sábado, 26 de noviembre de 2011

HOMILÍA 1º DOMINGO DE ADVIENTO, CICLO B, 27 DE NOVIEMBRE DE 2011


HOMILÍA 1º DOMINGO DE ADVIENTO, CICLO B, 27 DE NOVIEMBRE DE 2011
Comenzamos el Adviento. Cuatro semanas de intensa vida espiritual guiados por el Evangelio de san Marcos. Es un tiempo de una personalidad de mirada penetrante, aguda, sostenida. Tiempo de ojos abiertos. De una mirada posada en el horizonte en actitud de espera. Es tiempo de contemplación.
Entramos en espera de, “el momento”. Así lo denomina Jesús. Así lo espera nuestro espíritu. Se trata de vivir para “el momento”. Se trata de poner el interés en “el momento”. Se trata de no dejar pasar “el momento”. Se trata de una vida en movimiento hacia “el momento”. Lo interesante es que “el momento” no es algo que dependa de nosotros, claramente “el momento” llegará, el se aproximará hacia nosotros, sin que podamos saber el cuando de “el momento”. Solo sabemos que “el momento” llegará y nos tomará así tal cual estemos. Nuestra preocupación no debe estar entonces en saber “cuando” sino es estar involucrados en vivir una vida con “cuidado” y en estar “prevenidos”. O sea, en asumir el valor, la dignidad, el significado de una vida que nos ha sido confiada como una pieza única y de gran valor, frente a la que estamos llamados a vivir como servidores. Cuando me apodero de la vida, de mi vida, de la vida de los demás, dejo la actitud de cuidado, de prevención, pues la atención se dirige a mantener ese poder y no a la dinámica de la vida misma que es darse y dejar darse. Con “cuidado” y con “prevención” es pues, vivir desapoderado y desapegado de la propia vida y de la de los demás, es vivir su gratuidad permanente para que se de en ella todo lo que “el momento” nos traiga.
“El momento” es pues un encuentro, más aún un reencuentro, de un Señor y su servidor. Pero es el reencuentro de un Señor que se hace Siervo y que viene para hacer de su servidor un verdadero señor. Estamos en vigilia para volvernos a encontrar con Aquel con el que nos hemos encontrado y ha marcado tanto nuestra existencia que sin Él no podemos vivir. Vigilia en la Palabra. Vigilia en la Eucaristía. Vigilia en la vida fraterna (familia y comunidad). Vigilia en los pobres. Vigilia en la Contemplación. Vigilia en la Adoración. Vigilia en el Silencio del trabajo, del andar y de la convivencia de relaciones de hermanos.
Nos desvelamos en el ansia del encuentro. Perdemos el sueño en el gozo de una espera con el que hemos experimentado que nos Ama más allá de nuestra posibilidades de darnos cuenta, de saber el cuando… Quien ama -y eso es un servidor desde Jesús- se mantiene despierto y disponible a la persona que ama. ¿No merecerá nuestra relación de amor con el Señor este tratamiento? Nos desvelamos y perdemos el sueño por tantas cosas pasajeras, ¡como no permanecer con el corazón, la mente, los sentidos y el alma despierta para ser encontrados en “el momento” por el Señor que nos ama y a quien queremos amar más!
Y para eso, nuestro “portero” interior debe estar en funciones óptimas. El “portero”, es el Espíritu del discernimiento que deja solo entrar a aquellos que son del Señor, a aquello que es del Señor, a aquello que es para el Señor, aquello que lleva al Señor, aquello que me hace permanecer en el Señor. El Espíritu que conoce al Señor, es el que lo puede reconocer en su venida a nosotros en “el momento”. Él conoce su voz, de donde viene y a donde va. Es el Espíritu el que hace Memoria del Señor en nosotros, porque el encuentro ha quedado impreso en nosotros y nadie puede borrar su impronta. Así nuestro espíritu puede responder a la manera del Espíritu.
Estoy invitado a querer hacerme “portero” como el Espíritu, para reconocer la venida del Señor y abrir mis puertas de par en par. Hacerme “portero” por el Señor que es el dueño de casa, y a quien yo lo he dejado hacerse dueño de mi casa, de mi vida y de mi historia. Su impronta vive en mí y solo Él puede ocupar el lugar que le pertenece pero, que a la vez yo le he dado ese lugar al seguirlo como respuesta de amor al amor del llamado. Hemos comenzado una historia con Él y solo con Él podemos llevarla a su plenitud. ¡Es maravilloso! Nuestra única verdadera preocupación es estar al servicio del Evangelio que se nos ha confiado para vivirlo y brindarlo como Casa de Comunión para todos. El Señor de la Buena Noticia que nos enamora vendrá y lo llevará todo a su plenitud. “…lo digo a todos: ¡Estén prevenidos!”
Quiero Señor, no permitas que me duerma por mis cansancios innecesarios e inútiles. Pon mi atención en el Camino por el que partiste y por el que volverás. Que mi corazón se mantenga en vela de amor por el Amor recibido para darte esa misma respuesta de Amor cuando llegue “el momento”. Acepto no saber “cuando” para amarte y esperarte en la total apertura y gratitud. “…tú, Señor, eres nuestro padre; nosotros somos la arcilla, y tú, nuestro alfarero: ¡todos somos la obra de tus manos!”

