domingo, 23 de agosto de 2015

Homilía 21° Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo B, 23 de agosto de 2015

A cada de nosotros, en uno u otro momento, nos ha venido esta experiencia de la imposibilidad de aceptar las propuestas de Jesús.
Comprender la “desproporción” entre lo que se nos invita a vivir y nuestra comprensión mental, nuestra aceptación voluntaria y la acomodación de nuestra afectividad, es casi una expresión de normalidad, de realismo, de humanidad consciente.
Ahora hacer de esa sensación de imposibilidad una imposibilidad, es otra cosa.
Primero se ofusca nuestra mente, se oscurece, se enreda con esos pensamiento de:
¿cómo?
¿porqué?
¿para qué?
¿es necesario?, etc.
Luego empieza a crecer nuestra fantasía que se imagina escenario imposibles, situaciones imposibles, que crecen en nuestra cabeza. Y entonces, estamos para el golpe mortal, poner en juego nuestra voluntad y empezar a decirse a sí mismo:
“no puedo”,
“ es demasiado para mis fuerzas”,
“no es lo que esperaba e imaginaba”,
“no, no quiero eso”.
Y así tantas otras afirmaciones que condicionan nuestra voluntad de liberar nuestra libertad.
Entonces, es cuando mente y voluntad murmuran contra Dios, poniéndonos en la vereda de enfrente, o poniéndolo a Él en la vereda de enfrente. ¡Un “Extraño” entre los suyos!
Quedamos embarullados en la “carne”. Esa expresión “carne”, es la que Jesús usa para marcar los límites entre el hombre en oposición a Dios y el Espíritu que da vida. “El Espíritu es el que da vida, la carne no vale nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida”.
Jesús dejará una y otra vez esta “carne” detrás y se dejará llevar por el Espíritu. No es el cuerpo esa “carne”, sino los límites que le ponemos a Dios. Porque cuando la Carne de Jesús y su Sangre libremente entregada y dada, es recibida por nosotros entonces hay vida en nosotros, porque es una Carne Resucitada y resucitadora.
Jesús dejará la “carne” de oposición y rebeldía a Dios definitivamente en la Cruz, cuando sea levantado en alto, cuando suba desde la Cruz al Padre. Justamente, cuando quede atrás lo que se pone en disputa con Dios y lo que venza sea la voluntad de amor del Padre y del Hijo, consagrada por el Espíritu de vida.
El hombre contemporáneo vive fuertemente esta negación a ir hasta el fondo de la aceptación de las Palabras de Vida de Jesús. La ciencia, la libertad individual, el uso extendido de los recursos materiales, una afectividad inmadura que se instala reclamando siempre atención y cuidado, la necesidad imperiosa de la satisfacción inmediata, etc. Todas esa cosas, se oponen a la libertad de seguir hasta el fondo, hasta el final, la Palabra de vida de Jesús que es su Cuerpo y su Sangre entregada para la vida del mundo.
No queremos ir donde Jesús nos propone, algunos tomamos nuestro camino, y otros se quedan sorprendidos pero expectantes y escuchamos de Jesús la implacable pregunta:
“¿También ustedes quieren irse?”
Y entonces nos preguntamos:
¿también yo quiero irme?
¿también yo creeré que es imposible lo que Dios me propone?
¿también yo pondré mis reglas por sobre las de Dios?
Cada vez que vamos a la Eucaristía con verdadero hambre, impotentes, atraídos por un no se qué que sólo tiene Jesús, Pan de Vida que viene del Padre y, vive del Padre, entonces, podemos decir desde las profundidades de nuestras indigentes existencias hartas de argumentos y caminos alternativos:
“Señor, ¿a quién iremos?.
Sólo Tú tienes palabras de vida eterna.
Nosotros hemos creído y reconocemos que Tú eres el Santo de Dios”.
Hay como un “basta” de Pedro en nombre de todos los hombres de todos los tiempos, como un dejar de dar vueltas, como un bajar la guardia y dejarse llevar por el Padre a Jesús y, dejarse tomar por Jesús de manera total y definitiva. Por que como dice Jesús: “… nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede”. Por lo tanto cuando el Padre lo concede hay que ir a Jesús, es el mayor regalo que se nos puede hacer.
Basta de argumentos, que si que no… vayamos a Jesús allí dónde y cómo Él se queda entre nosotros y une su Vida con la nuestras y, unidos a la Suya unidos al Padre.
Nuestro venir a la Eucaristía tiene que ser motivo de gozo y estremecimiento por el Don que se nos hace de haber encontrado la Persona, la Palabra y el Alimento que nos da abundantemente hasta saciarnos.
¿A quién iremos? A Ti Jesús
¿A quién iremos? A Tú mirada Jesús.
¿A quién iremos? A Tu calma Jesús.
¿A quien iremos? A Tu Pan verdadero Jesús.
¿A quién iremos? A Tu Pan de Vida Jesús.
¿A quién iremos? A Tu Carne y tu Sangre entregada Jesús.
¿A quién iremos? A Tu Palabra de Vida Jesús.
¿A quién iremos? A Ti Santo de Dios.


P. Sergio-Pablo Beliera