Homilía 10º
Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo C, 9 de junio de 2013
Dios
ha visitado a su pueblo y se ha quedado definitivamente con el, en su Palabra,
en la Eucaristía, en los crucificados, en la vida fraterna de sus discípulos.
Allí permanece el Señor Jesús Resucitado y toda la vida que de Él se desprende.
Somos
nosotros, quienes lo visitamos a Él ahora en estos lugares de su presencia y
vida. De ellos emana su Presencia y Vida para nosotros. En ellos Él se vuelve
accesible a todos para dimanar vida, ternura, compasión, ánimo…
Así
cómo hoy Jesús visita con su compasión a esta viuda en lágrimas; así nosotros,
atraídos por su compasión, visitamos a Jesús que llora por su hijo único
muerto...
Así,
llora la Iglesia en su oración suplicante, intercediendo de día y de noche con
palabras y en el silencio, por todas las atroces muertes que nos rodean. Porque
como esta viuda nosotros estamos rodeados por la muerte de nuestro pares y de
nuestros hijos...
¿Quien escuchando, meditando y repitiendo
este evangelio de Lucas, puede dejar de pensar en María, la viuda que llora por
la muerte de su hijo único Jesús, que ha sido llevado fuera de la ciudad para
ser enterrado y que resucitará fuera de la ciudad y maravillara al mundo?
Sin
duda que esta experiencia de Jesús con la viuda, su hijo único y esta multitud,
preanuncia lo que será su muerte y resurrección y la experiencia de su Madre
María y de la Madre Iglesia.
Pero
a su vez, la pasión, muerte y resurrección de Jesús vive en nosotros en todas
nuestras experiencias de muerte transformadas en vida.
Para
nosotros hoy también todas las muertes son una urgente llamada a visitar a
quienes la viven, con la vida que Jesús nos deja para dar siempre. Vive el que
escucha la Palabra, vive el que celebra come y adora el Pan de Vida, vive el
que se deja tocar por la Compasión de Jesús en la caridad de la Iglesia, vive
quien permanece unido a la comunión fraterna...
Es
así como lo anunciaba ya el cántico de Zacarías: "...gracias a la
misericordiosa ternura de nuestro Dios, que nos traerá del cielo la visita del
Sol naciente, para iluminar a los que están en las tinieblas y en la sombra de
la muerte, y guiar nuestros pasos por el camino de la Paz." Lc
1,78-79
Y
al final del evangelio, Jesús Resucitado visitará a sus discípulos para
enviarlos a visitar a todos los hombres sin distinción con el anuncio que, «Un
gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo».
Dejarnos
visitar por Jesús y maravillarnos. Visitar a Jesús y maravillarnos. Visitar en
nombre de Jesús y maravillarnos. He aquí todo un programa de vida cotidiana
para pasar de la muerte a la vida todos -muerto y vivos-, viudas, hijos únicos
y acompañantes compasivos.
El
que es visitado por Jesús y no se levanta, no ha aprovechado de su visita... El que visita a Jesús y no se levanta no ha
hecho una verdadera visita...
El
que visita a su hermano y no lo levanta y no sale el mismo levantado, ha
desperdiciado la oportunidad...
La
visita de Jesús es ya su convicción que no estamos muertos...
Nuestra
visita a Jesús es la fe en que Él puede levantarnos...
La
visita a mi hermano muerto, es la fe en que Jesús puede levantarnos a ambos.
Jesús
puede hacer muchas más cosas que las que pensamos o imaginamos a pesar nuestro.
Jesús no siempre espera al principio nuestro consentimiento. Una vez que nos
hemos levantado por su compasión y su palabra, podemos hablar y ser devueltos a
los nuestros transformados y cesan las lágrimas y nace la fe.
Debo
decir que conozco personalmente esta dinámica de la acción de Dios. Ha sido así
cada vez que he resucitado... Él lo sabe bien y no me deja mentir...
«Bendito
sea el Señor… porque ha visitado y redimido a su Pueblo, y nos ha dado un
poderoso Salvador..." Él se anticipa, pasa justo a tiempo, se da
cuenta, nos presta atención, nos intercepta en el camino, detiene nuestra
procesión fúnebre de cada día, nos interroga por nuestro llanto, extiende su
mano y da su palabra que ordena la vida porque Dios no quiere la muerte sino la
vida, contempla nuestro levantarnos y escucha nuestras palabras, y junto con
nosotros se admira del Padre de la Vida…
Cada
vez que interviene, nos da una esperanza no sólo para el futuro, sino también
para el presente. Quien quiera vivir la resurrección final de Jesús tiene que
vivir aquí y ahora frente a todas las muertes de fe (ausencia de fe,
indiferencia, negación lucha contra la fe, obstinación, imposibilidad de creer),
frente a todas las muertes existenciales del sentido de la vida (apatía,
tristeza, desidia, abandono, materialismo, narcisismo), frente a todas las
muertes morales (falta de valores, incoherencia, incongruencia, adicciones al
alcohol – drogas – juego - sexo, erotización de la vida, corrupción, violencia),
frente a todas las muertes sociales (pobreza, falta de oportunidades
educativas, falta de acceso a la salud, relaciones de compra de voluntades,
dependencia de vínculos que generan irresponsabilidad en independencia), frente
a todas las muertes injustas (desnutrición, trabajo esclavo, accidentes,
imprevisiones en la salud, inseguridad); la experiencia de vivir ahora
resucitados por la compasión del Corazón, de la Palabra y del Gesto de Jesús.
Hay
que responder siempre a la iniciativa de Jesús, sea cual sea esta. Como dice
Pablo en su experiencia personal: “cuando Dios, que me eligió desde el vientre de mi madre y me llamó por
medio de su gracia, se complació en revelarme a su Hijo, para que yo lo
anunciara entre los paganos, de inmediato…”
La Iglesia, la comunidad de los creyentes no
puede pasar por alto esta llamada, esta actitud permanente de Jesús y vivirla
en Ella y hacia los hombres. La Iglesia como Cuerpo vivo de Jesús Resucitado en
el mundo, esta llamada a detenerse frente a estas muertes, conmoverse, dar consuelo
y esperanza, secar las lágrimas, y tener gestos de ternura, misericordia y
vida. Todo desde su impotencia humana, pero desde la fuerza de Jesús Resucitado
que vive en Ella. Nada hecho por si misma sin Jesús, sin su Palabra, sin su
Eucaristía, sin su amor fraternal.
Recemos por nosotros la Iglesia para parecernos
siempre al “gran profeta que ha
aparecido en medio de nosotros, concientes
que
Dios ha visitado a su Pueblo”.
P. Sergio-Pablo Beliera