P. Sergio Pablo Beliera

domingo, 20 de noviembre de 2011

Homilía Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, ciclo A, 20 de noviembre de 2011


Homilía Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, ciclo A, 20 de noviembre de 2011
La dispersión es una actitud que nos encuentra muchas veces a su disposición, generando en nosotros y en quienes nos rodean una sensación desagradable de pérdida y desorientación. La dispersión convive a diario con nosotros en la vida familiar, en la vida comunitaria, en la vida social, pero, también en la vida espiritual. Dispersos por dentro y por fuera la sensación de desanimo crece y gana terreno.
Tal vez, sea este, uno de los signos más evidentes que hemos dejado de poner nuestra atención en Dios. Salidos de Dios, vagamos por ahí, por allí… por todas partes sin rumbo cierto. Emigramos de su Presencia hacia las inciertas presencias que aparecen como ilusión de una tierra firme, de descanso y sosiego, y al final nos encontramos perdidos en nosotros mismos, entre los nuestros.
La Promesa viene en nuestro auxilio por boca de Ezequiel: ¡Aquí estoy Yo! Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él. Como el pastor se ocupa de su rebaño cuando está en medio de sus ovejas dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y las libraré de todos los lugares donde se habían dispersado, en un día de nubes y tinieblas.” El Padre afirma su Presencia, “¡Aquí estoy Yo!”, Él es el que no se ausenta, es el continuum de la Historia y de nuestra historia. Es el Padre el que preside la mesa de los que son convocados. El busca y el mismo se ocupa, “porque suyos somos y a Él pertenecemos”. El Padre sale a nuestro encuentro en la persona de su Hijo Amado Jesús, para traernos de nuestra dispersión. El Pastor está en medio de nosotros “como el que sirve”. Todo Él es “Dios con nosotros” por siempre y para siempre. Se ha hecho uno de nosotros y permanece como tal transformado en El Resucitado, en El que Vive y convoca a los vivientes, porque “Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos.”
“Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia” Todos en la esperanza futura nos reuniremos en torno a Jesús Resucitado, el Dios hecho hombre Resucitado, “a fin de que Dios sea todo en todos”. Pero esa esperanza futura tiene un hoy, un ahora, un aquí que lo hace todo uno. "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo", habían preguntado los magos de Oriente, por todos nosotros. Ahora cada vez que poso mi mirada en Jesús, vuelvo de mi dispersión, ahora cada vez que escucho su Palabra Viva, vuelvo de mi dispersión, ahora cada vez que cierro mis ojos, pongo pausa en mi andar y me guardo en el silencio, el Espíritu de Jesús me hace volver de mi dispersión, ahora cada vez que Celebro su Presencia Crucificada y Resucitada en la Eucaristía, vuelvo de mi dispersión atraído por su Presencia, ahora cada vez que mi mano se extiende con un vaso de agua o un pedazo de pan, cada vez que salgo de mi comodidad en busca del que está preso o enfermo, cada vez que cubro al desnudo y dejo entrar en mi casa al que está afuera solo, vuelvo de mi dispersión al Dios que se ha Encarnado y hecho uno de nosotros hasta el extremo de la pobreza para que yo me de al que el realidad me ha dado todo de sí…
Entonces si podemos escuchar la gran bendición al final de cada día: “Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo…” Ese “vengan” es la más dulce y reconfortante llamada, ansiada desde el comienzo del Día que fundamenta cada día. Quien se despierta con ese anhelo vive de ese anhelo en la realización de un “vengan” a cada humano hecho hermano por la relación de vida nueva entablada con Jesús. Somos benditos ya en cada aproximación a toda manifestación de la Humanidad de Jesús, que ha hecho suyo a todo pequeño, “cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”. Porque Jesús fue un forastero Desde Egipto llamé a mi hijo”. Jesús “sintió hambre”. Jesús estaba de paso y fue alojado “porque el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”. Jesús es el que estuvo preso “se abalanzaron sobre él y lo detuvieron”. Jesús es el que tuvo sed y “le dieron de beber vino con hiel”. Jesús es el que estuvo desnudo porque “los soldados sortearon sus vestiduras y se las repartieron”. Jesús es el enfermo “Porque dice la Escritura: Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño”. Esta identificación, esta unión nos resulta inaudita en la medida que nosotros mismos no somos esos pequeños, como pequeño se hizo Jesús. En la medida que somos esos pequeños, esa identificación se vuelve motivo de alegría, de gozo y de vuelta de toda dispersión, porque nos reunimos en torno a la Presencia Viva de Dios en la Humanidad de Jesús, que se ha unido a todo hombre que pasando por la pasión y la muerte espera un gesto total que lo haga experimentar ser bienvenido a la existencia por el mismo Dios Presencia Vida, en un humano que se hace hermano rompiendo todas las distancias del pecado y de la muerte, porque “todos revivirán en Cristo.”

P. Sergio Pablo Beliera