Homilía
Solemnidad de Pentecostés, Ciclo C, 19 de mayo de 2013
“Al llegar el día de Pentecostés,
estaban todos reunidos en el mismo lugar.” Acabamos de escuchar… Ese “todos
reunidos” y “en el mismo lugar”, resulta altamente sugestivo y habla
claramente de las condiciones en la el Espíritu es dado como Don prometido por
Jesús y del que Él mismo ha hecho una gran experiencia.
Jesús nunca tuvo que preocuparse
por que pasaría después de su partida, para Él estaba muy claro, nada sería
diferente de cómo venían siendo hasta ahora el estilo de manejar la situación
por el Padre, una vez más sería el Espíritu ese Don dado que seguiría siendo el
punto de costura que da unidad al plan del Dios Amor.
El elemento humano estaba dado,
la humanidad de Jesús unida a la humanidad de sus discípulos, y el elemento
divino, el Espíritu insuflado por el mismo Jesús como soplo de vida nuevo y
definitivo.
El elemento humano debe hacer
siempre la experiencia de ser un solo Cuerpo con Jesús Resucitado. Todos
reunidos, ni uno menos ni uno más , simplemente todos. Nunca sabremos ni
podremos manejar ese todos, es dado y debe ser vivido, se experimenta cuando se
debe hacer un lugar, cuando hay que traer una silla más, cuando hay que poner
un plato más, cuando hay que repartir lo que tenemos a uno más, ese visitante
inesperado que nos sorprende fuera de agenda… Ahí estamos siendo todos aunque
tal vez falte mucho para serlo definitivamente…
Pero ese todos, llama cual imán
a su materia, a estar reunidos en un mismo lugar… No podemos ni ser un “todo virtual”, ni podemos estar
reunidos sin estar en el “mismo lugar”.
Ese “mismo lugar” es el visitado y
habitado por Jesús Resucitado… es la Eucaristía que celebramos en Memoria suya.
Estar reunidos es estar en
estado de Memoria, no de nosotros y nuestras cosas, sino de la trama vivida con
Jesús Resucitado y del cual el Espíritu es protagonista invisible y testigo que
marca con el sello del Padre los acontecimientos. Eucaristía de tres mesas: de
Su Palabra, de Su Cuerpo y Su Sangre, de nuestro Encuentro fraterno con Él y
entre nosotros “ite misa est”…
Esta reunión en un “mismo lugar” le da dimensiones humanas
y divinas a nuestro encuentro de tal modo que el encuentro sea vivo y en tiempo
real, despreocupado del pasado (el miedo) y del futuro (la duda)… Cohesionados
por una Presencia que nos supera pero que irrumpe y colma de Paz y Alegría.
Es la necesaria tensión entre
ser una Iglesia puramente hecha de elemento humano o una Iglesia hecha
puramente de elemento divino. Sólo podemos ser una Iglesia reunida por el envío
de Jesús Resucitado que nos ha donado y del que hemos recibido en Espíritu de
reconciliación, de comunión de elemento divino y humano.
“Todos quedaron llenos del
Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas…” El
Espíritu tiene que poder ser “dado a
todos”… todos tiene que quedar llenos, no hay uno que reciba más y otro que
reciba menos Espíritu.
Ese es un gran desafío para la
Iglesia de ayer, de hoy y de mañana… En la Iglesia todos están llenos del
Espíritu o no lo están, pero no hay más y menos. A veces estamos muy lejos de esto,
pero no por el Soplo del Espíritu de Dios, sino por espíritu del mal que divide
y confronta nuestros orgullos heridos, nuestras voluntades de poder de unos
sobre otros, de falsas dignidades…
Por eso es tan importante que la
Iglesia del Espíritu hable distintas lenguas. No es la Iglesia ficticia y
nostálgica de una sola lengua, sino que habla todas las lenguas, que penetra
todas las culturas con la fuerza del Espíritu, sin anular las particularidades,
logra la unidad. Que fácil sería la unidad en una sola lengua… pero así no
sabemos que es el Espíritu quien tiene el control de la Comunión… Pero cuando
hay diversas lenguas y un mismo mensaje, es porque hay una misma Presencia, la
del Espíritu, que hace lo diverso entrar en Comunión…
El espíritu del mundo quiere la
unanimidad de las mayorías, de las imposiciones, de lo unívoco, o de las
diversidades atomizadas incapaces de entrar en una misma historia de Comunión.
Cuando nuestra diversidad es un obstáculo, estamos escudándonos en un falso
argumento de nuestra incapacidad para recibir el Espíritu donado por Jesús
Resucitado. Hay mucho para aprender y meditar aquí…
“…todos los oímos proclamar en
nuestras lenguas las maravillas de Dios.” Y más aún es comprobable la
experiencia del Espíritu como Don permanente en nosotros cuando los hombres
diversos somos capaces de unánimemente de “proclamar las maravillas de Dios”…
Porque esas maravillas de Dios son en medio nuestro, es la Comunión entre
nosotros y más aún es el reconocimiento de la maravilla de Jesús Resucitado que
permanece vivo entre nosotros.
Cuando las maravillas de Dios
que proclamamos son nuestra múltiples buenas intenciones, las obras de nuestras
manos sin participación de Dios, nuestro orgulloso dar a Dios y a los demás y no
el maravilloso obra de Dios con nosotros y entre nosotros, estamos lejos de
esta verdadera y única maravilla.
Cuando mi alma canta la grandeza
del Señor, estamos en el espíritu de María, la Mujer llena del Espíritu Santo
que la hace Madre y Esposa, toda Ella Comunión.
Las maravillas de Dios son vida,
es la vida misma en continuidad con su vida. La superación contante de lo que
nos escinde de Dios y a unos de otros… “Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz
de la tierra… ¡Gloria al Señor para siempre, alégrese el Señor por sus obras!”
P. Sergio-Pablo
Beliera