domingo, 9 de agosto de 2015

Homilía 19° Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo B, 9 de Agosto de 2015

“Él tuvo miedo, y partió en seguida para salvar su vida…” Expresiones como estas expresan en la Palabra de Dios lo descarnado de vivir, de las experiencias de la vida, que nos hace entrar muchas veces en retirada, en posición de huida… El miedo no es el disparador, sino la expresión de lo intolerable que nos pone en movimiento de escape.
O como dice san Pablo: “Eviten la amargura, los arrebatos, la ira, los gritos, los insultos y toda clase de maldad…” Todas estas manifestaciones (amargura, arrebatos, ira, insultos, maldad) provienen de un profundo disgusto con la vida, con las relaciones que se han entablado en la vida, y lo en lo más profundo una experiencia de no correspondencia entre lo que estamos hechos por Dios para vivir y lo que optamos vivir o nos imponen vivir.
Cuando el hombre no da más con su vida tal cual esta está siendo, sin adornos ni anestesias, muchas veces dice: ‘basta’… “¡Basta ya, Señor! ¡Quítame la vida, porque yo no valgo más que mis padres!”, como dice hoy Elías. Se tiene la experiencia de no puedo más así, y gritamos a Dios.
Una sana rebeldía con las formas que la vida ha tomado en nuestra historia familiar, comunitaria, social y por supuesto personal, no nos viene mal. Como dice el salmo: “Tenía confianza (fe), incluso cuando dije: «¡Qué grande es mi desgracia!».” (Sal 115,10) Es un reconocimiento doloroso, pero creyente y confiado.
Casi diría que hay una necesidad radical de experimentar este hastío de cómo las cosas estas yendo, sucediendo, encaminándose… “¡Basta ya, Señor!”
Entonces… entonces, viene un recomenzar, un reinicio del camino… Pero desde una perspectiva renovada, lejos de la omnipotencia, del ‘control total’, de ‘me llevo todo puesto’… Y también de una aceptación sumisa y desesperanzada de la impotencia, de un cruzarse de brazos, o dejarse matar porque sí.
No, ahora es otra cosa, otra perspectiva, una etapa nueva en el camino de vivir de cara a Dios y no de cara a mí mismo, a mis aspiraciones auto-referenciales, a los expectativas externas…
Se trata de empezar desde un punto de referencia sustentable, desde un: “Traten de imitar a Dios”, como dice san Pablo hoy. Sí, imitar a Dios. No debería resultarnos tan extraño, y muchos menos imposible, ya que para eso estamos hechos, ¿o no lo creemos así? Si no es así, estamos en problemas, en un conflicto sin solución. Como dice hoy Jesús: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió… Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí.” Esto es lo que ha sucedido, esto es lo que nos permite decir un ‘basta’ que no nos lanza al abismo, sino a los brazos del Padre, a la experiencia de Jesús.
Todo el ruido y la murmuración que hay en nosotros y entre nosotros viene de desoír esta experiencia fundamental del que camina a la luz del Señor y no a su propia luz o la luz ajena prestada. No podemos ni copiarnos, ni hacer trampa.
Nuestra verdadera huida es hacia Jesús, pero no porque sí, sino porque: “Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo él ha visto al Padre.” Y a Él debemos ir para hacer de nuestros ‘basta’ una oportunidad de vida, de más y mejor vida.
En esto creemos, en esto confiamos, en esto nos apoyamos, en esto ponemos nuestra esperanza, nuestro lanzarnos a nueva vida, vida que proviene de estas convicciones: “Practiquen el amor, a ejemplo de Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros, como ofrenda y sacrificio agradable a Dios.”
Sólo así, las afirmaciones de Jesús no caen en saco roto, en el vacío de nuestras distracciones o en las piruetas de nuestras abstracciones.
Enfrentamos las incongruencias, los desvaríos y las impertinencias de la vida con esta convicción que nos da Jesús:
“Yo soy el pan vivo bajado del cielo.
El que coma de este pan vivirá eternamente,
y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”.
No es palabrerío, es de verdad Vida, Vida que baja del cielo a nuestras vidas, más real que los rayos del sol y las estrellas más remotas. Somos capaces de afirmar que la vida viene de otras galaxias, y nos cuesta aceptar creyentemente que la Vida nos viene del Pan Vivo bajado del Cielo y no del que hacen nuestras manos. Rarezas de los creyentes que, como el profeta que se niega a seguir profetizando, los creyentes debemos revertir esta no-experiencia, para seguir creyendo, porque de esa Vida que viene de Jesús estamos hechos y, ese es el sentido palpable de nuestras existencias.
El mundo se muere de hambre de Dios, mientras los que decimos creer emprendemos extrañas retiradas cuando se nos da el Pan de Vida. Pero si no queremos aprender, no habrá modo que ese don se haga de nuestras entrañas comunitarias y personales. Dejémonos instruir por Dios. Escuchemos atenta y consecuentemente a Dios. Que nuestro ‘basta’ se transforme en ‘come’.
“¡Levántate, come, porque todavía te queda mucho por caminar!... el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”


P. Sergio-Pablo Beliera