domingo, 26 de abril de 2015

Homilía 4° Domingo de Pascua, Ciclo B, 26 de abril de 2015

“Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre”, dice el Señor Jesús, quien hoy se aplica a sí mismo la imagen del buen Pastor.
Quisiera invitarlos a adentrarnos por estas palabras al misterio de Jesús Buen Pastor, y de lo que eso implica para nosotros, como ovejas de su rebaño, pero, también como imitadores suyos como pastores de nuestras familias, amistades, trabajos, sociedad y comunidad cristiana (siempre considerando todo como uno vivido en la misma y por la misma persona).
Podríamos comenzar dejar sentado que, si no hubiera una Vida dada y efectiva en que es recibido lo que da y, que recobra la Vida por una interacción amorosa de Aquel que se la da y del que la recibe; todos nuestras vidas dadas -aún por los motivos más heroicos y nobles-, no tendrían ningún sentido porque, no podrían contribuir a una transformación, a un cambio significativo por el que valga la pena dar la vida, ya que nuestra irradiación es limitada en el tiempo y en el espacio, y no somos dueños de posteridad histórica.
Todos nuestros deseos, decisiones y esfuerzos por dar la vida, se sostienen en la Vida dada y vuelta a tomar de una manera definitiva y nueva (para siempre), de Jesús el Hijo Amado y por eso buen Pastor de su pueblo.
Pero existe una particularidad en este Jesús que se asume como Buen Pastor. Y es que hay una repulsión entre el ser Pastor y el ser Poderoso. Ya que, no hay nada más disímil a la conducción, al guiar, a la preocupación activa por el otro o los otros, que el desear, buscar y obtener poder. El que nos conduce, guía y se preocupa por nosotros, sólo tiene su Vida como poder para dar y poder para recibir, nada más.
Ninguna figura significativa: madre, padre, hermano, amigo; se condice con la forma de poder.
Una madre poderosa no es una madre ¡Quién se animaría a tomar su pecho! ¡Quién se recostaría en su regazo! ¡Quién la llamaría en el peligro! No es el poder lo que nos protege sino la presencia de su persona que nos da vida y calor.
Un padre poderoso no es un padre, es un poderoso sobre el que me apoyo para conseguir pretensiones, pero no amor, confianza, protección. No es la fuerza del padre la que nos da la sensación de protección, sino su paciencia y persistencia frente a la adversidad que no puede cambiar pero ante la que da la cara por nosotros y con nosotros.
A los enamorados se les produce todo tipo de manifestaciones corporales frente a la presencia de la persona amada, justamente porque no hay ningún poder ni de sí mismo, sino una vida que se quiere dar y otra que se quiere recibir.
El amor tiene el poder de reducirnos a la impotencia… Es el buen consejo de Cuatro a Tris: “…si te muestras débil te protegerán…” y “…eres más valiente cuando actúas de manera desinteresada…” (Divergente, cap. 22 y 24 ). Si eso vale para recobrar el aliento de la amistad, de la hermandad, vale aún más para acompañarnos y conducirnos en la vida.
A los cristianos no debería atraernos el poder, pero si la osadía de dar la vida por pura gratuidad de amor, porque no se puede ni siquiera desperdiciar en el corazón y en la vida una vida en juego, en peligro. Ese es el testimonio vivo del Buen Pastor Jesús: “El buen Pastor da su vida por las ovejas… Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir”.
El poder de los cristianos está en el poder de Jesús Buen Pastor de dar la vida, de dar su vida para bien de los demás, aunque sobre uno sobrevengan todos los males posibles.
Esta es la fuerza de atracción más significativa y contundente. Hay Uno que se atrevió a poner su vida en juego dándola por entero sin retribución inmediata alguna y sin una multitud de seguidores, por una sólo de nosotros perdidos. Y desde su entrega escondida y despreciada, fue tenido en cuenta por Aquel que tenía los ojos de Amor puestos en Él, y juntos volvieron a la Vida para darla a aquellos que la pierden fácil e innecesariamente cada día.
No ofrece nada que Él no haya vivido. Le costó encontrar discípulos de semejante ofrenda, pero poco a poco en cada generación encuentra algunos que escuchan la Voz Interior de su ser y hacer Único y se entusiasman con ser una ofrenda en el mundo sin que el mundo se los pida.
Por un lado podríamos decir que es entendible las consecuencias de ausencia de vocaciones aunque haya muchas sensaciones, porque esos llamados no son libres aún de ser alguien a los ojos de los otros, de tener solicitudes de amigos que no conocen, de Like’s, de seguidores, etc. Una sociedad distraída que educa niños y jóvenes distraídos muy poco puede ofrecer a un cambio de calidad en el mundo. Podemos seguir coleccionando cantidad y nada más, y seguir quedándonos con una oveja mientras las noventa y nueve siguen afuera desprotegidas, abandonadas, ignoradas… Da escalofríos…
Pero siempre hay quien rompe el molde y se anima: “Jefes del pueblo y ancianos, ya que hoy se nos pide cuenta del bien que hicimos a un enfermo y de cómo fue curado, sepan ustedes y todo el pueblo de Israel: este hombre está aquí sano delante de ustedes por el nombre de nuestro Señor Jesucristo de Nazaret, al que ustedes crucificaron y Dios resucitó de entre los muertos….”.
Sólo la pasión total y desenfrenada, por este Buen Pastor que no tiene nada más que ofrecernos que Su Vida en inclaudicable compañía, mientras como ovejas cargamos la cruz y lo seguimos sin otra cosa que el sostén de Su Voz y de los Ojos puestos en Él. Y aunque haya recompensas humanas transitorias, nada de ello debe importarnos y distraernos, siendo el único y sustentable motivo de nuestra vida la Alegría que nos da el ser suyos y contar con Él. Eso nos volverá incondicionales de cada ofrenda, nos hará tomar riesgos en el dejarnos estirar por nuestros hermanos y en el estirarnos hasta doler por alcanzarles un consuelo.
El consuelo que brota de esta experiencia renovará, protegerá y unificará el rebaño que el Buen Pastor Jesús ha reunido en torno suyo.
¡Den gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterno su amor!
Es mejor refugiarse en el Señor
que fiarse de los hombres;
es mejor refugiarse en el Señor
que fiarse de los poderosos.

P. Sergio Pablo Beliera