El Señor Jesús Resucitado, nos devuelve la tierra, nos devuelve a la
tierra, resignificando la misión del hombre en el mundo. Así como el primer
hombre había recibido una misión de su presencia en la tierra: crecer,
multiplicarse y dominar la tierra; Jesús Resucitado, encomienda al nuevo
hombre, su discípulo, una misión que precisa esa primera misión y la recrea de
cara a la nueva realidad ante la que deben ocuparse y prestar su atención sus
discípulos: “Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación.”
Lo que se encuentra al principio en el Génesis, debe ser releído y
reinterpretado a la luz de las palabras de Jesús Resucitado en el Evangelio: “Vayan
por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación.”
Aquella nueva creación que comenzó en Galilea se completa en la Galilea del
Resucitado: “Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación.”
El hombre después de Jesús Resucitado debe vivir en un doble movimiento:
mirar al cielo donde está su destino: “Después de decirles esto, el Señor Jesús
fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios”, y a la vez
volverse sobre la tierra: “Ellos fueron a predicar por todas partes, y
el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la
acompañaban”. No debemos pues perder de vista el cielo y la tierra.
Quedarse mirando el cielo por un lado, o fijarse sólo sobre la tierra por
otro. Ambos son reduccionismos impropios del cristiano. Somos responsables de
ocuparnos de la tierra según el mandato de Jesús y así compartir su destino: Anunciar, Bautizar, Liberar y Sanar.
Todo lo que hacemos en la tierra alcanza su plenitud en el cielo. Una
tierra sin cielo es dar vuelta sobre sí mismo. Un cielo sin tierra es estar
fuera del querer de Dios que nos convoca en la tierra y desde ella nos hace
partir al cielo.
Mientras estamos en la tierra nos ocupamos de los intereses del cielo
expresados en las palabras de Jesús Resucitado: “Vayan por todo el mundo,
anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se
salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que
crean: Arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán
tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará
ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán”.
Sólo somos inmunes a los males de este mundo cuando nos ocupamos de las
cosas del cielo, para las cuales ha descendido Jesús y una vez terminada su
obra, ha ascendido al cielo inmune a la maldad y a la muerte. Mientras no nos
ocupamos de esa misión padecemos los males de este mundo y nos hacemos parte de
esto.
Todos los discípulos de Jesús Resucitado deberíamos desear llegar al Padre
como lo deseo Jesús, el Hijo Amado. Y desear realizar su obra con Él aún hoy en
la tierra, en toda la creación. Aquí no cuenta ser laicos o consagrados, todos
estamos involucrados en aspirar al cielo haciendo nuestra misión en la tierra. “El
que descendió es el mismo que subió más allá de los cielos, para colmar todo el
universo.”
Algunas deformaciones hacen una profunda división entre las ocupaciones
cotidianas en la tierra y una aspiración a un cielo desdibujado,
despersonalizado, ocupado por un Dios distante atraído meramente por nuestras
urgencias. Todos esto como si la Presencia de Jesús en la tierra se hubiese
interrumpido y nos hubiese dejado solo frente a la realidad cotidiana.
¿Qué es entonces la Palabra que
acabamos de proclamar, un libro de historia?
¿Qué es esta Eucaristía que celebramos
y que es la Presencia de Jesús Resucitado se queda entre nosotros?
¿Qué es entonces, ese Bautismo y
Confirmación por los que hemos sido transformados en nuevas creaturas?
No está de más recordar que el cielo comienza donde tenemos puestos los
pies, sobre la tierra, no arriba de nuestras cabezas. Transitamos en el Cielo,
porque Jesús lo ha traído a la tierra y ha ascendido a la Presencia del Padre
sin ausentarse de su creación.
“Que él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza
a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia
entre los santos, y la extraordinaria grandeza del poder con que él obra en
nosotros, los creyentes, por la eficacia de su fuerza.”
Padre, “…concede que nuestro fervor cristiano nos oriente hacia el cielo,
donde ya nuestra naturaleza humana está contigo.”
P. Sergio-Pablo Beliera