domingo, 16 de septiembre de 2012

HOMILÍA 24° DOMINGO TIEMPO ORDINARIO, CICLO B, 16 DE SEPTIEMBRE DE 2012


HOMILÍA 24° DOMINGO TIEMPO ORDINARIO, CICLO B, 16 DE SEPTIEMBRE DE 2012
“Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres” Estas palabras de Jesús, son una grave e importante advertencia que tenemos que retomar una y otra vez en el día a día, acontecimiento tras acontecimiento. Nunca dejará de sernos útil.
Los pensamientos de los hombres y los de Dios pueden encontrarse, pueden desencontrarse o pueden desentenderse el uno del otro –sabemos que esto último Dios no lo hará-. La comunión de pensamiento es mucho más que un encuentro de ideas o razonamientos abstractos o atemporales. La comunión de pensamiento es un verdadero acontecimiento, un acto que proclama el encuentro, la belleza de la comunión de una vida compartida.
Los pensamientos son “los de los hombres”, cuando se proclama que lo humano es independientemente de Dios. No hay humanidad sin Dios, porque Dios no quiso tener una vida sin nosotros.
Por otro lado, nuestro pensamiento si se independiza de Dios como sujeto con el que pensamos en un acto común, deja de ser una razón sustentable e imperecedera y pasamos al plano de lo inconsistente y fútil.
Nada es más humano que pensar con Dios, pensar como Dios y que pensar en Dios. Solo Satanás puede pensar que se puede pensar sin Dios. No hay humanidad sin Dios. Mi humanidad no es posible sin Dios, porque para que yo sea totalmente humano, Dios es mi parte esencial.
Todo lo que existe esta llamado a seguir el ritmo impreso por el pensamiento de Dios. Esa es su mayor maravilla. Cuando una obra responde al sentido, al fin y al hacer para el que fue creada, alcanza su plenitud, es buena y bella.
Cambiar el curso de un río puede ser peligroso, no solo para el río sino para todos los que viven de él. Modificar sin más nuestro pensamiento, privándonos de pensarnos como nos piensa Dios, puede privarnos del sentido de nuestra existencia para nosotros y para los demás; puede alejarnos de nuestra fuente, de nuestro recorrido y de nuestro fin.
Solo pensar como Dios, con Dios, en Dios, puede encauzarnos en nuestro verdadero y único cause; conducirnos a lo largo de nuestro recorrido en este mundo con plenitud y confianza; hacernos salir de esta existencia en paz y sin zozobra frente a la puerta de lo eterno.
De ahí, que como pensamos que podemos pensarnos a nosotros mismos sin Dios, pensemos que podemos pensar a Jesús, sin Jesús mismo. Es que solo podemos conocer a Jesús, con Jesús y desde Jesús. Si nos distanciamos de lo que Él me muestra de sí mismo, nunca será posible entrar en una comunión de pensamiento y vida con Él, ya que Él solo se piensa y se conoce a sí mismo desde Dios, desde su misión entre nosotros, desde el obrar de Dios en Él. Jesús no tiene un conocimiento abstracto sobre si mismo, sino que piensa en la misma dinámica que Dios a través de asumir plenamente la vocación y la misión que le ha sido encomendada y que asume como propia en su totalidad. Sólo así podemos comprender la similitud entre estas palabras del profeta y las de Jesús: El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido…” “Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días”.
La fuente de conocimiento de sí y de los otros en Jesús, es Dios en su mostrarse a través de las Escrituras. Ese es también nuestro camino de acceso a conocer lo que soy y estoy llamado a ser y hacer.
Deberíamos defender nuestro derecho y nuestra obligación de conocer a Jesús, como el Esperado, el Anhelado, la Plenitud y Cumplimiento de todo, como el mismo se ha manifestado a nosotros. Porque Él nos ha hablado con “toda claridad”.
Y el contenido de ese conocimiento es fundamental. Jesús se presenta a nosotros de tal manera que su existencia tenga un sentido pleno para nosotros. Se encarna, padece la incomprensión, el rechazo, la traición y la muerte de sus hermanos para resucitar y dejar realizado el camino de acceso a Dios que se nos había cerrado por nuestra negación a pensar como Dios. Pretender torcer este camino y sugerirle a Dios uno mejor, no solo suena grandilocuente, sino irracional e insensato, necio y diabólico. Dios le dio a la humanidad suficiente tiempo para experimentar que por si misma y por su cuenta no llega a ninguna parte, ahora es el tiempo, ahora es el momento de seguir el camino de Jesús.
Es entonces, que debemos tomarnos muy en serio estas palabras para ver realizada su promesa: El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará.” Palabras cumplidas en Jesús que esperan verse cumplidas en mí.
Los tres movimientos del sí a Jesús, a su pensamiento de Dios: renunciar a sí mismo (aceptación total de lo que soy para Dios), cargar con nuestra cruz (liberarnos de toda esclavitud que me lleve a Dios) seguirlo (hacer el camino de principio a fin con Jesús), se realizan plenamente en perder mi vida por Él y por su Buena Noticia de una nueva y definitiva comunión con Dios y de una nueva humanidad con Dios siempre y en todo.
Si pienso que hay un camino alternativo, lo que he perdido es la puerta de mi alternativa, que se me había abierto gratuitamente. Esta es nuestra gran obra de fe, amar este camino de encuentro de una misma vida con Cristo y su obra de liberación de la esclavitud de la escisión de su pensamiento con el mío.
Señor Jesús, Mesías esperado, arráncame de los brazos del pensamiento que se aleja del pensamiento de Dios. Sólo puedo ir detrás de Ti, renunciando a mis pensamientos, deseos y planes, cargando con la cruz que libera y me hace seguirte perdiendo la vida como me es conocida por la vida que solo Tú conoces y me puedes revelar. Y ser así uno contigo y con el Padre. Amén.

P. Sergio-Pablo Beliera