Homilía 5° Domino de Cuaresma, Ciclo A, 10 de abril de 2011
“Si hubieras estado aquí…” es un reclamo que esta muy cercano a nuestra experiencia cotidiana. Cuantas veces la hemos repetido, cuantas veces la hemos escucha dirigida a nosotros, cuantas veces…
Hay cierta ilusión que ciertas presencias nos evitarán algo que no queremos enfrentar, que queremos evitar, que queremos no experimentar, que no queremos cargar sobre nuestras espaldas, que no queremos ni pensar, ni sentir, y muchos menos que elegir estar ahí para vivirlas
La enfermedad seguida de muerte es una experiencia doblemente dolorosa para el hombre. Nos expone doblemente a nuestra frágil existencia, a nuestra ineludible vulnerabilidad, pero sobre todo al sentido total de nuestra existencia aquí y ahora, y dentro de esta experiencia al sentido de nuestra esperanza –un examen a donde están depositados nuestros pensamientos, nuestra voluntad, nuestra afectividad, nuestra libertad- frente a todo presupuesto o escenario imaginable.
Pero si doblemente expuestos, doblemente puestos en el camino de una experiencia sin igual de nuestra confianza cierta en lo que nos sustenta internamente y nos proyecta en el tiempo hacia los demás.
Así es con Dios, en la persona de Jesús. Si el ha venido, el debería estar ahí cuando yo lo necesito. Mis necesidades suponemos deben ser cubiertas por su actuar eficaz en esta situación concreta en que me encuentro. Más cuando Él me ama y entonces no puede hacerse a un lado frente a mi sufrimiento. ¿Y si no fuera así? ¿Qué pasaría con nuestra relación?
Jesús, en nuestra rica relación, a veces decide esperar, se toma un tiempo, se detiene… ¿Porqué? Porque Él ve algo que nosotros no podemos ver o percibir y es que lo que nos sucede no lleva a la muerte, lo que nos sucede no es mortal, aún cuando experimentemos la muerte física, Él ve que nuestra existencia es capaz de dejarse tomar y transformar en una experiencia de Vida para siempre. Porque en esta relación con Jesús, no se puede morir sino Vivir por Él… ¿Comprenderlo? No se, tal vez no… ¿Creerlo? Seguro y más que eso, puedo andar sobre la fe y dejarme llevar por ella a esta experiencia. La fe en Jesús como Vida y Resurrección es una nueva experiencia a la que puedo arrojarme con confianza, porque está sustentada por el Padre, el Padre de la Vida, el Padre que da Vida, el Padre que lo es todo para Jesús. Y es eso lo que hace a Jesús Vida y Resurrección.
Doblemente puestos frente a la gran pregunta si creo que Jesús es Vida que sustenta esta mi vida ordinaria y cotidiana, a veces intrascendente, a veces excitante, a veces nada, a veces mucho… ¿Verdaderamente está Él impregnado de su Vida mi vida? ¿Creo esto?
El Padre envía a su Hijo Jesús a poner de manifiesto en nuestras existencias cotidianas su obrar en el mío, mi hacer en su hacer… nuestra vida en Comunión.
Escucho Palabra de Vida.
Veo la Luz de Vida.
Me alimento del Pan de Vida.
Vivo en el Camino que lleva a la Verdad y la Vida.
Estoy sostenido en Él que es Resurrección y Vida.
Todo en un aquí y ahora que le da entonces si un sustento cierto a nuestro futuro en Dios. La fe, como la esperanza y el amor de Dios, no es un tema del futuro sino del presente que hace futuro. Así nos lo propone Jesús.
Por eso creo, porque Jesús lo ha depositado todo en el Padre. Y no tengo mejor seguridad que esa.
P. Sergio Pablo Beliera