domingo, 3 de agosto de 2014

Homilía 18° Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo A, 3 de agosto de 2014

“"No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos". Ellos respondieron: "Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados"… "Tráiganmelos aquí", les dijo.”
Conocemos bien este diálogo altamente desafiante entre Jesús y sus discípulos. Diálogo siempre vigente, siempre presente.
Ahora, quiero compartir un aspecto de este evangelio para nosotros hoy. Si miramos con atención Jesús lanza un desafío a los discípulos: "No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos". Pero ellos no tienen más que cinco panes y dos peces, y basta. No es mucho, en realidad ante la multitud es nada. Entonces el desafío lanzado es imposible de cumplir.
Pero Jesús, dice: "Tráiganmelos aquí". Todos conocemos lo que sucede después.
Pero detengámonos aquí. Después de estas palabras es Jesús quien actúa y no los discípulos. Sin embargo el mandato de Jesús era que ellos mismos les dieran de comer. Engañosamente los discípulos habían pensado que ese “ustedes mismos”, significaba hacerse cargo por su cuenta de darle de comer a una multitud. Sensatamente Jesús se da cuenta que ellos por sí mismos, no pueden. Él debe intervenir, pero de tal modo que los ponga dentro de lo que va a suceder y no fuera como meros espectadores.
Lo poco que hay y ellos le entregan los deja dentro, por un lado. Y por otro lado, el dejarlo hacer a Jesús y acompañarlo silenciosamente, también los deja dentro. Y aún más, los deja dentro y participes activos de la acción de Jesús, el hecho que ellos reciben los panes y los peces abundantes que surgen de la oración de Jesús. Supongo que los mismos discípulos comieron de los panes y peces que pudieron comer hasta saciarse. ¡Que magnífica experiencia!
Los discípulos así aprenden experiencialmente que ellos todo lo pueden con Jesús. Y que ese todo lo pueden con Jesús, parte de su mirada, de los desafíos que Él mismo lanza, de las acciones arriesgadas y desproporcionada que sugiere, que es Jesús quien organiza a la gente haciéndolos participar de un banquete como hombres libres (sentados) y que comen hasta saciarse, en abundancia.
Todo lo que la gente en el mundo necesita por el hecho de seguir a Jesús, conlleva una acción preocupada de Jesús que proveerá lo necesario surgiendo de lo poco que la humanidad puede proveer, pero que pasando por las manos y la oración de Jesús y devuelto a los discípulos y distribuido silenciosa, obediente y generosamente por estos, produce la experiencia de saciedad que nadie ni nada puede producirnos.
Si, los hombres seremos en este mundo personas en riesgo, siempre insatisfechos, porque no podemos proveernos a nosotros mismos el pan cuando seguimos a Jesús. Necesitamos de Él para hacer la experiencia de plenitud, que la vida tiene sentido, una abundancia y generosidad que desborda.
Para el discípulo de Jesús no existe la experiencia de mezquindad, de sabor a poco, de nada podemos hacer… Por el contrario el discípulo que sigue a Jesús siempre está ante el desafío de dejar hacer a Jesús y provocar la experiencia común de saciedad. Pero nunca el discípulo podrá hacerse, adueñarse de esa experiencia por sí o para sí mismo, siempre estará enlazada al corazón orante de Jesús y a sus manos generosas. Jesús es un hombre de oración y de acción, como bien lo plasmó san Benito en su consigna: “Ora et labora”, o la meditación del beato Carlos de Jesús: “Mírame cuando rezas, mírame cuando trabajas, mírame mientras caminas, mírame cuando descansas, mírame…”
“Vengan a tomar agua, todos los sedientos… Coman gratuitamente su ración de trigo… Háganme caso... Presten atención y vengan a mí, escuchen bien y vivirán. Yo haré con ustedes una alianza eterna, obra de mi inquebrantable amor...” Estas palabras siguen desafiando al discípulo de hoy para que nada haga sin su Maestro y Señor. Esa es la experiencia de la Eucaristía diaria y, de su prolongación en la adoración y, en el vivir de esa Eucaristía a lo largo del día. Porque simplemente todo es obrar del Padre que pasa por las manos de Jesús orante y actuante, y el discípulo debe hacerse siempre impotente orante y actuante en las manos de Jesús que sacia y se hace cargo de nuestras insatisfacciones y necesidades en el camino del seguimiento, porque experimenta ante nosotros una profunda compasión que no le permite soltarnos ni abandonarnos a nuestro destino, ni dejar que nos soltemos o abandonemos unos a otros si somos sus discípulos.
“¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo?” Tengamos la certeza que nada ni nadie, es simplemente así. Nada ni nadie “podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.”


P. Sergio-Pablo Beliera