el
sentido que tienen nuestros actos y sentimientos. Encuentro el sentido de un
encuentro, de un acontecimiento. Se concibe con la mente, con el corazón, con
el alma. Se concibe en la mente, en el corazón, en el alma.
Se concibe en la fe y luego en
la vida. De esta manera me hago una idea bien definida de lo que está
sucediendo. Le doy lugar en mí a algo que antes no estaba. La fe me hace
concebir del presente hacia el futuro, nunca hacia el pasado. Y con la fuerza
de la fe Dios es que encuentra lugar en mí. Concebir es concebir un espacio en
mí, generar un espacio. Encuentra un espacio de fecundidad en mí. Me adentro en
lo que está dentro, en lo que está sucediendo dentro de mí.
¿Concibo una vida que permite la vida en mí? ¿Desde dónde me invita
Dios a concebir la vida que vivo?
Al concebir algo comienza a
tener vida en mí. Quedo lleno de vida. Algo comienza formarse en mí, algo va
tomando forma en mí. Al concebir quedo comprometido con lo que concibo porque
pongo algo de mí frente a lo que he recibido. Como la mujer al concebir un
hijo, todo mi persona se acomoda a lo que comienza crecer en mí. Estoy lleno de
una vida que crece por sí misma en mí. Que se adentra en mis entrañas y desde
mis entrañas madura. No es un anexo de mí, sino que quedo comprometido por lo
que he recibido y he puesto de mí.
Los creyentes estamos invitados
todos a concebir en sentido profundo y verdadero: todos nosotros somos un lugar
donde algo cobra vida, donde se forma algo. Todos tenemos que mirarnos en la
concepción. Es algo que me toma por entero. Concebir es dar vida.
¿Se puede decir de mí que estoy disponible para concebir? ¿Hay algo
disponible en mí para que se genere nueva vida, más vida? Sin espacio y sin
disponibilidad no se puede concebir.
Ahora, en segundo lugar
prestemos atención a la siguiente parte: “…darás a luz…” Dar a luz, es una
maravillosa y bellísima expresión. Lo que está oculto sale a la luz. Lo
desconocido sale a la luz. Lo no visible de la vida sale a la luz. Concebir
implica dar a luz, la concepción se expresa plenamente en dar a luz.
El concepto “dar a luz” es dinámico…
Por un lado es “dar”, es entregar, es
ofrecer, es dejar que surja… que salga…
Luego este dar está acompañado
de esta sugestiva expresión: “a luz”… Aparecer, asomarse, surgir a la luz… Se
hace inevitablemente palpable, está frente a mí, ante mí…
“Dar a luz” es parir, es
dar a luz con esfuerzo. Es un compromiso personal donde abro toda mi vida para
surja una vida… Debemos alumbrar la vida que viene de Dios a mí.
¿Qué tenemos que concebir? ¿Qué tenemos que dar a luz?... Tenemos
que concebir y dar a luz una vida humana que pueda ser llamada Jesús. ¿Se puede decir de mi que estoy comprometido
en concebir y dar a luz a alguien a quien se le pueda poner el nombre de Jesús,
de Dios salva, que sea Hijo de Dios, que sea heredero de una promesa? ¿Estoy yo
verdaderamente comprometido como varón, como mujer en concebir y dar a luz, a
alguien, a algo vivo, que genere vida entre nosotros, que se lo pueda
distinguir y tenga que ver con el obrar de Dios Padre, con su obrar continuo?
¿Estoy en esto o estoy yo en mi plan? ¿Quiero estar en el proyecto d el Padre?
Tenemos que dar a luz algo que se pueda llamar con el nombre de Jesús, como el
heredero de Jesús, como la continuidad del obrar del Padre que comenzó en Jesús
y quiere prolongarse en mí.
El Padre lo hará posible, yo
solo tengo que querer y dejar ser en mí, entre nosotros. La sombra de Espíritu
Santo nos cubrirá y surgirá esa maravillosa continuidad en mí y entre nosotros
del querer y del obrar del Padre. A veces no queremos… Pero necesitamos querer
concebir y dar a luz con todo lo que esto significa. Y esto será nuestra
alegría. “Alégrate”…
La Palabra quiere hacerse carne
en mí. Como se hace Cuerpo y Sangre desde el pan y el vino. ¡Cómo no lo hará
posible el Padre por la fuerza de su Espíritu que Jesús se haga carne en mí, en
nosotros! Seamos todo materia disponible como María, la que se alegró frente a
este anuncio y la que se alegrará al ver este mismo anuncio hacerse realidad en
cada uno de nosotros y en la Iglesia de su amado Hijo Jesús.
P. Sergio Pablo
Beliera