Hoy, con Jesús estamos de
camino a las aguas purificadoras del Jordán para sumergirnos en ella en una
gran comunión con todos los hombres y mujeres de buena voluntad que reconocen
su necesidad de misericordia y por lo tanto reconocedores de la existencia del
misterio del mal en sus corazones, en sus mentes y en sus acciones.
Y a la vez, emergemos con
Jesús de esas aguas para iniciar un camino nuevo e inexplorado hasta sus
últimas consecuencias. Jesús inicia y abre este sendero estrecho que implica
poner nuestras huellas sobre sus huellas. Es un sendero de comunión con el
Padre que el Espíritu descendente envuelve y confirma.
Jesús en su bautismo ha
acabado el tiempo de penitencia de Juan el Bautista e inaugura en su persona el
camino del gozo del ser Hijo Amado y Ungido por el gozo del Espíritu Santo. Es
un camino de paz y de gozo.
Con Él emergemos cada uno de
nosotros por el acontecimiento de nuestro bautismo que nos ha unido
definitivamente al camino estrecho de Jesús, que es el de la supremacía de la
comunión con el Padre y la fraternidad universal con los hombres. No
necesitamos más y de ahí su estrechés, no por su dificultad sino por su
carácter único y de “una sola cosa necesaria.”
Jesús inaugura así el camino
de comunión con todos los hombres que buscan más allá de sus horizontes
mentales (filosóficos, ideológicos y culturales), de sus horizontes afectivos
(raza, familia y amistades), más allá de sus horizontes temporo-espaciales
(país, edad, ganancias y beneficios, dinero), explorando en el horizonte del
corazón del Padre. Allí en ese gran Corazón se descubre en la voz del Padre
como Hijo… “Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi
predilección”… ¡Se le puede decir a alguien que comienza un camino algo
más consolador y a la vez fortalecedor y centrante! Claro que no… El ser Hijo
es la mayor aspiración a la que se puede tener una remota imaginación… Cuando
se es Hijo se es todo… No hay experiencia alentadora que esa… Todo lo demás es
consecuencia directa de ella…
A esa experiencia de Hijo
todos los hombres y mujeres de todos los tiempos y culturas tenemos que
sumergirnos y de ella tenemos que emerger en un movimiento continuo y por lo
tanto sin interrupción… Somos hijos en el Hijo… Nuestra condición de hijos ha
emergido de la inmersión y emerción del Hijo Jesús… “¿Quién es el que vence al mundo,
sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?”
Además, como abriendo el
contenido de esa condición de Hijo, el Padre declara su amor al Hijo…“Tú
eres mi Hijo muy querido…” El Hijo es amado… Es la mayor y porque no la
única experiencia de interrelación que se merece y se necesita… Amado el Hijo
Jesús se vuelve inmediatamente en Amante, y como Amante de la gratuidad de Amor
del Padre, se dona totalmente a sí mismo emergiendo de entre las aguas para
mara a todos los hombres como Él es amado y nunca menos…
Nosotros hijos de este Hijo
Amado, querido gratuita e incondicionalmente por el Padre fuente y cumbre de
todo Amor, nos levantamos de nuestra existencia hasta elevarnos a la más alta
dignidad de Amor, movidos por el seguimiento de este Hijo Amado. Y nos
desparramamos por la vida cotidiana con esta experiencia y convicción para amar
más allá de lo conocido y percibido, guiados por la elección de Amor del Padre
y del Hijo… “Como el cielo se alza por encima de la tierra, así sobrepasan mis
caminos y mis pensamientos a los caminos y a los pensamientos de ustedes.”
No miramos razones, motivos, oportunidades, metas, objetivos, deseos… no, vamos
por la más alta movilización que es querer lo que el Padre ha querido para el
Hijo y que el Hijo ha experimentado para todos nosotros.
Y si se es Hijo y se es Amado,
entonces no es imposible que el Padre culmine sus palabras afirmando… “…en
ti tengo puesta toda mi predilección”… Bella y reconfortante
experiencia que ser amado y amar como se es amado por el Padre ya es
complacencia y predilección del Padre. Antes de toda obra de Jesús, el Padre lo
llama su predilecto… El Hijo Jesús no necesita hacer nada para que el Padre se
sienta complacido. El Hijo Jesús no tiene porque hacer nada para ganarse la
aprobación del Padre, ya la tiene por no pretenderla, por haberse sumergido en
la silenciosa y cotidiana interrelación de Amor… Y sin pedir nada a cambio el
Hijo se ha puesto en marcha, no con el fin de destacarse sino de
consustanciarse y asemejarse al Corazón del Padre.
Nuestra condición de hijos de
Dios nos asemeja a Jesús Hijo. Y esa semejanza reclama ir hasta el fin de la
experiencia, hasta la gratuidad total, hasta la incondicionalidad mayor, hasta
la plenitud de Gozo, hasta el extremo de Amor… No somos semejantes a veces,
hemos sido hecho capaces de ser hijos como Jesús Hijo cada vez en un profundo
continuo Amor sostenido por ser amados de antemano, no después de… sino antes
que…
Este es el gran anuncio que la
humanidad necesita de cada uno de nosotros aquí y ahora… Cristianos hechos de
otra materia ya no son cristianos. Hijos de Dios hechos de otra experiencia ya
no son hijos de Dios. Hijos hechos a otra semejanza ya no pueden ser
reconocidos por el Hijo Amado Jesús.
Esta es la fuente de gozo y
paz de Jesús, y es la fuente de alegría y la fuente pacificadora de nosotros
sus discípulos, hijos en el Hijo…
Renunciemos como María a
nuestro ego que pretende conseguirlo todo y tener logros por sí mismo porque no
soporta ser nosotros. María es la gran hija colaboradora del Padre que engendra
al Hijo por la fuerza vital del Espíritu. Como María pidamos hoy… “concede
a tus hijos, renacidos del agua y del Espíritu, perseverar siempre en el
cumplimiento de tu voluntad.”
P. Sergio-Pablo Beliera