domingo, 28 de junio de 2015

Homilía 13º Domingo TO, Ciclo B, 28 de Junio de 2015

Quisiera partir desde dos pequeñas experiencias personales que he vivido estos días, y que creo, representan la experiencia de muchos, en relación con el sufrimiento que nos produce la enfermedad propia y ajena.
Toda esta semana, un matrimonio amigo me a mantenido rezando por un pequeño de 5 años que sufrió un accidente, Mati. Como el pedido de oración era intenso, lo expandí entre mi familia y amigos. Y Mati, se convirtió en motivo de conversación diaria con Dios y entre nosotros hasta hoy y lo seguirá siendo un tiempo más seguramente.
Esto pasa todo el tiempo en las redes sociales, continuos pedidos de oración. Eso nos permite hacer una extraordinaria experiencia de contacto diferente con la angustia que nos produce la enfermedad. Nos sacamos de la soledad y del aislamiento. Y entonces a través de la “solicitud por los demás” -como nos dice san Pablo hoy-, hacemos la experiencia de la sanación, superamos la enfermedad a través del amor generoso. Si la ciencia llegara a suprimir la enfermedad, nosotros nunca deberíamos suprimir la experiencia de abrir nuestros horizontes a cuidarnos unos a otros, de lo que nos aísla y nos quita el horizonte de vida común.
Eso hace Jesús en su preocupación por el enfermo, no quita sólo la enfermedad, sino que hace salir de sí mismo y de nosotros, la fe, la confianza, la esperanza, el abandono, la corriente de vida. Esa es su sentencia hoy: “Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda sanada de tu enfermedad”. Y “No temas, basta que creas”.
Pero, nada de todo esto sucede si no tocamos esas realidades que tanto nos hacen sufrir a unos y otros. La fe nos hace tocar esas realidades y quien no las toca debilita y adormece su fe. Los ejemplos de hoy en el Evangelio son muy claros:
“Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se sane y viva”.
Ella “pensaba: “Con sólo tocar su manto quedaré sanada”.”
“¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme”.
Jesús, toca al que sufre, cura al que sufre y al que consuela a pesar de su sufrimiento.

La segunda experiencia es desgarradora. En la semana recibimos la dura noticia del nacimiento al cielo del pequeño Benjamín… Mauricio su padre, en su gran dolor nos dio un gran testimonio de fe… Él cuenta que cuando su hijo tenía 2 años se enfermó de meningitis y estuvo muy grave… Mauricio en esa ocasión, se puso delante de la imagen de la Virgen María y le dijo: Vos que sabes lo que es la muerte de un hijo, cura a mi hijo, porque vos pudiste soportarlo, pero yo no puedo. Y Benjamín se sanó. “Yo sabía, mi hijo era prestado, era tan especial que no parecía mi hijo, era un regalo, era prestado”, dice Mauricio. A Benjamín, esta vez lo atropellaron unos autos que corrían picadas, cuando salía del jardín junto con su hermana, él tenía 5 años… Y esta vez Mauricio confiesa: Yo no quiero ser malo, no quiero tener odio, porque sé que mi lugar está con mi hijo. Mi hijo está en el Cielo, y yo quiero ir con mi hijo al Cielo, por eso quiero hacer las cosas bien, no quiero hacer mal a nadie.” ¡Que comentar! Está todo dicho…
Gritos de fe como estos, se elevan a diario y no pueden permanecer invisibles o sin audio para el mundo sembrado de alboroto, como dice el Evangelio hoy: Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba.” Alboroto, llantos y gritos que no nos hace salir de la desesperación, sino que por el contrario nos hunden más y más.
Nuestra salida está en Jesús porque:
“Ya conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza.”
Ir, Tocar, Animar, Levantar… como Jesús, como tantos y tantos que visitan a los enfermos aislados en centros de salud, en sus casas, escondidos por nuestro alboroto.
La expresión de san Pablo me resulta inspiradora: “No se trata de que ustedes sufran necesidad para que otros vivan en la abundancia, sino de que haya igualdad.” Los que tienen salud, la comparten con su compasión cristiana, los que gozan hoy de misericordia, se ponen al servicio de los que no la experimentan, los que pueden andar, van hacia los postrados… Los enfermos reciben la visita abriendo su corazón a ese movimiento de compasión y se echan a andar interiormente, dando receptividad, una sonrisa, y gratitud. Y así se siembra igualdad a escala humana.
Nuestra conciencia se vería adormecida o alborotada, si Jesús no nos tocara con su Palabra que nos mueve hacia Él para ir hacia los otros. Si nos tocara con su Cuerpo entregado y su Sangre derramada en la Eucaristía y, al entrar en nosotros nos hace entregarnos y derramarnos dócilmente. Si Jesús no nos tocara con el sufrimiento de tantos enfermos y, nos llamara desde ellos a tocarlo con nuestra visita, nuestros cuidados, nuestra compañía.
El sufrimiento vivido así nos iguala, porque nos acerca, nos pone en comunicación, rompe el aislamiento, propaga la compasión, la misericordia y la ternura de unos para con otros. No hay así, ya un mundo de felices y otro de infelices sino, un mundo en que los hombres sanos dan de su fuerza vital a los que les falta y, extraen de nosotros lo mejor de nuestra condición de humanos hijos de Dios. Pero además, los que tienen fuerza vital reciben de los supuestamente débiles, el testimonio de otra fuerza vital que no se agota, que no retrocede, que no se acaba, que es la fe y la esperanza.
En la realidad tocada por los gestos y las palabras de Jesús, todos nos superamos y pasamos a un mejor y definitivo lugar. Nos igualamos en el abajamiento mutuo, eso es una maravilla aunque a veces no lo parezca.
Así habrá igualdad, de acuerdo con lo que dice la Escritura: “El que había recogido mucho (en salud) no tuvo de sobra (en ternura y compasión), y el que había recogido poco (en salud) no sufrió escasez (de ternura y compasión)”.


P. Sergio-Pablo Beliera