sábado, 4 de abril de 2015

Homilía Vigilia Pascual en la Noche Santa, Ciclo B, 4 de Abril de 2015

Estamos de vigilia, despiertos en medio de la noche. Es que nuestro corazón está encendido como este Fuego Nuevo que abre esta liturgia de oración en vigilia. “¡Noche verdaderamente dichosa, en la que el cielo se une con la tierra y lo divino con lo humano!”, hemos cantado en el Pregón Pascual.
Es noche vigilia, de espera dichosa en medio de la incertidumbre, pues como las mujeres: Pasado el sábado, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé compraron perfumes para ungir el cuerpo de Jesús.” Tenemos la Luz de este Cirio Pascual, la Luz de la Palabra, la Luz de nuestro Bautismo, la Luz de la Eucaristía Pan del Resucitado.
Y hemos cantado con esperanza al Padre que ama la Vida: En esta noche de gracia, recibe, Padre santo, el sacrificio vespertino de alabanza que la santa Iglesia te presenta por medio de sus ministros, en la solemne ofrenda de este cirio, hecho con cera de abejas.” No ofrecemos a Dios algo artificial o artificioso, sino aquello que es fruto de la naturaleza, hecho cirio por nuestras manos creyentes y esperanzadas.
“Por eso, te rogamos, Señor, que este cirio consagrado en honor de tu Nombre, continúe ardiendo para disipar la oscuridad de esta noche… Que lo encuentre encendido el lucero de la mañana, aquel lucero que no tiene ocaso: Jesucristo, tu Hijo, que resucitado de entre los muertos brilla sereno para el género humano, y vive y reina por los siglos de los siglos.” Este es nuestro deseo más profundo, el Fuego Nuevo que surge de las profundidades de nuestro ser cristianos en medio de la noche.
El cristiano es un hombre de vigilia, que se pone a preparar antes de acostarse lo que espera recibir mañana. Nosotros somos vigilia y nos hacemos vigilia, ese fue el último mandamiento de Jesús: “Velen”. Y aquí estamos velando lo que esperamos.
Lo que se espera se prepara. Y aún más cuando lo que se espera se ama. Y en la dignidad de esta espera se manifiesta la dimensión de nuestro amor por el Señor Jesús que nos ha amado hasta el extremo de la muerte y el descenso a los infiernos.
Y no esperamos como meros ilusionados de algo que no conocemos, sino conscientes que tenemos una historia en la que Dios siempre ha estamos como Dios de Vida, como Dios de la Vida. Donde no ha dejado que la última palabra la tenga la muerte.
Una vez más nos conduce una Columna de Fuego en medio de la espera, y nos dejamos guiar por ella, porque no vemos lo que creemos, no vemos lo que esperamos, con los ojos sensoriales sino con los ojos del alma. Esos ojos que a veces son poco apreciados, poco consideramos, poco tenidos en cuenta, pero que son los ojos más humanos que tenemos y a la vez los ojos más divinos. A veces logramos trasparentar esa mirada de los ojos del alma que cree y espera, y nuestros ojos que los demás pueden ver, irradian esa luminosidad interior. ¡Qué bella que son esas miradas, como logran encender los corazones de quienes la contemplan!
¿Hay Fuego Nuevo de esperanza en mi corazón esta noche?
¿Esta despierto mi corazón para estar en vigilia?
¿Tengo la esperanza puesta en que mañana?
Mañana seremos desconcertados por el Misterio de la Fe, Jesús ha Resucitado, nos ha sorprendido con algo que no podemos concebir, pero sin lo cual no podemos vivir. Mañana veremos colmada esta tenue luz de la fe en medio de la noche. Mañana veremos colmada esta luz interior de la esperanza que nos guía hacia Jesús Resucitado.
Hemos recibido en Luz de un Fuego Nuevo que debe encender otros fuegos nuevos en los corazones de tantas vidas apagadas. Hemos recibido la Luz de la Palabra que ilumina los acontecimientos que nos superan a diario.
Nos disponemos a renovar el Agua Pura que ha regado nuestro huerto interior haciendo de nuestra tierra reseca un jardín. Agua de Vida en las que hemos sido sumergidos como muertos y de las que hemos emergido como vivos en Jesucristo Resucitado. Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva. Porque si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección.”
Nos disponemos a celebrar la Eucaristía del Pan de Vida, el Pan Vivo bajado del cielo, Pan del Resucitado que se nos sirve en la mesa de la Iglesia cada día. Porque vivimos de la Vida de Jesucristo como Él vive de la Vida del Padre. Cristo, nuestra pascua, ha sido inmolado. Celebremos, entonces, esta fiesta con los panes sin levadura de la pureza y la verdad, aleluya.”
Por eso hermanos, “Alégrense” y alegren es mundo de vidas tristes con la Caridad de Jesús Resucitado.
“Alégrense” en medio de esta noche de vigilia.
“Alégrense” para que lo que está dormido en nosotros se despierte, como Jesús se despertó del sepulcro antes que salga el sol.
“No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí.” Afuera nos espera poner a la luz del día nuestra esperanza en medio de los desesperanzados.
Señor, envía tu Espíritu y renueva toda la tierra.”


