domingo, 6 de julio de 2014

Homilía 14º Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo A, 6 de julio de 2014

Acabamos de escuchar:
habiendo ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes,
las has revelado a los pequeños”
nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar”
“Vengan a mí …y yo los aliviaré.”
“Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí,
porque soy paciente y humilde de corazón,
y así encontrarán alivio”
“…porque mi yugo es suave y mi carga liviana”
Los pequeñuelos, los discípulos que lo han aceptado a Jesús como Maestro, han recibido una revelación: tenemos un Padre, esa revelación es dada por el Hijo y ese Hijo que nos hace entrar en un aprendizaje divino: ir a Él, recibir su alivio, cargar los mandamientos nuevos: “pero yo les digo…”, que hace suave y ligero el ser educados por Dios en la persona misma de Jesús el Hijo Amado, el único que conoce al Padre, el más alto y definitivo de los conocimientos.
Justamente, lo que se haya herido en nuestro mundo contemporáneo, del que somos parte, es el querer saberlo todo por sí mismo, pero sin el necesario proceso de aprender en la experiencia de su propia carne. Aprender en nuestra Buena Noticia de Hoy.
Pero entonces, ¿Qué es este aprender dado sólo a los pequeños?
Aprenden aquellos que tienen hambre de salir de su ignorancia y por lo tanto se dejan enseñar: los que tienen alma de pobres, los pacientes, los afligidos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los que tienen el corazón puro, los que trabajan por la paz, los que son perseguidos por practicar la justicia.” (Mt 5)
Los que consideran el tamaño de su ignorancia y desean ardientemente salir de ella pero no puede y a la vez eligen no hacerlo por si mismos: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de escándalo!” (Mt 11)
Cuando un aprendizaje nos puede nos hace un gran favor, cuando un libro se vuelve mayor que nosotros nos hace un verdadero bien, cuando un aprendizaje nos deja insatisfechos estamos más cerca de aprender que antes, cuando un maestro se nos hace imposible de poseer a pesar de su mansedumbre, entonces puede ser que escuchemos más y se abra nuestra mente y nuestro corazón a aprender de verdad y no a alardear.
Somos ignorantes a causa de nuestra pequeñez y, no que a causa de nuestra ignorancia nos volvemos pequeños. Porque todo lo que sabemos lo recibimos de Jesús: El discípulo no es más que el maestro ni el servidor más que su dueño. Al discípulo le basta ser como su maestro y al servidor como su dueño. No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido. Lo que yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día; y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas.
El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí.
El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió. Les aseguro que cualquiera que dé a beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa”. (Mt 10) He aquí a los pequeños, los que siguen a Jesús, lo reciben, aprenden de Él, son enviados y viven de Él.
Cuando un niño o un joven, que se encuentran en la etapa de aprendizaje por excelencia, no reciben la enseñanza que necesita para que su pequeñez madure y, no se vuelvan duros y violentos para defenderse de los otros, por haber sufrido a causa de no haber tenido maestros, estos pegan el grito salvador de aprender, del aprendizaje retrasado, de una buena vez en algún momento.
Los niños y jóvenes son lo que son hoy día, a causa de la falta de maestros y, la falta de maestros es a causa de adultos que han crecido sin aprender que se sigue aprendiendo en la incómoda tarea de enseñar sin saber por si mismos sino a causa de los acontecimientos y necesidades.
Duro es escuchar a un niño o a un joven decir: ¿Porqué a mi no me lo enseñaron? ¿Porqué no estuvo ahí el maestro que me enseñara a no caer y a levantarme después de caer?
Muchos a causa de esto ya no quieren aprender y pierden la inocencia de su pequeñez.
Muchos a causa de esto ya no tienen oídos para el maestro que ahora se acerca y, se obstinan es su apatía de seguir ignorando “la verdad y la vida.”
Muchos se vuelven autodidactas, aún con maestros venidos a su vidas en otro tiempo del esperado, y se adentran en el riesgoso camino de los vándalos de verdades robas, no corroboradas por la experiencia propia, cosechadas en terreno ajeno.
Otros piensan que ya no pueden aprender, y otros ya se olvidaron que existe algo que se llama aprender.
Los pequeños del Evangelio, tienen un sólo conocimiento y ese es el de la revelación que los a alcanzado por pura gracia, por gratuidad e incondicionalidad del Padre y “aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar”.
No tienen verdades propias, sino aquella Verdad que se ha apropiado de ellos, Jesús, la Verdad.
No hablan de sí mismos sino del suave yugo de la ley del amor mutuo, de la mansedumbre y de la humilde humildad de su único Maestro Jesús, “manso y humilde de corazón” a los designios del Padre.
Solo los pequeños que permanecen pequeños a causa de la grandeza de su Maestro y Señor, solo así son motivo de alabanza y bendición ante el Padre: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque las has revelado a los pequeños.”
Somos hijos de una revelación que nos ha sido dada por motivos de amor y sólo puede ser abrazada por motivos de amor.
Los pequeños son los que permanecen como diría el precepto minimalista del arquitecto alemán Ludwig Mies Van Der Rohe: “menos es más”. Necesitan poco para alcanzar la grandeza porque se vuelven obedientes a la primera enseñanza que han podido acoger y no la sueltan más: “Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí.”
Muchos en el mundo contemporáneo, no quiere ser pequeños porque no quiere aprender. Aprender es un verbo evangélico, es una Buena Noticia. Esto debemos gritar al mundo cansado, agobiado de sí mismo, bajo el duro y pesado yugo de sus leyes y preceptos ciegos, sordos e inaccesibles al más sencillo de los humanos.
Aprender nunca es posesión sino liberación de toda mi persona para recibir: “Vengan a aquí …y yo los aliviaré.” Liberación de toda mi persona para acoger y expandirme con lo que me es dado desplegando todo su potencial. Así quiere Jesús que aprendamos de Él, porque es así como Jesús aprende como Hijo del Padre.
Padre nuestro, que por la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída; concédenos una santa alegría, para que, liberados de la servidumbre del pecado, alcancemos la felicidad que no tiene fin: aprenderlo todo de Ti y de tu Amado Hijo Jesús, pequeño entre los pequeños.


P. Sergio-Pablo Beliera