HOMILÍA SOLEMNIDAD
CUERPO Y SANGRE DE CRISTO, CICLO B, 10 DE JUNIO 2012
Hoy una vez más los cristianos del tercer
milenio le hacemos al Señor la pregunta: "¿Dónde
quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?" Como los discípulos de ayer, los discípulos de hoy, sabemos que el
Señor quiere sentarse con nosotros a mesa cada domingo, cada día… Y para ello
tenemos que preparar el encuentro.
Hoy, una vez más Jesús quiere que los
cristianos del tercer milenio le preparemos la comida pascual: "Vayan
a la ciudad… prepárennos allí lo necesario". Él mismo se ha
preparado para esta comida, la ha anticipado y se ve muy interesado en sentarse
a la mesa con nosotros en nuestra Casa y en nuestras casas.
La preparación, requiere una atención al antes
del encuentro. Y tal vez allí, hoy estemos necesitados de prestar una especial
atención. Y no ciertamente porque en nuestro tiempo seamos descuidados de la
preparación de los acontecimientos. Muy por el contrario, si miramos como
preparamos ciertos acontecimientos que nos importan mucho, podríamos
preguntarnos: ¿Qué nos pasa que no lo
trasladamos a nuestra relación con el Señor? Es verdad que en general, uno
percibe la idea que la relación con Dios debe ser espontánea e inmediata, y que
por lo tanto se concluye que no necesitan, y más aún no requiere y es impropio
a este imaginario colectivo, que así no sea.
Creo que no deberíamos pasar por alto esta
última descripción. Porque hay algo de nuestra percepción de la vida y del modo
de encarar las relaciones interpersonales que no estamos llevando a la relación
interpersonal con Dios. O porque lo consideramos innecesario, o porque lo
consideramos inapropiado, o aún más porque ni siquiera percibimos lo que esa
ausencia de preparación significa.
Lo que estamos llamados a preparar es una
comida entre amigos, entre personas que tienen un alto grado de intercambio, de
vida en común. Y esta comida es de carácter pascual, o sea que hacia el pasado
esta relacionada con los acontecimientos de la Alianza de amor con Dios, con la
Liberación de la esclavitud, con la Permanencia de Dios entre nosotros; hacia
el presente con la Creación continua de Dios, con la actualización de la
entrega amorosa de Jesús en su Pasión, Muerte y Resurrección por cada uno y por
todos; hacia el futuro con el empezar a sentarme como miembro pleno a la Mesa
de Dios, en la tensión hacia lo definitivo de lo que hoy vivimos como
transitorio, hasta la experiencia del Sol sin ocaso.
El contenido y la implicancia en nuestras vidas
es de alto impacto. ¿Lo percibimos así?
Por lo pronto no es bueno para nosotros perder de vista los componentes
internos de esta vinculación con Dios en esta comida a la que estamos invitados
y que debemos preparar.
Esa preparación implica en sí misma, una
instancia remota que comienza vez que concluye esa comida y en la que me pongo
en marcha hacia la próxima. Esto es que cuando finaliza cada Misa, empieza a
prepararse el inicio de la próxima.
A continuación podríamos decir que todo lo
vivido se va poniendo en contacto con esa preparación en el día a día. Nosotros
cuando tenemos una cita, vamos chequeando continuamente el avance de la
preparación. Miramos el acontecimiento y cotejamos si lo que es necesario se va
dando.
Llegados al día de acontecimiento en sí mismo,
ponemos todo en marcha para la vivencia de ese momento. Desde los detalles
mínimos a los máximos, sean cuales fueran estos. Confieso que pensando en estos
momento, como sacerdote, aquí me experimento un poco solo y a destiempo de la
comunidad. Como si lo que yo viviera para ustedes y con ustedes, no fuera en el
mismo sentido desde la comunidad hacia la celebración. Me parece bueno
decírselo en este momento como un modo de tener mayor comprensión de la
sensibilidad sacerdotal y la laical. Debemos achicar esta distancia.
El fin de semana, tiene una gran oportunidad de
tener momentos que nos preparen para este momento:
- Ser concientes que el Domingo es el Día del
Señor, su Día en mi vida, mi vida en contacto con su Día.
- Ser concientes en que momento voy a ir a
misa, que hay antes y que hay después, ayudarán a tomarme el debido tiempo y a
que la Misa no queda fagocitada por lo anterior o lo posterior, por el
contrario impregnar por su importancia lo anterior y lo posterior.
- A esto se le suma el con quien voy a ir, si
solo es una cosa y si acompañado otra, porque deberemos coordinar nuestros
tiempos y estilos.
- Leer las lecturas y las oraciones por
anticipado es ideal y muy posible, hoy día está lleno de posibilidades para ser
vivido.
- Llegada la proximidad de la hora, no esperar
a último momento para lo que necesitemos a la hora de salir, sobre todo si
vamos con otros y más aún si vamos a cargo de otros. Si no impregnamos de gran
realismo todo este tiempo previo, siempre estaremos expuestos a vivirlos mal.
- Salidos de casa hacia la Iglesia, salir con
tiempo para llegar con tiempo que nos permita vivir un tiempo de aclimatación a
lo que vamos a vivir, pues si no somos concientes de la necesidad de vivir
estas transiciones nuestra vivencia de la celebración ya estará condicionada.
Comenzar la celebración con espíritu de
participación activa en los componentes de la celebración es muy importante. La
Misa tiene distintos climas dentro de ella misma y requiere de cada uno
distintas actitudes: deseos de fortalecimiento de nuestro vínculo con Dios
desde el inicio; necesidad de escuchar a
Dios y meditar nuestra vida a la luz de su mirada; preparación de la
mesa y experimentarme con Jesús ofrenda; entrar en la Comunión Eucarística en
el Cuerpo de Jesús; y finalmente espíritu de Adoración que impregna el deseo de
ser misionero con la propia vida, al final. Todo mediado por los cantos, los
silencios, los gestos, las palabras…
Para ir terminando podemos decir que la
Eucaristía es Celebración, ¿Celebro con
mi mente, mi cuerpo y mi vida?
La Eucaristía es Comunión, ¿Comulgo en espíritu y verdad, y me dejo impregnar por la vida de Jesús
que recibo por entero?
La Eucaristía es Adoración, ¿Adoro el Cuerpo y la Sangre de Jesús que
recibo y tengo frente a mis ojos?
Respondámonos ante el Señor: ¿Preparo lo necesario para la comida pascual
con Jesús?
P. Sergio Pablo Beliera