viernes, 26 de diciembre de 2014
jueves, 25 de diciembre de 2014
Homilía Natividad del Señor Misa del Día 25 de diciembre de 2014
En este día los sentimientos
de Comunión se vuelven de los más significativos y con mayor implicancia en
nuestra existencia humana y cristiana. Porque de verdad, con toda verdad, Jesús
ha venido a nosotros con una respuesta clara y contundente a las mayores
aspiraciones que los hombres llevamos en las entrañas, en el ADN de nuestro
ser.
Dios, en Jesús hecho carne, de
nuestra carne, uno de nosotros en humanidad, ha venido con aspiraciones de dar
al hombre una nueva humanidad, devolverle a la humanidad su sentido original,
su razón de ser, su lugar en la Creación, y por eso se ha hecho Salvación, que
es el camino de retorno a lo que somos en verdad y no deberíamos dejar de ser
nunca más. Aunque hoy mismo el proyecto de muchos hombres quiera contradecir
una vez más este sentido definitivo y único del camino de Jesús hecho hombre,
alumbrado en nuestra carne, para que ya no haya otra carne que la carne de
Dios. Las palabras anunciadas en el evangelio de hoy son una contundente
afirmación de algo que se repite en cada generación, y la nuestra no es la
excepción: “…estaba en el mundo, y el mundo fue
hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los
suyos no la recibieron…”.
Pero esta no es la última
palabra, la última palabra es claramente, esperanzadoramente: “…Después
de haber hablado antiguamente a nuestros padres… ahora, en este tiempo final,
Dios nos habló por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las
cosas y por quien hizo el mundo. Él es el resplandor de su gloria y la impronta
de su ser…” No hay otra respuesta, ya no hay otra realización última
que no sea esta anunciada y comprobada por la propia experiencia de cada
creyente, sobre todo de aquellos que se abisman en la experiencia de Jesús sin
anestesia, sin dilaciones, sin peros, sin… Hacerse de la experiencia de Jesús
nacido en nuestras existencias creyentes como nuestro único modo de ser y de
vivir, de aspiración y de realización.
Por eso, las implicancias de
esa respuesta histórica y la vez actual de Dios al hombre en Jesús, están
siempre al alcance de nuestro Sí. Porque la repercusión que “…la
Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su
gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de
verdad…” es impensada, pero cuando se hace carne en nuestra carne
se vuelve impresionantemente visible. Esa es la existencia de todos aquellos
que luchas no desde sí o desde sus fuerzas o capacidades sino desde la
experiencia de estar habitados no sólo en la historia humana por Dios, sino en
la propia historia por Dios.
No es que sólo “habitó
entre nosotros” sino que habitó en nosotros. Por eso podemos decir con
Juan: “…Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como
Hijo único, lleno de gracia y de verdad…”. Lo hemos visto en nosotros y
en los otros. Porque muchas veces empieza por nosotros y otras veces por los
otros, pero todas las veces de una u otra forma, termina siendo una experiencia
de ser habitados por Dios. Y sólo ahí es que comprendemos algo de lo que
implica que “…la Palabra se hizo carne y habitó
entre nosotros…”.
Estar habitados es como cuando
escuchamos una música, estaba en un momento fuera de nosotros, experimentamos
sus vibraciones fuera y una vez que se introdujo en nosotros a través de
nuestra audición y entró en nuestra mente y en nuestro corazón, de golpe esa
música se hace nosotros, nos conmueve, nos mueve, nos toca y nos deja
diferente, nunca más esa música dejará de estar fuera de nosotros.
La Navidad no puede estar
fuera de nosotros, si no nos habita, difícilmente comprenderemos lo que
significa que “…la
Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros…” y
como esa inhabitación se vuelve trascendente para nosotros, porque lo ha sido
para Dios y para la humanidad entera que puede o no entrar en ser esa Humanidad
Nueva traída por Jesús a nosotros una vez, y que espera ser de verdad un nuevo
modo de existencia para nosotros.
