domingo, 6 de noviembre de 2011

HOMILÍA 32º DOMINGO DURANTE EL AÑO, CICLO A, 6 DE NOVIEMBRE DE 2011

HOMILÍA 32º DOMINGO DURANTE EL AÑO CICLO A 6 DE NOVIEMBRE DE 2011

Tal vez unas de las experiencias mas reconfortantes de la vida sea "salir al encuentro".

El hombre y la mujer que salen al encuentro, se sienten atraídos por alguien que les resulta insustituible y de gran valor e importancia. ¡Que bien nos sentimos cuando alguien adquiere ese lugar de relevancia que nos hace salir de lo nuestro para ir a su encuentro! ¡Dichoso el hombre que se anima a salir al encuentro!

Y cuando esa relevancia la ocupa Dios que nos ha invitado a la fiesta de la Comunión de Amor con El, cuanto mas. Es incomparable.

Los creyentes, las vírgenes del Evangelio, son los que han sido invitados y salen al encuentro del Dios Amor que los ha invitado.

Solo la imprudencia puede obstaculizar este encuentro. Es la imprudencia de nuestros encierros que nos hacen pensar que las cosas serán como nosotros las imaginamos, las soñamos, las deseamos. El encierro ahoga nuestras posibilidades de encuentro.

Es este encierro, motivo de nuestros desencuentros, de nuestros desentendimientos que nos dejan fuera de la sala nupcial donde se celebra la Unión de Amor entre Dios y nosotros.

Porque salir al encuentro no es un acto exterior sino un acto interior que se expresa hacia el exterior. Nos dormimos y cuando despertamos ya no tenemos las fuerzas de la de que nos habían traído hasta el encuentro con el Señor Amado.

Una vez mas Jesús nos quiere hacer concientes de nuestra dualidad, queremos pero no hacemos lo suficiente en cuanto a ser providentes y cuidar el aceite de la fe en el encuentro que necesita de la espera paciente, porque nada que sea importante puede darse de un día para el otro. Si el Señor nos hace esperar es para que estemos debidamente preparado para un encuentro que permita una unión plena y definitiva. Por eso no ataca nuestra dualidad, sino que nos avisa que no se puede caminar hacia el encuentro por cualquier camino y menos con cualquier actitud distraída. Porque como dice Jesús: "el espíritu esta dispuesto, pero la carne es débil"

La Eucaristía es escuela de salir al encuentro del Señor que viene. Ella es el grito claro y certero en medio de la noche que nos dice: "salgan al encuentro que el Esposo esta aquí" El viene y espera entrar dentro a partir de la escucha atenta y abierta de su Palabra. Es la primer gran entrada a la Comunión de Amor. Una escucha que busca la puesta en marcha, en acción de lo escuchado. La primera acción de lo escuchado es contemplarlo, mirarlo en la vida de Jesús y en la nuestra, contemplarlo dejando que surja un deseo nuevo de vida y amor en común. Luego viene la conversión o la reconversión a lo contemplado para que se haga carne en mi y venga yo a ser su palabra viva, una "humanidad supletoria" que grite "con mi vida el Evangelio". Así, el que escucho el grito de aviso de la llegada del esposo, se hace ahora grito para los demás de la presencia amorosa e ineludible del que nos ama.

Esta es la actitud de velar que espera el Señor, exprese lo que significa para nosotros encontrarnos con El. Velar con los ojos abiertos y velar con los ojos cerrados, velar de día y de noche, en las buenas y en las malas, en la alegría y en la tristeza. Hacernos vírgenes prudentes, previsoras y dispuestas en el encuentro con nuestro Dios, conscientes de nuestras dualidades, haciendo crecer el trigo que sabe morir a su voluntad y dar el fruto de la voluntad de Dios viviente en nuestro interior y dejando de lado la cizaña que es todo desenfoque y distracción puesto en nuestro corazón por la imaginación y el exterior, construyendo sobre la roca de un amor genuino y atento y no sobre la arena de los deseos y las promesas incumplibles.

Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora” es el maravilloso aviso que nos hace Jesús para que siempre y en toda circunstancia estemos abiertos a ser sorprendidos por el amor. Hoy estoy dispuesto a recibirte por entero mi Señor porque has salido a mi encuentro porque me amas, voy a tu encuentro para amarte.

P. Sergio Pablo Beliera