domingo, 7 de noviembre de 2010

Homilía 32º domingo durante el año, Ciclo C, 7 de noviembre de 2010

Quisiera invitarlos a considerar cuales son nuestras perspectivas de futuro: ¿Qué espero para el futuro? ¿Qué espero del futuro? ¿Qué espero en el futuro?
No se que espacio de reflexión ocupa el futuro en cada uno de ustedes, lo que si se, es que, esa es una reflexión necesaria de tener en cuenta en el presente de este presente. De alguna manera, podríamos decir que, nuestra perspectiva de futuro incide y define nuestro presente, porque lo que esperamos alcanzar nos hace comenzar hoy el camino hacia allí.
Hoy día, donde la vida se ha prolongado por efecto de la intervención del hombre en la ciencia; hoy día, donde todo el mundo económico y social está visto en perspectivas de futuro; hoy día, donde pareciera que al hombre le es posible soñar y construir su futuro con tanta facilidad; hoy día, no puede faltarnos esa perspectiva de futuro en el plano espiritual, en la dimensión religiosa de la vida.
Preguntarnos por cual es nuestro futuro espiritual, por cual es nuestra esperanza religiosa, es imprescindible para el presente creyente, ya que tiene una enorme incidencia sobre nuestras decisiones y elecciones presentes. Frente a esto, no hay que olvidarse que, al sentirnos tan dueños del futuro, los creyentes podemos poner entre paréntesis o anestesiar nuestras perspectivas de futuro, que a fin de cuentas, dependen de Dios mismo y no de nosotros.
Nuestro gran futuro, es la resurrección, así entendemos los cristianos la vida eterna. Resurrección que es una vida nueva, o sea, una vida con un ser renovado que comienza en el Bautismo, y con un estilo nuevo que se alimenta cotidianamente de la Palabra, la Eucaristía y la Caridad fraterna. Ahora, la resurrección futura, afecta nuestro estilo de vida aquí y ahora, no solo en el mañana. Esto quiere decir que, nuestras opciones deben estar marcadas por nuestra fe en la vida eterna y no solo por la contingencia del momento. Así podemos hacer nuestras las palabras de Pablo: Que nuestro Señor Jesucristo y Dios nuestro Padre, que nos amó y nos dio gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza, los reconforte y fortalezca en toda obra y en toda palabra buena” en el presente porque somos hijos de la resurrección.
Nuestra fe en la resurrección se desprende de dos experiencias: ser amados por el Padre y del don gratuito de una vida como la suya. Quien me ama, me ama para siempre porque es Amor y es Fiel. Quien me da Vida vive por siempre porque Él es la Vida.
De ahí que todos nuestros actos están llamados a ser una manifestación concreta se su bondad para con nosotros. Porque Él es bueno con nosotros, es que nosotros podemos elegir la bondad como un estilo de vida de resucitados. Pidamos pues incesantemente que: Que el Señor nos encamine hacia el amor de Dios y nos dé la perseverancia de Cristo”
Por último, dejemos nacer constantemente en nosotros un acto de fe que nos haga exclamar: todos…viven para él”. La vida no es un fin en sí mismo, sino la consecuencia de un Dios que Vive y que nos atrae hacia Él, hacia su vida. El mundo futuro tiene su centro de atención definitivamente en Dios, por quien, para quien y con quien estamos llamados a vivir. Consecuencia directa de esto es aprender a elegir cada día lo que permanece, lo perdurable, lo definitivo. Cuando escuchamos su Palabra, escuchamos la Palabra de Vida. Cuando celebramos, comulgamos y adoramos la Eucaristía, nos alimentamos del Pan de Vida y de la Bebida de Salvación. Cuando nos abrazamos a su Amor, haciéndonos uno con Él que nos amó hasta el extremo. Así aprendemos todos a vivir para él.
Así, el todos…viven para él” es una opción de hoy y siempre en el construir cotidiano, no es una expresión de deseo o la descripción sintética de un futuro ideal. Con nuestro recursos hagamos minuto a minuto un sincero y definido todos…viven para él” en nuestras vidas, en nuestros matrimonios, en nuestras familias, en nuestra comunidad, en nuestras amistades, en nuestra sociedad. todos…viven para él” por siempre.

P. Sergio Pablo Beliera