Si el hecho que Dios haya
habitado la carne humana en la persona de Jesús, no se convierte en una habitación
de Él en nuestra propia carne por la fe, por el Sí, el hombre sigue radicalmente
sólo y ese o es el proyecto de Dios. Lo primero debe llevar a lo segundo.
Sin esa experiencia la
humanidad, la propia y la ajena espera aún lo que ya ha venido y se ha
instalado entre nosotros pero que espera nuestro Sí.
Sino, ¿qué sentido tendría lo
que en esta Eucaristía de Navidad pedimos al Padre como Iglesia en
representación de toda la humanidad?: “…concédenos participar de la vida divina de
tu Hijo, como él compartió nuestra condición humana…”.
Es así como contemplamos su
gloria, y vivimos en su gracia y verdad. No como abstracciones o aspiraciones
que no nos implican, sino como realizaciones muy concretas de un Dios que en “…la
Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros…” y
es así como “…a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio
el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por
obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por
Dios…” Estos somos nosotros.
Y por eso mismo, no podremos
mantenernos a distancia de tantas existencias humanas partidas, heridas,
sufridas, de tantas esperanzas por realizarse, de tanta caridad por concretarse,
de tanta justicia en estado de espera… Si Dios no ha querido mantenerse a distancia
de ellos, ¡cómo nosotros haríamos otra cosa!...
P. Sergio-Pablo Beliera
miércoles, 24 de diciembre de 2014
Homilía Natividad del Señor, Misa vespertina de la Vigilia, 24 de diciembre de 2014
Haciendo
un poco de ficción histórica y literaria, podríamos preguntarnos si la Biblia
se volvería a escribir en los mismos términos en el siglo XXI. En los aspectos
escenográfico seguramente que no, pero en los términos de las expectativas
humanas y en lo que el hombre de cara a Dios, podríamos decir que sí.
Porque
si bien el hombre contemporáneo se siente con más probabilidades de ser humano
que el de los tiempos que lo ha precedido, en realidad nada ha cambiado, porque
el gran salto tecnológico, del cual el llegar a la Luna es el gran ícono, no ha
resultado más que viajar unos cuantos miles de kilómetros incomparables frente
al tamaño del Universo y lo que de este sabemos hoy. De hecho las películas de
ciencia ficción, no se centran tanto en el hecho de viajar al espacio, sino en
el cómo hacer para viajar por el Universo de tal manera que seamos los mismos a
la ida como a la vuelta.
Traducido
esto en términos bíblicos, estamos en la esencia del hombre que es buscar a
Dios y no huir de su presencia, y desde la esencia de Dios que es buscar al
hombre superando sus expectativas aunque estas se presenten como por debajo de
las del hombre mismo, porque cuando el hombre busca a Dios lo hace de manera
grandilocuente y ruidosa, y Dios la hace de manera humilde y silenciosa.
El
gran tema es el nombre de Dios que la actitud Dios representa la hacerse hombre
en el seno de María: “Dios-con-nosotros”. Porque el gran
tema no es que el hombre busque a Dios, que busque su salvación, que quiera
liberarse, superarse, sino, que el hombre es ante todo buscado por Dios en un
abajamiento inaudito para el hombre a tal punto que a unos le resulta
insignificante y olvidable y, a otros le significa un rechazo y negación
reiterada.
El
gran tema de la humanidad no es que el hombre quiera o pueda viajar, sino que,
Dios ha viajado hacia el hombre, se ha engendrado en un vientre materno y ha
nacido de una madre virgen de forma humana, y para peor desapercibido si no
fuera porque Dios mismo se ocupara de comunicarlo, de anunciarlo y de guiar a
la gente hacia ese acontecimiento.
