martes, 2 de julio de 2013

Homilía 13º Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo C, 30 de junio de 2013


Homilía 13º Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo C, 30 de junio de 2013
“Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén…”
Estas palabras de Lucas, describiendo un tiempo de Jesús, una etapa de su historia entre nosotros, expresan la decisión de Jesús de profundizar el camino iniciado.
Expresan la suprema libertad de Jesús de dejarse conducir por el Espíritu hasta el final del camino que es la Cruz y Resurrección, que supone la entrega total de su vida.
Frente a las distintas opciones, Jesús opta por encaminarse decididamente por el sendero angosto de la cruz que lo llevará a “su elevación al cielo”.
Jesús a optado por la libertad de darse enteramente sin evitar las consecuencias de esa decisión y de los acontecimientos que se desencadenarán a partir de su decisión.
No es una decisión tomada en la cabeza, no es una decisión reflexionada en cálculos humanos, es una decisión orada, una decisión tomada en la contemplación de la llamada que el Padre le ha hecho y de la donación de sí mismo que él ha elegido consumar.
Jesús no es un hombre sin salida, que no le queda otra, presa de los acontecimientos, es el hombre libre que nos dará la libertad desde esa libertad hecha carne que el representa y vive en plenitud.
Es la libertad de la que nos habla san Pablo: “Ésta es la libertad que nos ha dado Cristo. Manténganse firmes para no caer de nuevo bajo el yugo de la esclavitud. Ustedes, hermanos, han sido llamados para vivir en libertad, pero procuren que esta libertad no sea un pretexto para satisfacer los deseos carnales: háganse más bien servidores los unos de los otros, por medio del amor…”
Si Jesús expresa la plenitud de esta libertad, donada a nosotros por nuestra identificación con Él a través de nuestra fe iniciada en el Bautismo y alimentada en cada Eucaristía, nosotros estamos llamados a encarnar esa libertad de seguirlo decididamente hasta nuestra elevación al cielo.
Este seguirlo decididamente es el mantenerse firme en la libertad de hacer en nuestras vidas lo que Jesús hace en la suya, de hacer en nuestro tiempo lo que Él hace en el tiempo, de vivir en nuestra etapa de la historia lo que Él vive en todas las etapas de la historia.
Los “yugos de la esclavitud”, vienen a visitarnos continua e insistentemente, pero nuestro llamado “para vivir en libertad” es más fuerte que cualquier cadena de carne, de lazos afectivos, de formas de vida, de logros humanos, de miedos, de placeres y comodidades.
Los hombres libres que siguen a Jesús Libre, se hace servidores de todos, los unos de los otros, en una nueva forma de vida fraternal donde unos y otros somos colocados frente a la posibilidad de amarnos unos a otros sin la lógica de la rivalidad y la competencia.
Sólo los hombres libres de sí mismos pueden seguir a Jesús el hombre libre que nos llama y consolida en la libertad de darnos a nosotros mismos a los demás unos a otros y no de tomar unos de otros para nosotros mismos.
Sólo los hombres libres pueden ser servidores al estilo de Jesús. Los esclavizados en sus mentes, en sus corazones, en sus relaciones humanas, en sus apegos; no hacen otra cosa que esclavizar a los demás.
Seguir a Jesús es ser libre. Quien es libre sigue a Jesús.
Quien vive la libertad de seguir a Jesús, se hace servidor de la libertad de sus hermanos. Quien sigue a Jesús libera a sus hermanos a través del servicio humilde de dar la propia vida sin tomar la vida de los demás.
Señor Jesús, has que quienes hemos puesto la mano en tu arado, miremos hacia adelante, libres para recibirte a Ti y darnos como Tú a los demás, en la forma de servidores.

P. Sergio-Pablo Beliera