domingo, 9 de junio de 2013

Homilía 10º Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo C, 9 de junio de 2013


Homilía 10º Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo C, 9 de junio de 2013
Dios ha visitado a su pueblo y se ha quedado definitivamente con el, en su Palabra, en la Eucaristía, en los crucificados, en la vida fraterna de sus discípulos. Allí permanece el Señor Jesús Resucitado y toda la vida que de Él se desprende.
Somos nosotros, quienes lo visitamos a Él ahora en estos lugares de su presencia y vida. De ellos emana su Presencia y Vida para nosotros. En ellos Él se vuelve accesible a todos para dimanar vida, ternura, compasión, ánimo…
Así cómo hoy Jesús visita con su compasión a esta viuda en lágrimas; así nosotros, atraídos por su compasión, visitamos a Jesús que llora por su hijo único muerto...
Así, llora la Iglesia en su oración suplicante, intercediendo de día y de noche con palabras y en el silencio, por todas las atroces muertes que nos rodean. Porque como esta viuda nosotros estamos rodeados por la muerte de nuestro pares y de nuestros hijos...
¿Quien escuchando, meditando y repitiendo este evangelio de Lucas, puede dejar de pensar en María, la viuda que llora por la muerte de su hijo único Jesús, que ha sido llevado fuera de la ciudad para ser enterrado y que resucitará fuera de la ciudad y maravillara al mundo?
Sin duda que esta experiencia de Jesús con la viuda, su hijo único y esta multitud, preanuncia lo que será su muerte y resurrección y la experiencia de su Madre María y de la Madre Iglesia.
Pero a su vez, la pasión, muerte y resurrección de Jesús vive en nosotros en todas nuestras experiencias de muerte transformadas en vida.
Para nosotros hoy también todas las muertes son una urgente llamada a visitar a quienes la viven, con la vida que Jesús nos deja para dar siempre. Vive el que escucha la Palabra, vive el que celebra come y adora el Pan de Vida, vive el que se deja tocar por la Compasión de Jesús en la caridad de la Iglesia, vive quien permanece unido a la comunión fraterna...
Es así como lo anunciaba ya el cántico de Zacarías: "...gracias a la misericordiosa ternura de nuestro Dios, que nos traerá del cielo la visita del Sol naciente, para iluminar a los que están en las tinieblas y en la sombra de la muerte, y guiar nuestros pasos por el camino de la Paz." Lc 1,78-79
Y al final del evangelio, Jesús Resucitado visitará a sus discípulos para enviarlos a visitar a todos los hombres sin distinción con el anuncio que, «Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo».
Dejarnos visitar por Jesús y maravillarnos. Visitar a Jesús y maravillarnos. Visitar en nombre de Jesús y maravillarnos. He aquí todo un programa de vida cotidiana para pasar de la muerte a la vida todos -muerto y vivos-, viudas, hijos únicos y acompañantes compasivos.
El que es visitado por Jesús y no se levanta, no ha aprovechado de su visita... El que visita a Jesús y no se levanta no ha hecho una verdadera visita...
El que visita a su hermano y no lo levanta y no sale el mismo levantado, ha desperdiciado la oportunidad...
La visita de Jesús es ya su convicción que no estamos muertos...
Nuestra visita a Jesús es la fe en que Él puede levantarnos...
La visita a mi hermano muerto, es la fe en que Jesús puede levantarnos a ambos.
Jesús puede hacer muchas más cosas que las que pensamos o imaginamos a pesar nuestro. Jesús no siempre espera al principio nuestro consentimiento. Una vez que nos hemos levantado por su compasión y su palabra, podemos hablar y ser devueltos a los nuestros transformados y cesan las lágrimas y nace la fe.
Debo decir que conozco personalmente esta dinámica de la acción de Dios. Ha sido así cada vez que he resucitado... Él lo sabe bien y no me deja mentir...
«Bendito sea el Señor… porque ha visitado y redimido a su Pueblo, y nos ha dado un poderoso Salvador..." Él se anticipa, pasa justo a tiempo, se da cuenta, nos presta atención, nos intercepta en el camino, detiene nuestra procesión fúnebre de cada día, nos interroga por nuestro llanto, extiende su mano y da su palabra que ordena la vida porque Dios no quiere la muerte sino la vida, contempla nuestro levantarnos y escucha nuestras palabras, y junto con nosotros se admira del Padre de la Vida…
Cada vez que interviene, nos da una esperanza no sólo para el futuro, sino también para el presente. Quien quiera vivir la resurrección final de Jesús tiene que vivir aquí y ahora frente a todas las muertes de fe (ausencia de fe, indiferencia, negación lucha contra la fe, obstinación, imposibilidad de creer), frente a todas las muertes existenciales del sentido de la vida (apatía, tristeza, desidia, abandono, materialismo, narcisismo), frente a todas las muertes morales (falta de valores, incoherencia, incongruencia, adicciones al alcohol – drogas – juego - sexo, erotización de la vida, corrupción, violencia), frente a todas las muertes sociales (pobreza, falta de oportunidades educativas, falta de acceso a la salud, relaciones de compra de voluntades, dependencia de vínculos que generan irresponsabilidad en independencia), frente a todas las muertes injustas (desnutrición, trabajo esclavo, accidentes, imprevisiones en la salud, inseguridad); la experiencia de vivir ahora resucitados por la compasión del Corazón, de la Palabra y del Gesto de Jesús.
Hay que responder siempre a la iniciativa de Jesús, sea cual sea esta. Como dice Pablo en su experiencia personal: cuando Dios, que me eligió desde el vientre de mi madre y me llamó por medio de su gracia, se complació en revelarme a su Hijo, para que yo lo anunciara entre los paganos, de inmediato…”
La Iglesia, la comunidad de los creyentes no puede pasar por alto esta llamada, esta actitud permanente de Jesús y vivirla en Ella y hacia los hombres. La Iglesia como Cuerpo vivo de Jesús Resucitado en el mundo, esta llamada a detenerse frente a estas muertes, conmoverse, dar consuelo y esperanza, secar las lágrimas, y tener gestos de ternura, misericordia y vida. Todo desde su impotencia humana, pero desde la fuerza de Jesús Resucitado que vive en Ella. Nada hecho por si misma sin Jesús, sin su Palabra, sin su Eucaristía, sin su amor fraternal.
Recemos por nosotros la Iglesia para parecernos siempre al gran profeta que ha aparecido en medio de nosotros, concientes que Dios ha visitado a su Pueblo”.

P. Sergio-Pablo Beliera