P. Sergio-Pablo Beliera

viernes, 3 de abril de 2015

Homilía Viernes Santo de la Pasión del Señor, Ciclo B, 3 de Abril de 2015

“Todos andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor hizo recaer sobre él las iniquidades de todos nosotros...” porque Él si sabía ir hacia Dios y hacia el hombre.
Sí, errante es nuestro andar, sin rumbo, sin destino final, sin punto de llegada… Es que a los hombres nos cuesta levantarnos y emprender el día cuando no venimos de ningún lado y a su vez, podemos ir a cualquier lado, que es lo mismo que a ninguno.
Errante es el destino de los días de quien mata a su hermano, así desde Caín hasta Herodes, Pilatos, el Sanedrín y un pueblo esclavo de conveniencias y rebeldías.
¿Dónde vamos? Nadie lo sabe. Quien quiera diagnosticar o describir nuestro rumbo sin Dios, no podrá decir mas que “errantes”, porque ese es el destino de una humanidad que mata activamente y con su indiferencia al Inocente Jesús.
Pero Jesús Crucificado no es un errante, no, Él está clavado en la Cruz porque ha llegado al principio del final de su camino iniciado en Nazaret al venir a este mundo. Jesús, ha sido un peregrino, un caminante que ha salido a buscar la oveja perdida y errante y la ha encontrado en cada herido abandonado al borde del camino. Su peregrinación en la tierra termina en una elección de estabilidad de tres horas colgado en la Cruz, convertida de instrumento de suplicio en instrumento para abolir la muerte y el odio.
Pero no nos olvidemos que “…muchos quedaron horrorizados a causa de él, porque estaba tan desfigurado que su aspecto no era el de un hombre y su apariencia no era más la de un ser humano…” A nosotros también nos cuesta reconocer la presencia de Dios en rostros y cuerpos desfigurados por el dolor, la enfermedad y el pecado. Podríamos admitir que en todo desfigurado, Jesús se hace cargo de esa figura y la contempla y la asume haciéndola totalmente suya.
La mayor Caridad de Jesús es asumir en sí, sobre sí, cargar por nosotros lo peor de nosotros. “Despreciado, desechado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al sufrimiento, como alguien ante quien se aparta el rostro, tan despreciado, que lo tuvimos por nada.”
Desde Jesús Crucificado, ahora todos vamos hacia la Cruz, caminamos hacia ella con este sentido, de alguna manera todos somos “monachos”, “solo” como el Solo, que nos hacemos “communio” en la “comunión” de cargar unos con otros, cada uno con la deshumanización del otro, porque así lo hace Jesús, que en la solitariedad de la Cruz se hace Comunión de nuestras miserias.
Jesús dice en esta Cruz: “Tengo sed”. Él que es el Manantial, la Fuente, el Pozo profundo e inagotable, tiene sed… Una vez más nos pide: “Dame de beber”, Él que es el Agua Pura que sacia la sed. Tiene sed, porque no se ha guardado nada para sí, derrama por completo su Sangre. Tiene sed, porque no es manantial para sí mismo, sino para nosotros, es Agua Viva para nosotros.
Y sólo pueden saciar su sed los que como Él no se reservan nada para sí y, los que comparten su sed de Amor por el Padre Misericordioso de las miserias del hombre y, por las miserias de los hombres que sólo encuentran su consuelo en la Misericordia del Padre, sin lo cual la vida sería un espanto de principio a fin.
Jesús dice en esta Cruz: “Todo se ha cumplido”. Para eso ha venido a nosotros para cumplirlo todo, para no renegar de nada, para llevarlo todo a su plenitud, para que la Ley y los Profetas no queden en letra muerta, para que las Promesas se vuelvan Realidad.
Parafraseando a santa Catalina de Siena, decimos que está dichoso en medio de los tormentos porque ha cumplido hasta el fin la Voluntad del Padre, y el Camino, la Verdad y la Vida que se ha abierto en Él, desde ahora no se cerrará más.
Todo se ha cumplido en Jesús, el hombre ya no tiene que esperar más, el pecado y la muerte han sido abrazadas por la ternura del sacrificio de Jesús que nos vuelve gracia y vida a todos los que nos escondemos “bajos sus alas.”
Ahora Jesús comienza su peregrinación hacia las profundidades de la oscuridad de la muerte. Jesús baja al lugar de los muertos, se recuesta con ellos para que ellos se recuesten ahora en Él y con Él se levanten al tercer día. Hay un lugar que aún lo espera para que les anuncie la Buena Noticia: que el Amor es más fuerte que la muerte, y que la Misericordia ha vencido al pecado, porque Dios es Amigo de los hombres.
Jesús ha muerto y es traspasado por la lanza del soldado y de su costado manan sangre y agua que empapan la tierra reseca.
Jesús ha muerto y es bajado de la Cruz por la delicadeza de unos pocos.
Jesús es descendido de la Cruz y depositado en los brazos de su Madre que lo espera.
El cuerpo inerte de Jesús, es ungido con prontitud por las mujeres discípulas y Nicodemo.
El cuerpo de Jesús, es enterrado en un sepulcro nuevo por su discípulo José de Arimatea.
Ninguno de ellos se ha fugado de semejante dolor, ¿Y ahora?...
Entramos en el silencio y la soledad más conmovedora de la Creación, de la Humanidad, de la Historia.
Aún no terminamos de llorar lo suficiente por tanto Amor de Dios frente a tanta crueldad del hombre.
Pero pronto, “…verán lo que nunca se les había contado y comprenderán algo que nunca habían oído… Sí, mi Servidor triunfará: Será exaltado y elevado a una altura muy grande…”
“Tú eres mi Dios, mi destino está en tus manos”


