domingo, 4 de mayo de 2014

Homilía 3º Domingo de Pascua, Ciclo A, 4 de mayo de 2014

“Tú me has hecho conocer los caminos de la vida y me llenarás de gozo en tu presencia.”
A veces puede ser que esperemos cambios significativos en nosotros o en otros. Esos cambios significativos se dan, pero deben ser esperados y encarados en la esperanza que lo que el Padre hizo en el Hijo, también lo realice en nosotros. Así lo expresa la oración colecta que acabamos de elevar a Dios: Dios nuestro, que tu pueblo se alegre siempre por la nueva vida recibida, para que, con el gozo de los hijos, aguarde con firme esperanza el día de la resurrección final.”
Muchas veces esos cambios no llegan, no se dan, por el simple hecho que no los esperamos con esperanza sino con escepticismo, miedo y desanimo, sin alegría sincera, sin aire y espacio. Son cambios esperados pero condenados al fracaso. No podemos permitirnos este estado, esta actitud interior.
Jesús, es un gran provocador de esos cambios significativos. Basta escucha la predicación de Pedro en los Hechos de los Apóstoles, y el cambio de actitud en los discípulos camino de Emaús.
Todo cambio significativo, comienza en un sencillo ponerse en camino, de Jesús, con nosotros: “…el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos”. No es tanto y sin embargo es sustancial. Sólo a partir de esta actitud de Jesús es posible comenzar a andar el sentido hacia un cambio significativo.
Jesús en persona primero se acerca y luego sigue caminando con nosotros. Siempre sin la experiencia de reconocerlo desde el principio, eso vendrá más adelante.
Jesús se acerca… Este acercamiento es esencial en la actitud de Jesús desde que se hizo uno de nosotros. El acercamiento, no es una mera proximidad, sino que es un hacerse uno de nosotros en eso que somos y vivimos. Nunca seremos lo suficientemente consientes de lo que significa y de la dimensión de la cercanía de Jesús. Este acercarse es distintivo de Jesús y no puede faltar a su presencia. En semejante actitud de cercanía Jesús se hace profundamente íntimo a nuestras existencias y sus avatares. No es una cercanía aséptica, sino que se contamina de todo lo que somos y hacemos sin quedar Él contaminado de lo que para nosotros es insuperable.
El que se Encarnó, “se acercó”.
El que existió y vivió entre nosotros, “se acercó”.
El que tocó con sus manos, con su mirada, nuestras enfermedades y pecados, “se acercó”.
El que padeció y murió por nosotros, “se acercó”.
El que resucitó del sepulcro, “se acercó”.

Jesús sigue caminando con nosotros…
Nuestro camino es el que emprende Jesús, nos toma en el camino que hemos emprendido, aunque este sea “con el semblante triste” de la decepción, de la frustración aparente, de las expectativas rotas. Allí donde caminamos con nuestra existencia a cuestas allí camina Jesús con nosotros. Allí donde caminamos mascullando nuestras preguntas y nuestras dudas, camina Jesús con nosotros. Se pone en nuestro camino, no intenta sacarnos del camino, sino del peso que llevamos en nuestras vidas por el camino. Siempre con nosotros en el camino, nunca sin nosotros en el camino, Jesús no piensa, no quiere y se entrega por entero a acompañarnos en el camino, nunca nos dejará sólo en este caminar que a veces se nos vuelve oscuro o difuso, pesado o triste.
Camina con nosotros el que es El Camino.
Camina con nosotros en nuestras vidas el que es La Vida.
Camina con nosotros en medio de nuestras perplejidades el que es La Verdad.
Camina con nosotros así como estamos, porque Jesús Resucitado sabe donde llevarnos y como llevarnos.
         Camina con nosotros hasta que anochezca y acepta humilde y sencillamente pero con deseo ardiente nuestro: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba”.
          Y el que se acercó y se puso en el camino con nosotros, casi al final del camino, “entró y se quedó” con nosotros en la Eucaristía, Pan de Amor horneado en el fuego ardiente del Corazón de Jesús.
“Tú me has hecho conocer los caminos de la vida y me llenarás de gozo en tu presencia.”


P. Sergio-Pablo Beliera