Estamos
lejos de ser el centro de la escena, aunque sí del corazón de Dios, y ese
corazón el que busca al hombre antes que este lo busque a Él. Es Dios, no ya
buscando, sino encontrando al hombre lo que celebramos en este “Dios-con-nosotros”
en esta Navidad.
Dios
ha viajado hasta nosotros, hasta hacerse uno de nosotros, hasta estar y
permanecer con nosotros en el Niño Jesús, comienzo de una permanencia que es la
verdadera esperanza del hombre. Este Niño Jesús, el Salvador, paradójicamente
lo es mientras nace y se deja envolver en pañales, se deja acurrucar por María
y por José, se deja alimentar, se deja acunar en un pesebre porque nada le
resulta extraño e indigno de su creación. Y mucho menos nosotros.
Dejémonos
alcanzar por el Niño Dios, como se deja alcanzar Él por nosotros. En esto
reside la verdad y la oportunidad de nuestra esperanza. Nada en nuestra vida
debe estar fuera del alcance de esta pequeñez, nada debe rechazar este
abajamiento, nada en nuestras vidas puede verse transformado si no es por la
vía de la humildad y la pobreza que acepta el hacer de Dios por sobre el hacer
sólo del hombre.
Es
en la preciosa colaboración de Dios con el hombre en el Niño Jesús, como el
hombre aprende a colaborar con Dios en la propia existencia y así lanzarse a
hacerse más hermanos de los que necesitan esa cercanía, esa presencia que no
invade sino que se hace “Dios-con-nosotros”.
No
reneguemos de lo que esta Noche representa de luminoso, y dejemos atrás lo
oscuro: el orgullo, el poder, la fuerza, las cadenas, las humillaciones, las
imposiciones, el desprecio, el olvido, la esclavitud, el ser servido, el todo
para mí… todo esto a quedado atrás por la luminosidad y frescura de simplemente
“Dios-con-nosotros”.
Ahora
podemos viajar seguros por nuestro corazón y el de nuestros hermanos porque “Dios-con-nosotros”
está en medio de nosotros y allí permanece. Él nos hace cruzar los umbrales
inexplorados que nos hacen avanzar hacia ser uno con Él porque Él es en
nuestras vidas “Dios-con-nosotros” y eso nos basta, o al menos debería
bastarnos.
P. Sergio-Pablo Beliera
domingo, 21 de diciembre de 2014
Homilía 4° Domingo de Adviento, Ciclo B, 22 de diciembre de 2014
Hay datos de la historia que
nos resultan sorprendente. No hablo necesariamente de la historia pasada de la
humanidad, de un pueblo en particular, sino, de nuestra historia, de lo que
aconteció ayer entre nosotros y de lo que acontecerá en breve –porque ese
pequeño lapso de tiempo que nos separa del futuro próximo ya es historia- que
podrá o no sorprendernos, pero que en sí no está ni ha estado bajo nuestro
dominio.
Resulta por demás sorprendente
que se diga y se crea que la historia la cuentan los vencedores. Si fuera así,
debemos recordar que nuestra memoria selectiva que descarta de nuestros recuerdos
lo que no nos agrada, no es por cierto lo mejor de nosotros mismos, ni de los
demás. La historia es lo que es y es asombrosamente abarcativa porque cuenta
todos los acontecimientos según todos los hombres y sobre todo resulta más que
interesante cuando se cuenta lo que hasta ahora desconocíamos de la trama de la
historia y eso es porque nos faltaba la historia de…
El lugar, el tiempo y las
personas que hoy ocupan la historia del origen de Jesús, son sin duda de esas
pequeñas historias que se vuelven grandes historias, historias universales, de
repercusiones impensadas en su comienzo pero que de hecho son un salto
cualitativo y cuantitativo del paso del hombre en la providencia de Dios, o del
Dios de la historia en la historia de hombre en la inmensidad de su creación.
