domingo, 20 de mayo de 2012

HOMILÍA SOLEMNIDAD DE LA ASCENCIÓN DEL SEÑOR, CICLO B, 20 DE MAYO DE 2012



ASCENCIÓN DEL SEÑOR,
CICLO B, 20 DE MAYO DE 2012
Hch 1, 1-11; Ef 4, 1-13; Mc 16, 15-20
Me pregunto,
¿esperamos algo o ya no esperamos nada?
A veces, como mucho de ustedes, me encuentro a la espera, miro hacia un punto y espero que alguien anhelado aparezca.
A veces, me descubro sin ninguna espera en mi día, como si ya lo tuviera todo, lo hubiese alcanzado todo; pero lejos de estar satisfecho, experimento que algo falta.
Cuando espero algo, a veces me encuentro feliz de esperar, pero otras veces, descubro que esperar me impacienta porque pierdo el dominio de lo que espero y mi autosuficiencia se ve herida.
Creo, que no es difícil encontrar personas que esperen, pero, ¿qué esperan? y ¿en qué marco esperan? ¿esperan a alguien más allá de sí mismos? La autosatisfacción ha sido siempre un campo fascinante de esperanza para el hombre.
Hoy, no es difícil encontrar que el sentirnos satisfechos, es un rango de esperanzas cotidianas que impregnan nuestro horizonte personal y social. Si las encuestas de satisfacción están a la orden del día, es que la expectativa de satisfacción se ha vuelto un índice importante, en la felicidad de una persona y un grupo social.
La autosatisfacción, tiene su correlato en el deber de los demás de satisfacerme, y no un poco sino, por completo.
Si yo no me satisfago a mí mismo y si los demás no me satisfacen, mi autosuficiencia se pone en peligro, por lo cual reforzamos ambos campos, distorsionando la realidad de que, ni yo mismo ni el más completos de los seres que me rodean, puede satisfacerme por completo ni aún parcialmente.
Y entonces, para no sentirnos heridos, seguimos bajando el horizonte de la esperanza y nuestro techo está sobre nuestras cabezas.
Tal vez Jesús ascendido al cielo, pueda develarnos la incógnita de la situación en la que hemos caído como presos. Y digo tal vez, solo para no generar un rechazo inmediato a nuestro orgullo y autosuficiencia.
Jesús, vive una espera constante,
que se manifiesta en su apertura al obrar del Padre
en su día a día.
Lo busca de día y de noche, a solas y en compañía,
en los mejores momentos y en las encrucijadas.
Está pendiente de una respuesta
que sabe no puede darse a sí mismo
y que viene de un campo de realidad,
que no es manipulable por su pensamiento,
ni por su voluntad, ni por su afectividad, ni por su hacer libre.
Jesús espera mirando al cielo
-que describe como interioridad  
y a la vez como algo fuera de sí
y mayor que sí mismo-.
Para Jesús, esa espera es Encuentro definitivo,
es el Descanso con mayúscula, es el Sentarse junto al Padre.
Por lo cual siempre espera ese desenlace que no depende de Él,
sino del Padre.
Ahora, los efectos de esa espera de una plenitud irrenunciable
–que es una verdadera propuesta y respuesta
a nuestra búsqueda de satisfacción-
lo anima a generar entorno a sí
una comunidad a la que contagia de su espera
y de los motivos y formas de realización de la misma.
Por eso mismo, a las puertas de ese momento de realización definitiva de su esperanza, Jesús lanza un llamativo:
“Vayan por todo el mundo…”,
en vez de un: “Vengan” conmigo al cielo.
Y la razón se encuentra en que,
solo yendo hasta los confines de la creación, …
que es el ámbito en el que vivimos,
–como Él lo hizo desde el principio de su existencia
al venir a nosotros-,
…podremos ir con Él,
porque hemos comenzado a realizar en nosotros,
la aceptación del camino que realizó Él.
Nuestro horizonte de esperanza es así ampliado
y se encuentra muy por encima de nosotros
y muy a lo ancho de nosotros.
El evangelista Marcos nos lo describe en un llamativo dejarse llevar, al decir que es llevado por otro.
Ese énfasis, nos hace pensar en que, el polo de atracción entre Jesús y el Padre ha llegado a tal punto que este lo arrebata en un acto de amor consumado
que no puede ya esperar más vivir en la distancia,
     y quiere consumar la plena unión,
el estar uno junto al otro de manera definitiva.
     “Todo ha sido consumado”
que Jesús dijo en la cruz de manera esperanzada.
“Ellos fueron a predicar por todas partes,
y el Señor los asistía
y confirmaba su palabra
con los milagros que la acompañaban.”
Ahora estamos lanzado en el mismo sentido que Jesús,
y nuestra esperanza ya no reposa
en una híper-preocupación por nosotros mismos,
sino en que todos puedan hacer la experiencia
de plenitud y encuentro de Jesús.
Podemos dejarnos llevar por la misión de vivir al estilo de Jesús,
para ser llevado a su tiempo a la unión al estilo de Jesús.
El Padre, entonces, consumará nuestra expectativa
     de una unión plena,
de una satisfacción completa,
    de una realización definitiva de nuestro ser incompleto
y en crecimiento aún.
“Porque no es lo mismo vivir
que honrar la vida”(1) que hemos recibido,
y que podemos vivir en la constante actitud de don
para darme a mí mismo.
Entonces puedo ver como nuestra esperanza es modelada,
y la mano del Padre lejos de parecerme torpe o invasiva,
me resulta amable y sabia.
Como aquellos hombres de Galilea,
nosotros llevamos implícita en nuestro interior
y explícita en su Palabra,
la llamada a esperar junto con la humanidad entera,
lo que nos fue anunciado:
"Este Jesús que les ha sido quitado
y fue elevado al cielo,
vendrá de la misma manera que lo han visto partir".

P. Sergio Pablo Beliera