“El
Señor me dijo: ‘Tú eres mi Servidor… por ti yo me glorificaré’ ”
Esta
expresión de Dios por medio del profeta, resaltan la conciencia alta y profunda
a la vez, de la Voz de Dios, que ayuda a Jesús continuamente a situarse frente
a su Padre y frente a su Misión. Es la conciencia de ser su Servidor, ser un
Servidor que Él engendra y que Él envía. Un Servidor que es constituido como
tal no por voluntad humana, sino por la más alta de las voluntades, la de Dios
mismo. El Padre engendra al Hijo, el Señor al Servidor.
Este
estilo de conciencia es vital, porque la condición de Servidor, es ardua y
gozosa a la vez. Es una conciencia que sitúa a Jesús frente a sí mismo y frente
a los hombre, como expresión viva de su Gloria. Dios se glorifica a través de
su Servidor, por su Servidor. Esto es, por lo que el Servidor deja hacer en él
y con él.
Podríamos
decir que el gran logro de Jesús, no son sus éxitos personales, sino el éxito
de Dios en su conciencia y su vivir de Servidor. No son sus milagros en sí
mismos, no son sus prodigios en sí mismos, no son sus palabras y gestos en sí
mismas, nos es su entrega en sí misma; sino el asumir su condición de Servidor
y dejar que Dios se manifieste en Él y a través de Él, dejando atrás toda
ruptura o competencia con Dios o con los hombres.
Es
así como el Servidor supera lo arduo de su misión, expresadas en las vivas
palabras del profeta: “Pero yo dije: ‘En vano me fatigué, para
nada, inútilmente, he gastado mi fuerza’ ”. Las fatigas de Jesús, sus
fuerzas gastadas hasta el extremo, sus fracasos continuos por reunir a las
ovejas perdidas, su deseo de reunir al pueblo como la gallina a sus pollitos,
su no venirse abajo frente a la traición y la negación, su no ser recibido por
los suyos, sus palabras mal interpretadas y resistidas, el odio recibido a su
condición de Hijo de Dios; todo eso y más, es absolutamente imposible para la
condición humana, es una hacer en su propia carne humana la experiencia vivida
por Dios en su experiencia de Dios. Y por eso mismo es Servidor y no servido.
Pero
ninguna de esas contrariedades, que victimizarían a cualquiera, lo victimizan a
Jesús. Y eso, porque su conciencia y su experiencia vital, se hayan apoyadas,
sostenidas y unidas a la esta fuente genuina: “mi derecho está junto al Señor y
mi retribución, junto a mi Dios…Yo soy valioso a los ojos del Señor y mi Dios
ha sido mi fortaleza.”
Aquí,
en el estar junto a Dios, en el hacer de el estar junto a Dios su retribución,
en el ser valioso a los ojos de Dios y en el ser Dios su fortaleza; donde Jesús
encuentra con su ser, con su conciencia más alta y profunda, con su misión
insustituible, con su libertad extrema.
Ese
es el verdadero y más puro manantial de lo que los hombres contemporáneos
llamamos autoestima, quererse bien a sí mismo, tener una adecuada consideración
de sí mismo, una verdadera e inagotable fuente de entusiasmo…
Y
más todavía, una experiencia segura y genuina de proyectarse sobre los demás,
tan bellamente expresada: “Es demasiado poco que seas mi Servidor para
restaurar… y hacer volver a los sobrevivientes; yo te destino a ser la luz de
las naciones, para que llegue mi salvación hasta los confines de la tierra”.
Jesús
encuentra esta experiencia en su relación con el Padre y desde allí recibe esta
misión que abarca la humanidad entera. Permanece en el Padre y por eso
permanece con los hombres y los gana a todos para el Padre mismo.
