HOMILÍA 3° DOMINGO DE CUARESMA, CICLO A, 27 DE MARZO DE 2011
Un ruptura de itinerario tiene que tener un motivo importante. Nadie cambia una tradición de ir de tal manera a tal lado así porque sí, debe tener un motivo. Y hoy Jesús, rompe un itinerario habitual para un judío piadoso para ir de Jerusalén a Galilea y viceversa (por el Jordán para evitar la herética Samaria), y se encamina por el camino más corto, más directo hacia su meta (Cruza en línea recta por Samaria). ¿Qué sucede? Allí está el motivo. Jesús quiere poner de manifiesto quién es Dios para el -el Padre que es espíritu- y que tipo de relación podemos establecer con Él –la de adoradores en espíritu y verdad- y desde donde -a partir del camino que el mismo ha emprendido-.
Para eso rompe los esquemas culturales y religiosos (sustentados en problemas políticos, religiosos y culturales, en tradiciones humanas) dándole un sustento trascendente definitivo (Dios es libre de todo condicionamiento cultural, político y hasta de un sistema religioso) se adentra en Samaria, se sienta en un pozo de agua, trata con una mujer y finalmente con todos los samaritanos que se le acercan y creen sin prejuicios que Él es el Mesías, el Salvador (frente a la resistencia y cuestionamiento permanente de los judíos). Así queda proclamado que creer es posible porque el Padre quiere adoradores en espíritu y verdad, libres de todo condicionamiento externo e interno, solo guiados por lo que Él quiere y porque Él lo quiere.
Así, a la hora sin sombra, las 12 (hora sexta), la hora de la mayor claridad, la misma hora en que Jesús será rechazado por su pueblo y condenado; Jesús manifiesta la plenitud de la relación con Dios. Y como siempre lo hace por los medios menos pensados, el diálogo con una mujer y samaritana; la exposición de su necesidad, tiene sed y no tiene con que sacar agua, siendo que el mismo es el don, no come alimento humano sino que se alimenta de la voluntad del Padre. Todo queda claro, basta solo desplegarse.
En este maravilloso diálogo no hay una gota de murmuración, de queja o reproche, es puro interés genuino en resolver una situación de fondo: la meta hacia la que nos dirigimos, la adoración de Dios. “Jesús le dijo: "Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así es como el Padre quiere que se le dé culto. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad"”. ¿Y que es adorar al Padre en “espíritu y verdad”? Las mismas palabras de Jesús vienen en nuestra ayuda: “Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: "Come, Maestro". Pero él les dijo: "Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen". Los discípulos se preguntaban entre sí: "¿Alguien le habrá traído de comer?". Jesús les respondió: "Mi comida es hacer la voluntad de Aquel que me envió y llevar a cabo su obra.” Así el camino directo que Jesús emprende hacia el Padre, es el de la verdadera y definitiva adoración que Él ya a inaugurado y que consiste en la completa adhesión de toda su persona a la voluntad del Padre, su orientación única hasta el final. La sed de Jesús, así refleja su sed de un amor a la medida del Padre y a eso anima a la mujer samaritana que ahora tiene acceso al Dios verdadero y ya no tiene que buscar en nadie más (los 5 maridos) y nos anima a nosotros porque Jesús “ya está aquí”, en su Palabra (La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios.) y en su Eucaristía (Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí… El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida.)
La búsqueda y el encuentro de Dios, se da en el Padre y solo en Él. Esa es la misión de Jesús entre nosotros. Jesús orienta una sed que permanece insatisfecha en la medida que no vamos directo hacia el Padre por el camino de Jesús, que es obrar como obra el Padre. Ni tradiciones, ni culturas, ni razas pueden ser el sustento de esa sed, porque el Padre se ha puesto al acceso de todos, como Jesús se pone al acceso de esta mujer samaritana. Pero debo meterme de lleno en el camino que no conozco y que solo Jesús conoce y en el que es el único que me puede conducir sin desvíos ni dilaciones. Cuando proclamo en mi fe que “Él es de verdad el Salvador del mundo” estoy reconociendo mi desconocimiento y Su conocimiento al que me abandono por completo para llegar a la meta.
¿Cuál podrá ser ese motivo en Jesús que me ayude a mí a encontrar el motivo para encaminarme hacia la meta de manera más directa?