Lugar insignificante, retirado
del centro de la escena mundial, era por cierto Judea y que decir Nazaret en el
corazón de la Galilea, que era lo más insignificante para un judío de esa
época, mas preocupado por recuperar y engrandecer el centro de su reino que era
Jerusalén. Porque lo que importaba era la política –cualquier parecido con el
momento presente de nuestra historia local es pura incidencia- no importaba en
absoluto la rica y fértil Galilea, así somos los hombres cuando desplazamos
nuestro centro de la realidad.
Insignificante era también un
hombre descendiente del rey David, cuya descendencia hacia ya tiempo que había
perdido el poder sucesorio del reino, ligado ahora a otra familia. Además se ve
que a José no le habían picado los derechos sucesorios por falta de ambición o
por desconocimiento de su condición, no lo sabemos, pero se ve que no le
preocupaba mucho por lo pronto.
Y una virgen de nombre María,
algo tan común por su condición de matrimonio aún no consumado como por su
nombre tan simple por repetitivo. Siempre llama la atención que aún el mismo
nombre del que según la promesa del Ángel, “…será grande y será llamado
Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará
sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin… el niño será
Santo y será llamado Hijo de Dios.”, sea un nombre tan común en
su época: Jesús… Antes que él y durante su existencia habrá otros Jhosua…
Y ahí es donde se nota el obrar único de Dios, porque de ahí en más María solo
será una y Jesús sólo será uno y único.
Así es la iniciativa de Dios
nuestro Padre, y así es su obrar continuo que saca del anonimato a los hombres
de Dios por caminos distintos de los que el hombre se plantearía, porque sólo
para Dios “todo es posible” porque “no hay nada imposible para Dios”,
sólo para Él y por Él. Pero ese imposible es motivo de alegría para el hombre y
no de pesar. Porque sea como sea nuestra historia, alegre y exitosa, triste o
frustrante, para nosotros y los que nos rodean, el anuncio de alegría y dicha
es el mismo y lo es con mayúscula. El “Alégrate” es porque Dios obra y
porque su obrar es motivo de alegría y gozo para los que se involucran de lleno
en la historia que Dios trama, a pesar que, a pesar de…
¡Cómo no amar a este Dios!
¡Cómo no dejarse llevar como lo hace María: “Yo soy la servidora del
Señor, que se haga en mí según tu Palabra”.! ¡Gloria
a Dios, que tiene el poder de afianzarlos, según la Buena Noticia que yo
anuncio, proclamando a Jesucristo, y revelando un misterio que fue guardado en
secreto desde la eternidad y que ahora se ha manifestado!
Así y sólo así la
sorprendentes condiciones de vida de la mayoría de la humanidad, por debajo de
las expectativas de los exitosos, de los capaces y de los poderosos, encuentra
su encause y su sentido, sólo así la mayoría de la humanidad puede entrar por
la puerta que corresponde en la Historia de Dios y no malograrse su dura
existencia, alcanzando a pesar de… su lugar en el corazón de Dios y en el
tejido comunitario de la obra del Espíritu que cubre con su sobra pero que no
opaca ni oscurece al hombre, solo lo cubre de las amenazas de los que no
quieren la vida del pobre y del indigente que caen sólo sobre la mirada de
Dios.
Es así como se entiende el
sentido de la breve y concisa oración colecta de hoy, que resume todo el obrar
de Dios en la historia y su modo infalible, donde encarnación, pasión, cruz y
resurrección, son un hilo conductor único e inquebrantable: Señor,
derrama tu gracia en nuestros corazones, y ya que hemos conocido por el anuncio
del ángel la encarnación de tu Hijo Jesucristo, condúcenos por su Pasión y su
Cruz, a la gloria de la resurrección.
Cantaré eternamente el amor
del Señor, proclamaré tu fidelidad por todas las generaciones. Porque tú has
dicho: “Mi amor se mantendrá eternamente, mi fidelidad está afianzada en el
cielo”.
P.
Sergio-Pablo Beliera
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