HOMILÍA
3º DOMINGO DE ADVIENTO, CICLO B, 11 DE DICIEMBRE DE 2011
“…en
medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen…” proclama Juan
el Bautista en el evangelio de hoy. Podría sonar un reproche, pero no lo es, es
más bien un anuncio esperanzador. Juan Bautista es el que saltó de alegría en
el seno de su madre ante la presencia oculta de Jesús en el vientre de María.
El sí lo conoce porque lo ha experimentado, ha hecho la experiencia de su
Presencia única y gozosa.
Este
es un esperanzador anuncio para quienes caminamos en lo transitorio de la
historia, sin poder ver la totalidad de lo que nos envuelve y de lo que nos
habita, es un anuncio absolutamente imprescindible. Creemos en un Dios al que
experimentamos pero al que aún no podemos ver. Experimentamos su presencia pero
no podemos conocerlo como Él nos conoce a nosotros.
Esta
experiencia sin visión plena, es irreductible a cualquiera de sus extremos
(experiencia – visión). Porque la experiencia es la de una Presencia viva y
eficaz de Dios, que se impone por sus signos inconfundibles en nosotros como lo
fue en Jesús de Nazaret: “…llevar la buena noticia a los pobres, a
vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la
libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor.”
Cuando somos esos pobres, esos heridos, esos cautivos, esos beneficiados por la
bondad del Señor, hacemos experiencia de Dios, sabemos que está… Cuando somos
buena noticia para el pobre de cualquier tipo que nos rodee, cuando vendamos
los corazones heridos, cuando proclamamos la liberación al cautivo y la
libertad al prisioneros de cualquier clase y condición que nos rodee, sabemos
que viene de una experiencia viva y eficaz de Dios en nosotros. Sabemos que no
somos nosotros sino “Él” el que está actuando, el que está en medio de
nosotros. Podemos decir, sin menoscabo de nuestra integridad y dignidad, "Yo
no soy…”, es “Él”.
A la
vez esta experiencia es en la pura fe “…en medio de ustedes hay alguien al que
ustedes no conocen…” que nos hace asumir con claridad que todo
conocimiento de la Presencia de Dios es limitada y solo puede ser completa al
final del camino cuando Dios se nos muestre sin velo alguno. Hoy, debo vivir en
medio de esa Presencia que me resulta desconocida e inabarcable por completo. Pero
vivirla con asombro y aceptación. Vivirla con admiración y entera
disponibilidad. La fe pura, la fe verdadera, la fe que viene de Dios y
encuentra en nosotros una casa, es la que se vuelve toda atención a Aquel de
quien proviene. Es la fe que me habita “para dar testimonio de la luz…”,
para que todos crean y sea así un “testigo de la luz” que me alumbra a
mí mismo.
Pero
nada de esto es posible sin la experiencia fundante de: “El espíritu del Señor está sobre
mí…” Sí, somos aquellos que como Jesús de Nazaret, hacen la experiencia
de recibir sobre si, la penetrante experiencia del Espíritu que se asienta en
las profundidades de nuestro ser. Esta es la experiencia inicial de Jesús de
Nazaret en las aguas del bautismo en el Jordán, una experiencia trascendente
que viene de lo alto y se posa sobre su persona, esto es la experiencia de una
elección, de una llamada, “sobre mí”, por lo cual es una
experiencia ineludible. La elección, la llamada que proviene de Dios es
irrevocable y permanece en mí porque Él lo ha penetrado todo en mí. Y a la vez
hasta que no lo penetre todo, todo estará por hacerse en mí.
“No
extingan la acción del Espíritu…” que ha descendido tan claramente
sobre nosotros. Y que nos hace permanecer en oración incesante. Quien hace
experiencia de Dios, quien cree, quien ha recibido el Espíritu, quien es
llamado a ser testigo, debe permanecer en oración, en un vínculo constante de
gozo y de compasión que se vuelve alabanza y bendición. Solo esta conexión con
la acción orante del Espíritu puede hacernos dar el fruto de una acción
compasiva según el Espíritu. Como en la
Eucaristía donde la invocación del Espíritu transforma por su acción el pan el
Cuerpo y el vino en Sangre de Jesús. A través de la oración Dios se hace
Presencia encarnada y viva según la Vida que desciende del Cielo para transformar
la tierra y adelantar lo que ya está allí en nuestro aquí y ahora. Y que experimentamos
vivamente sin verlo, y por lo cual vivimos más allá de conocerlo.
Dejémonos
llevar por el Espíritu antes que por nuestra racionalidad o abstracciones que extinguen
“la
acción del Espíritu”. Solo así podremos conocer como somos conocidos
por Aquel al que experimentamos en su Presencia viva.
P.
Sergio Pablo Beliera