domingo, 24 de abril de 2011

HOMILÍA DOMINGO DE PASCUA, CICLO A, 24 DE ABRIL DE 2011


HOMILÍA DOMINGO DE PASCUA, CICLO A, 24 DE ABRIL DE 2011

Queridos amigos: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.» Estas palabras pronunciadas por María Magdalena, reflejan muy bien nuestra experiencia primera de la Resurrección; un sepulcro vacío, que refleja la experiencia de un enorme vacío frente al no poder comprender que es la Resurrección y que tantas veces intentamos llenar con otras experiencias. No sabemos donde está el cuerpo de Aquel que murió por nosotros, en el que reconocemos su Amor inmenso al morir por nosotros, pero del que no podemos imaginarnos esperar algo más. Es la inmensa mayoría que se conmueve ante la muerte de Jesús por amor al Padre y salvación de los hombres pero que no puede vislumbrar nada más.
Su Cuerpo ahora, está aquí, en esta Palabra que nos anuncia la experiencia de los que perseveraron en la fe, buscando a ciegas algo que no podía imaginar, y que no se resignaron frente a lo inesperado. Ellos corrieron a ver que pasaba. No se quedaron en su temor inicial, lo transformaron en una carrera hacia una noticia inesperada por el aturdimiento de los acontecimientos. Y no solo corrieron, lo hicieron cada uno a su ritmo, según sus posibilidades. Dicen que quien corre por amor corre más rápido y tal vez fue así, porque cuando nosotros corremos por amor en búsqueda de una esperanza, después de una gran frustración, corremos más enérgicamente.
Ahora, para quienes amamos a Jesús, no nos basta con correr. Necesitamos hacer la experiencia del discípulo amado: “él también vio y creyó”. Y lo que tenía enfrente no era más que una tumba vacía u unas vendas tiradas en el. Todos signos que ponen de manifiesto que Jesús no ha podido quedar sujeto en los signos de muerte, maniatado ni encerrado en un sepulcro. Como nosotros, no tenemos ante nuestros ojos mucho más, unos leves y breves signos, nos bastan a nuestro corazón enamorado del Señor, para ver que allí está su mano, allí está su palabra cumplida, allí está su obrar de Vida. Y entonces se nos abre la maravillosa experiencia de creer, de decir “si” acepto, quiero, amo, y me hago parte del plan de Vida del Padre manifestado en Jesús. Y a pesar que como los primeros discípulos: “Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.” Vivimos inmersos en la experiencia de vivir como resucitados creyendo. Ayer y hoy, necesitamos testigos de la Resurrección en nuestras familias, en nuestra ciudad, en nuestra comunidad. Testigos vivientes de un Padre que no quiere la muerte sino la Vida, de un Hijo Jesús que no puede ser aferrado por la muerte sino que vive y se manifiesta como viviente, de un Espíritu que sopla Vida sobre el que cree y se dejar “nacer de nuevo”.
Hoy es Pascua, y hemos venido a manifestar que creemos en la Resurrección. Y no solo eso, que Jesús Resucitado está aquí y ahora presente en esta Eucaristía que el nos regala como experiencia de su Cuerpo y su Sangre que son Vida y nos hacen vivir y marcan nuestro estilo de vida cotidiano. Nos congregamos entorno a la Pascua de la Vida.
Cada domingo es para nosotros el día de la Pascua de la Vida, en la que venimos a traer todas nuestras experiencias de muerte y vida cotidiana. Y dejarnos moldear cada domingo es esta experiencia de morir para vivir, de vivir para servir, de servir para vivir, de vivir para amar, y de amar para vivir como resucitados como Nuestro amado Jesús Resucitado.
Jesús Resucitado a puesto su Cuerpo en esta Eucaristía que celebramos, comulgamos y adoramos, para servir a la vida en la vida cotidiana, transformándola a imagen de esta experiencia. Veamos y creamos en su Palabra de Vida y en su Eucaristía Pan de Vida a Jesús Resucitado y llevémoslo con nosotros a nuestros hermanos, porque muchos aún siguen manifestando con sus vidas que, «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.» Nosotros que lo hemos encontrado seamos sus testigos vivos.

P. Sergio Pablo Beliera