domingo, 19 de agosto de 2012

Homilía Domingo 20º Tiempo Ordinario, Ciclo B, 19 de agosto de 2012


Homilía Domingo 20º Tiempo Ordinario, Ciclo B, 19 de agosto de 2012
Resulta interesante prestar atención a que significa la vida para nosotros los creyentes. El sentido que le demos a la vida concreta que nos ha sido regalada y que desarrollamos en el día a día, está directamente relacionada con el peso específico de nuestra fe, de nuestra relación vital con Dios en el día a día.
El mundo vive una clara desconexión entre la vida y Dios. Y nosotros como parte de este mundo no podemos estar indemnes a esta ruptura. Así el hombre contemporáneo, experimenta la vida como algo puramente horizontal y que se alimenta de su diario esfuerzo personal y de su libertad de hacer con su vida.
La vida por lo tanto, ya no se percibe como proveniente de Dios y sobre ella por lo tanto se puede hacer cualquier tipo de intervención, total es nuestra vida y de nosotros depende.
Y la perspectiva que esa vida es alimentada por la relación que establecemos con lo que Dios nos ofrece como alimento se esfuma fácilmente. Palabra como estas: “Vengan, coman de mi pan, y beban del vino que yo mezclé.”, resultan inadmisibles y por lo tanto presuponen una acto de reivindicación: ¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?”
Los creyentes debemos redoblar nuestra convicción en las palabras centrales de Jesús hoy: Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.” Esta Vida, con mayúscula, es una Vida única que provienen de Jesús mismo y se hace nuestra sin perder jamás la referencia a su fuente y a su cumbre.
Sin duda que nuestra Eucaristía de cada día, y especialmente la dominical, tendrán un carácter celebrativo totalmente distinto desde esta perspectiva que la Vida proviene de comer la carne y beber la sangre.
El hecho que esta Vida ofrecida sea eterna, al hombre de hoy puede resultarle lejana por la acentuación que la cultura actual tiene de la satisfacción inmediata sin horizonte. Bien o expresan los jóvenes en su creciente desinterés por lo que sucede más allá del ahora que están viviendo, ¿qué importa el mañana en esta perspectiva?... Por otro lado ante las multiples carencias que miles de personas viven, la tentación de rechazar o desinteresarse por algo eterno cuando no está asegurado el presente, es muy próxima.
Sin embargo nunca debemos los creyentes perder la perspectiva que cuando Jesús nos habla en este evangelio lo hace a una multitud que experimentó el hambre y la sed y que había recibido el signo de esa Vida eterna en la saciedad y la abundancia de pan. Pero esa saciedad y abundancia frente al hambre y la sed, por su cerrazón, no los abrió a la perspectiva de eternidad, único momento de nuestra historia donde seremos saciados definitivamente.
Tengamos en cuenta que nuestro imperceptible rechazo a comer y beber la Vida que proviene de Jesús, que recibe esa misma Vida del Padre, y que la ofrece en su carne y su sangre, nos pone en un punto de conflicto y rechazo de Dios mismo y por lo tanto de la fuente de la Vida. Las crisis en el amor a nuestras celebraciones eucarísticas, tan vivamente señaladas por la Iglesia, y a la vez la acentuación de la misma en la necesidad de una renovada vida eucarística, tienen su fuente en las palabras mismas de Jesús y su promesa, que no puede otra cosa que cumplirse: “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.”
Sí Señor, quiero vivir por Ti, quiero vivir de Ti, rompe todo obstáculo en mi para permanecer en tu promesa. Aleja de mí toda tentación de ser mi auto-sustento o de aferrarme al pan de mi esfuerzo y de mi mesa como si no existieras Tu, Pan de Vida, Carne viva que me da vida, Sangre viva que colma mi sed de Vida.
Renovemos en nuestra persona y en nuestra comunidad, el deseo y la práctica de vivir de la Eucaristía de Jesús que es su Carne y su Sangre ofrecida como Vida al mundo. Que se note en nuestro hambre de celebrar con alegría y dignidad la Presencia Eucarística del Señor, en la Comunión frecuente y gozosa del que es la Vida misma, en la Adoración Eucarística asidua y silenciosa que se abraza al Pan de Vida y lo contempla enamorada de la Vida que de la Eucaristía dimana hacia nosotros y en nosotros.
Demos respuesta a las palabras de san Pablo: No sean irresponsables, sino traten de saber cuál es la voluntad del Señor”. Porque la voluntad del Señor es clara y generosa: “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”. Y celebremos este misterio de Amor hasta el extremo, “llénense del Espíritu Santo. Cuando se reúnan, reciten salmos, himnos y cantos espirituales, cantando y celebrando al Señor de todo corazón. Siempre y por cualquier motivo, den gracias a Dios, nuestro Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo.”

P. Sergio-Pablo Beliera