HOMILÍA 16° DOMINGO TIEMPO ORDINARIO,
CICLO B, 22 DE JULIO DE 2012
Los
invito a posar nuestra mirada y por lo tanto nuestra atención a una situación
que es habitual en nuestra vida. En general nosotros buscamos la forma, la
experiencia de conjugar situaciones o acontecimientos, que a veces nos parecen
contrapuestos y disímiles entre sí, como si solo lo que tuvieran en común fuera
los sujetos, las personas que los viven.
Me
refiero a las experiencias de intimidad de un pequeño grupo, como puede ser un
matrimonio, o una pequeña comunidad humana, y la experiencia de apertura a un
grupo humano mayor. Como si la funcionalidad entre lo pequeño y lo grande
estuvieran de por sí contrapuestas o en oposición. ¡Cuánto nos gusta y
disfrutamos la intimidad esponsal, de un pequeño grupo de amigos, de una
pequeña comunidad! ¡Cuánto disfrutamos la experiencia de comunión en grande
experiencias familiares, comunitarias o sociales! Pero, puede ser que entre una
y otra no haya una conjugación y lazo de continuidad. Como si pretendiera
reinar el principio de la ruptura entre una y otra.
Hoy
Jesús, puede darnos una mano en la experiencia de encontrar una respuesta para
esta experiencia que señalamos.
“Los Apóstoles se reunieron con Jesús y le
contaron todo lo que habían hecho y enseñado.” En primer lugar nos encontramos a Jesús
con la pequeña comunidad de discípulos que llegan de una fructífera experiencia
de misión y están llenos de emocionantes experiencias para compartir con el
Maestro y sus compañeros. Hay algo entre ellos que los hace reencontrarse y
buscar compartir su experiencia poniendo todo en común.
“El les
dijo: "Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un
poco". Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni
para comer.
Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto.” En segundo lugar nos encontramos a Jesús
que percibe el cansancio original de este pequeño grupo entusiasta y les
propone entrar en la experiencia del descanso compartido separados del resto.
Un aparte del grupo más íntimo. Hay algo entre ellos solos que conviene darle
lugar y Jesús no lo deja pasar.
“Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre
y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo
enseñándoles largo rato.” En
tercer lugar, nos encontramos con un Jesús y la comunidad de apóstoles,
sorprendidos por la multitud en su descanso. Sin mediar transición Jesús
percibe la necesidad y valida esta presencia inesperada, poniéndose en entera
disponibilidad de esta multitud hambrienta y desorientada.
Jesús
se manifiesta el mismo en las tres situaciones, puede reconocer las necesidades
y oportunidades de su comunidad de discípulos, del grupo íntimo de apóstoles y
de la multitud que los busca. Frente a los tres grupos y frente a las tres situaciones
se manifiesta dócil y propositivo. Y transita de una experiencia a la otra con
la misma actitud de comprensión, atención y cuidado. No subordina ninguna de
las experiencias a la otra. Muy por el contrario las pone en diálogo y
conexión, las sincroniza y las pone en gran comunión.
La
serenidad manifestada en las expresiones: “se compadeció de ella… y estuvo enseñándoles
largo rato”, ponen de manifiesto que esta última situación
que los sorprende, Jesús la vive en total continuidad con las otras dos
situaciones, con el mismo corazón y la misma mirada.
Jesús nos enseña la insustituible experiencia
de darnos por completo a lo íntimo, a lo familiar y a lo comunitario con un
mismo corazón, con una misma motivación, con una misma intención, con una misma
generosidad, con una misma integridad, con una misma alegre y serena entrega.
Siempre el mismo frente a las distintas situaciones, porque su corazón
compasivo es todo suyo y no depende de una situación exterior o circunstancial.
Nos enseña a ser menos susceptibles a las demandas exteriores y a ser menos
dependiente de las circunstancias.
Verdaderamente podemos decir: “Cristo
es nuestra paz; él ha unido a los dos pueblos en uno solo, derribando el muro
de enemistad que los separaba… Así creó con los dos pueblos un solo Hombre
nuevo en su propia persona, restableciendo la paz,
y los reconcilió con Dios
en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, destruyendo la enemistad en su
persona.” Somos una humanidad nueva en la medida que el modo de Cristo
se hace el nuestro y en la medida que somos hombre nuevo en el que se han
derribado todos los muros de enemistad que nos separa entre nosotros en la única
vida que se nos ha concedido. Reconciliados vivimos reconciliando toda
enemistad en nuestra persona que ahora y para siempre está unida a la suya. No
podemos ya ser dos en nosotros mismos y entre nosotros, somos uno con Jesús,
con los demás y con nosotros mismos.
P. Sergio Pablo Beliera