A veces, muy a menudo, me encuentro pensando con corazón
orante… ¡Cómo hacer para que todos los
hombres, sin distinción en este tiempo que me toca vivir, puedan conocer el
inmenso amor de Dios! No es una pregunta, es una exclamación, un suspiro
hondo, una expiración de lo que llena el corazón y guía la vida cotidiana, y
que uno no quiere que sea puramente suyo, sino de todos. Así me imagino los
suspiros de Dios por nosotros, y la mismísima exhalación de Jesús sobre sus
discípulos… “…sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados
serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que
ustedes se los retengan”.”
A muchos, nos es impensado la posibilidad que otros no
reciban y acojan la divina noticia de la Misericordia de Dios manifestada en la
Resurrección de Jesús. No queremos que nadie quede al margen de semejante
vuelta de página en la historia. Eso es muy bueno, viene del Espíritu Santo,
por que Él fue dado para manifestar la fuerza de la Misericordia de la
Resurrección.
Frente a esto, la complejidad del mundo contemporáneo y
sus infartantes desigualdades, hacen suspirar a muchos, y a otros los llenan de
incredulidad. Conviven la ternura y la dureza en una tensión en la que urge una
elección.
A la vez el mundo necesita creer o justificarse para no
creer, día a día crecen las preocupaciones por demostrar científicamente la
existencia de Jesús, de sus milagros, de su muerte, de su resurrección… Sin
embargo, todos sabemos que no es la evidencia lo que hace que una persona se
vuelque a los brazos del otro, sino algo inexplicable para la ciencia, que hace
que ame, que espere y que crea…
Y si la ciencia lo demostrara, nada cambiaría, porque es
constitutivo del hombre amar, esperar y cree. No es extraño a nosotros, sino
que muchas veces nos queremos convencer que lo es, para no tener que entrar
allí donde no está nuestro dominio. Porque en la esperanza, en la fe y en el
amor, estamos fuera de nuestro dominio, aunque cuando amamos, esperamos y
creemos, estamos en nuestro verdadero ambiente. Sin lo cual no sería posible ni
siquiera relacionarnos en el plano horizontal de pares. En ese sentido, es
impactante la afirmación de la carta de san Juan hoy: “La señal de que amamos a los
hijos de Dios es que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos”. Lo
cual implica que para explicar mi amor a los demás, para ser creíbles que
amamos a los otros de verdad, es que amamos a Dios y vivimos según Él. Es
fuerte esta afirmación que, sin amor a Dios no soy fiable en el amor humano.
Y es aquí, donde el suspiro inicial encuentra su canal,
su forma de hacerse realidad.
Es verdad que los hombres somos irreconocibles a veces a
pesar de conocernos a través del paso del tiempo, de compartir espacios,
experiencias… Pero no como una lectura negativa, sino como la experiencia de
Jesús y de Tomás, ambos se conocían pero ahora al existir una nueva experiencia
en la vida de Jesús que lo hace El Resucitado, las referencias de Tomás cambian
y debe dar un salto junto con Jesús para continuar en esa exquisita relación.
Ver el dedo de Tomás posarse en las heridas del cuerpo resucitado de Jesús es
impactante para la mirada, pero aún más para la fe, la esperanza y la caridad
de un hombre empírico pero a la vez con una inteligencia y un alma supra
empírica.
La comunidad cristiana de los inicios se volvió “un
solo corazón y una sola alma” por este motivo. La nueva situación de
Jesús Resucitado implicaba una nueva forma de relaciones, una unanimidad en la
fe y en la vida. De ahí que el “todo en común” es la manifestación
de tener una sola referencia en común de manera definitiva y plena: a Jesús
resucitado, del que daban testimonio con valentía. Así su amor nacía de una
Solo Amor a Jesús Resucitado y a la vez su testimonio sobre Jesús Resucitado se
volvía creíble por el amor mutuo, manifestado en ponerlo todo en común, para
que nadie sufra necesidades. Una mayor Misericordia implica una mejor Justicia,
y una mejor Justicia implica una mayor Misericordia.
“¡La paz esté con ustedes!” es un don de Dios ausente entre nosotros sin Él. No podemos ilusionarnos
que la tendremos sin Él y sin nosotros recibiéndola de Él y dándola a los
otros.
“¡Es eterno su amor!” Repite por tres veces el salmista. Es algo que no sólo es deseable querer
sino que necesitamos creer, porque no está más allá de la evidencia empíricas.
cuando un creyente se ve desafiado a lanzarse a ese amor en medio de la noche
sin más referencias que las internas, y a la vez con la memoria de semejante
amor de Dios a lo largo de la Historia y de la propia historia, allí la fe se
consolida y el testimonio se hace evidente.
Creer en la Resurrección implica esperar en su
Misericordia y dar la Resurrección a través de su Misericordia nos lleva a
resucitar con Él.
P. Sergio-Pablo Beliera