Si
tradujéramos Servidor por Empleado, podríamos decir que es el Empleado
perfecto, el deseado por todo Jefe, que se mantiene unido con Él y desde esa
fuente se lanza a la conquista de todos los clientes de todos los mercados, no
sólo cercanos, sino hasta los más lejanos y difíciles. Para él agradar a su
Jefe y a sus clientes es una misma y única realidad. Y su condición de Empleado
lejos de agobiarlo lo enaltece, porque es fuente de Comunión entre opuestos y
extremos.
Podemos
decir de Jesús: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo… él es el
Hijo de Dios”, si experimentamos la belleza y hondura de esta
confesión.
En
Jesús, la condición de Siervo se amplia en la condición de Cordero. El Siervo
se hace Cordero para ofrecerse en lugar de… Es la experiencia de Abraham e
Issac, nuestros padres en la fe. Es la experiencia de José el hijo de Jacob. Es
la experiencia de Moisés al final de su vida. Es la experiencia del profeta.
Pero, en la experiencia de Jesús, el Cordero asume su máxima expresión, ya que
Él se ofrece verdadera y plenamente en lugar nuestro, y esa ofrenda logra que
nuestras vidas queden libres de toda atadura.
Jesús
como Cordero, es el modelo de todos los que antes que Él debieron pasar por al
experiencia de ofrendar en lugar de… Pero lo fuerte es que justamente Él es la
fuente de toda ofrenda en lugar de… porque así es como Él vive desde el
principio su existencia de Hijo de Dios.
Llegó
la hora que pase la figura y aparezca la imagen verdadera y plena de la
realidad de la Ofrenda. Y Jesús se ofrece como Cordero para quitar la fuente
del mal en el mundo, porque como Cordero es la Bondad y la Belleza del Rostro
del Padre.
Jesús
cargará sobre sí mismo el mal de la humanidad y le dará muerte para siempre
para que ya no tenga ningún dominio sobre nosotros. Es el Cordero sacrificado
en el Templo de la Cruz y es el Cordero llevado al desierto para expiar de
manera definitiva los pecados del mundo.
Él
no es una Ofrenda solitaria, sino una Ofrenda de la Ofrenda del Padre,
testificada por el Espíritu que desciende sobre Él: “Aquel sobre el que veas
descender el Espíritu y permanecer sobre él, ése es el que bautiza en el
Espíritu Santo”. Para que la Ofrenda sea plena y alcance toda su fuerza
expansiva, debe venir de la Ofrenda del Padre, hacerse Ofrenda del Hijo, y
hacerse Ofrenda del Espíritu, para que todo lo que viene de Dios alcance su plenitud
en Dios.
Jesús
no se ofrece más que una vez y para siempre y nosotros estamos llamados a
hacernos de los frutos de esa ofrenda de una vez y para siempre, volviéndonos cordero
que viven de su Ofrenda, ofreciéndonos por los demás mansa y humildemente sin
sacar otro rédito que la libertad de nuestros hermanos y la gracia de imitar al
Hijo Cordero y Servidor.
Esta dimensión de
Ofrenda sustitutiva debe cobrar todo su esplendor en nuestras vidas, para que
la mismas no sean una ofrenda en vano.
Su
condición de Cordero Servidor, es fuente de dicha y gozo para Dios y para los
hombres, y de ahí que lo sea tan plenamente para Él mismo, sin detrimento de
uno y de otro. Su mansedumbre y humildad provienen de la fuente inagotable del
Padre. Su darse por entero sin límites imaginables, proviene de la fuente
inmaculada de su condición de Hijo de Dios.
Este
es el significado profundo expresado en la experiencia de Juan que el Padre le
reveló: “Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él,
ése es el que bautiza en el Espíritu Santo”.
Jesús,
Codero Servidor, es el camino por el que el hombre de hoy puede recorrer el
camino cierto y seguro que lo conduce a la fuente de vida y gozo que busca y
que no puede encontrar sino por el camino de Jesús mismo, haciéndose Cordero Servidor a su estilo.
El mundo nos necesita corderos, no perdamos el gozo de serlo.
P. Sergio-Pablo Beliera