domingo, 29 de agosto de 2010

Homilía 22º domingo durante el año, Ciclo C, 29 de agosto de 2010

Uno puede preguntarse si habrá un momento de la vida en el que un “No” rotundo a las propias conveniencias humanas, no sea necesario e imprescindible. Po lo pronto digamos que, es difícil imaginar una experiencia humana, que no requiera o reclame reconsiderar la posición que estamos ocupando, desde donde nos ubicamos, que buscamos y pretendemos desde esa posición. El “primer lugar”, es el elixir del reconocimiento, de la mirada de los otros, de los aplausos, de las primeras planas, los 15 minutos de gloria, el ser considerado alguien, el ser consultado, el liderazgo, la vocación de poder y tantas y tantas formas de lo mismo.
Este es además, debemos reconocerlo, un tema de gran actualidad, de enormes implicancias en el escenario humano actual del ambiente familiar, comunitario y social. La posición para el creyente está definida y suficientemente desarrollada por Jesús y dos mil años de tradición de hombres y mujeres en esa búsqueda. Ahora, es siempre actual y un magnífico desafío, ese “último lugar” que debemos buscar, que es nuestro verdadero lugar y que a la vez nunca podremos alcanzar, porque de alcanzarlo, ya no sería el último… es un movimiento constante hacia “el último lugar”. Lugar propio de Jesús y por lo tanto mío.
Y no se trata del bajo perfil, que la mayoría de las veces la única virtud que pretende es que nadie me moleste, pasar desapercibido para hacer la mía. De esto, está lejos el Evangelio y la necesidad actual de revisar nuestra posición. Porque seguiríamos siendo el centro, el objeto y el motivo. Y de eso se trata justamente, de no ser el centro, ni el objeto, ni el motivo principal. De lo que estamos hablando, es de la capacidad de darle el valor que cada persona y cada cosa se merece por sí misma y no por su utilidad o rédito, por sus méritos o logros. Me imagino así un mundo familiar, comunitario y social totalmente renovado. ¿Podremos los creyentes del Evangelio de Jesús aportar esta mirada única a la actualidad?  
¿Qué nos pasa que estamos tan mal por la sobrevaloración de la necesidad de reconocimiento, de estimación y valoración? ¿Habrá un mundo feliz lejos del reconocimiento humano y divino? Llevamos más de un siglo de rendirle culto a la diosa autoestima y seguimos tan mal como antes. Década y décadas del siglo pasado, la sociedad burguesa a la pertenecemos, viene poniendo en el centro los intereses el yo, el feminismo, los niños (’60), y ahora los nuevos varones… y como nunca hemos obtenidos como resultado tantos egoístas y egocéntricos, de lo cual la sociedad mediática es solo una representación triste de nuestra opción –negada, pero solventada por nuestra mirada y conversaciones, nuestro simple gesto de encender el televisor-. Recordemos la recomendación No hay remedio para el mal del orgulloso”. El culto al poder y al prestigio es devastador. Quien quiera ser alguien para los demás no hará otra cosa que abrir una profunda herida incurable en sí y en los demás. La Argentina de ayer y la de hoy es un ejemplo cabal de esta deleznable experiencia.
La grandeza está en la pequeñez. A tal punto, que ni Dios se da importancia así mismo, ni Dios busca el primer lugar… ¿Entonces? Pues, entonces nuestro caminar cotidiano empieza por ese lugar, no darme tanta importancia a mí mismo, porque le importo a Dios y eso me basta, así obtendrás el favor del Señor”, porque Él no se siente identificado con otra cosa que no sea aquello que es Él mismo y desde el último lugar nos dice: "Amigo, acércate más". Y si eso no me basta, la sobrecarga que impondré a los que me rodean para que me den importancia, será una carrera sin fin. En vez, serenos y sencillos, sin darnos tanta importancia, podemos avanzar por el camino decuanto más grande seas, más humilde debes ser. Porque todo el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado”. Ejemplos no nos faltan.¿Qué hacemos entonces buscando estar en el cuadro de honor de mi familia, de mis amigos, de mi comunidad, de mi colegio, de mi universidad, de mi trabajo, de mi sociedad? La humildad debe ser honrada con humildad y el que quiera serlo ni siquiera debe darse cuenta. Porque su corazón está en “los justos se regocijan, gritan de gozo delante del Señor y se llenan de alegría”. Si no logro que algo mayor a mí sea motivo de mi gozo, de mi alegría, de mis motivaciones nunca podré alcanzar el gozo y la felicidad que solo la humildad puede brindarme generosa y ampliamente. Trabajemos por una familia, por una comunidad, por una sociedad si distribución de retribuciones y podremos decir con Jesús: ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!

P. Sergio Pablo Beliera