HOMILÍA MIÉRCOLES
DE CENIZA, CICLO B, 22 DE FEBRERO DE 2012
Hoy,
somos invitados por nuestra Madre la Iglesia a comenzar el tiempo de Cuaresma.
Y lo hacemos bajo el signo de las cenizas, una práctica ancestral llena de
contenido aún hoy. Las cenizas, que llevaremos sobre nuestra cabeza, impuestas
con la solemne y trascendental llamada de: “conviértete y cree en el Evangelio”,
quieren penetrar e instalarse en nuestro corazón. Porque es desde nuestro
corazón hasta el Padre, lo que quiere abarcar nuestra penitencia cuaresmal. Nuestro
arrepentimiento quiere penetrar el cielo.
Las
palabras de Jesús, elegidas por nuestra Madre, son aquellas que forman parte
del Sermón del monte a continuación de las Bienaventuranzas. Y por lo tanto,
son un comentario de las mismas o, una aplicación de ese espíritu de
bienaventurados, al estilo de vida que estamos llamados que impregne toda
nuestra existencia.
Jesús
dice: “tengan cuidado”… Esto es una clara llamada de atención a
tratar con delicadeza lo que va a decirnos. El cuidado que debemos tener es
para con las cosas religiosas, para con nuestras prácticas religiosas, nuestra
directa relación con Dios.
¿Y de qué debemos tener cuidado? De “no
practicar”, de no vivir nuestra existencia “delante de los hombres”
y “para
ser vistos”. Se trata en concreto de “no pregonar”, de “no
hacerse ver”, de “no hacerse notar”. Pero no porque
sí, sino porque nuestra recompensa debe estar reservada al Padre.
“Tu
Padre que ve en lo secreto, te recompensará” Si busco pues, recompensa
entre los hombres, renuncio a recibir la recompensa del Padre. Y recompensa, es
aquí sinónimo de compensación, de reconocimiento, de ser tenido en cuenta. La
recompensa humana que los hombres nos repartimos entre nosotros, compensa
limitadamente, nuestra ilimitada carencia y necesidad de ser amados, nuestro
anhelo y deseo de ser amados, nuestra búsqueda e intentos por ser amados;
porque esa compensación humana es solo humana, como yo. Y lo que verdaderamente
está impreso en nosotros es de origen divino. Pero, cuando el Padre compensa,
verdaderamente re-compensa porque el es la fuente y el origen, el inicio y el
descanso del hombre necesitado de un amor que esté arraigado en las entrañas. Él
es Plenitud que me plenifica; Él es Totalidad que me completa; Él es el Gran Otro
que me hace experimentarme verdaderamente yo; Él es el Padre frente al que
puedo ser plenamente hijo y ser libre porque soy amado.
Nuestra
práctica de la limosna: el dar al
pobre desde la generosidad sin cálculo, ya que yo mismo soy ese pobre que busca
ser amado y mendigo amor;
nuestra
práctica de la oración: darme a Dios
desde el silencio y la soledad donde reside mi verdadera persona de hijo amado
del Padre;
y
nuestro ayuno: darnos a nosotros
mismos desde nuestra privación voluntaria nacida del dominio de sí que es
verdadero amor de sí mismo.
Estas
tres prácticas, deben vivirse desde un estilo propio de Jesús, el Hijo Amado
del Padre, que vive de ese amor secreto, y no deben parecerse en nada a las
prácticas del mundo que buscan otro fin y por lo tanto parten de otro
principio.
Nuestra
práctica debe ser:
-
“que tu mano izquierda ignore lo que hace
la derecha”, sin saber, en
la absoluta ignorancia interior y exterior, lejos de todo cálculo o
manipulación…
-
“retírate a tu habitación, cierra la puerta
y ora a tu Padre que está en lo secreto”,
retirándose y cerrando la puerta, en la más absoluta intimidad y
recogimiento interior, solos…
-
“perfuma tu cabeza y lava tu rostro”,
en la contradicción, en el absoluto desinterés de mí mismo, lejos de mi ego…
Así
seremos visibles solo para Dios, y lo haremos todo en la seguridad de ser solo
para Dios y por Dios, sin ninguna búsqueda personal y egoísta, de la que ya
tenemos bastante para llevarla también a la vida de la fe. Libremente amados en
lo secreto, para amar libremente desde lo secreto de nuestro corazón. Estamos
llamados a ser invisibles: a mí mismo, a la mirada de los demás, a la
admiración de los otros.
Jesús
es muy claro, y nuestra Madre no quiere que desperdiciemos la oportunidad de
escucharlo una vez más: “Tu Padre que ve en lo secreto, te
recompensará”. ¿Quiero esconderme
de mí mismo y de los demás para poder estar en la Comunión del Padre, en donde
está mi consuelo y plena satisfacción? Cuando solo tenga la recompensa del
Padre sabré lo que significa ser su hijo. Cuando solo busco, quiero, y acepto
la compensación del Padre, entonces el Hijo Jesús que vive secretamente en mí,
saldrá a la luz y me asombraré de lo que eso significa.
Necesitamos
no estar bajo la mirada de los otros para complacerlos, y sí necesito estar
bajo la mirada del Padre que se complace en mí sin menoscabar mi integridad.
Necesitamos
no estar bajo la valoración de los demás demostrando que soy bueno, y sí
necesito poder estar bajo el aprecio del Padre que me conoce y me puede aceptar
como soy sin consentirme y distraerme.
Necesitamos
no estar bojo la presión de tener que ser alguien para los demás ganándome un lugar
en base a encajar en una buena imagen, y sí necesito sacar de mí la alegría y
la pureza que no tengo por mí mismo y que el Padre solo puede darme a no
dejarme caer en la autocompasión, porque solo Él puede darnos lo que necesita
nuestro ser, nuestro corazón…
“Tu
Padre que ve en lo secreto, te recompensará” Recompensa es pues el
Padre, que piensa con amor en mí, siente amor por mí, me ama a mí.
P. Sergio Pablo Beliera