P. Sergio-Pablo Beliera

jueves, 2 de abril de 2015

Homilía Jueves Santo de la Cena del Señor, Ciclo B, 2 de Abril de 2015


La Eucaristía es el único sacramento de la Iglesia que no sucede en nosotros, sino que sucede en un pan y en un vino que se entrega para y por nosotros. El espacio en el que la Eucaristía nos es dada no somos nosotros sino que es en la persona de Jesús y por eso mismo la Eucaristía es la misma Persona de Jesús Hijo y Hombre. Así, la Eucaristía empieza en Jesús y termina en nosotros.
Ese carácter único de la Eucaristía, entre otros, nos lleva a recibir en nosotros el movimiento en el que la Eucaristía se realiza. La Eucaristía no tiene un carácter estático, sino dinámico, no por nuestro movimiento sino por el movimiento que sucede en Jesús y las especies que Él toma.
Dice la oración colecta de hoy: “…antes de entregarse a la muerte, confió a la Iglesia el nuevo y eterno sacrificio, banquete pascual de su amor…”
Es un sacrificio nuevo y eterno, en el que la persona de Jesús se inmola como verdadero Cordero por nosotros, el único Cordero sin defecto ni mancha que hemos encontrado entre nosotros.
Es a la vez un banquete en el que la familia de discípulos se congrega para dar con Jesús el paso, la pascua del odio al amor, de la violencia al amor, de la indiferencia al amor…
Su realización ya no necesita de otra cosa que de la realización misma de Jesús, como bien dice Pablo hoy: “…El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi Cuerpo… Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre…”
Esta es la Noche en que fue entregado, si entregado… Primero por el Padre que no lo retiene para sí sino que lo da como ellos se dan mutuamente… Esa entrega implica la entrega de Jesús que no retuvo su vida sino que la pone en disposición del Padre, para que mientras los hombres hacemos estragos con Él, el Padre por su Espíritu obra la Maravilla de la bondad y de la vida. Y es por eso que ahora la Eucaristía ha sido confiada a la Iglesia para que ella mantenga este movimiento de entrega en el Memorial de la Muerte del Señor.
Pero a la vez, la Eucaristía mantiene siempre ese realismo de la que parte: la entrega ignominiosa de los hombres en la traición de Judas, en la venganza del Sanedrín, en la incomprensión de Pilatos, en la elección absurda del pueblo de crucificar a un inocente, en la negación de Pedro y en la dispersión de los discípulos… Ninguna de esas entregas hace la Eucaristía, pero de todas ellas se ha servido el Siervo Sufriente Jesús para entregarse hasta el extremo, hasta el final, hasta decir basta, todo se ha cumplido…
Todas esas formas de entrega, deben permanecer vivas para que no se pierda nada de la Memoria. Porque la Eucaristía no es un sacramento de la memoria selectiva de acontecimientos, elecciones y responsabilidades. Ella es una Memoria íntegra que lo recoge todo y lo transustancia en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, en toda su Persona.
Sentados a su Mesa, en su Banquete, en su Sacrificio, entramos en el movimiento de Jesús de “tomar” el pan… Confieso que cada vez que lo hago y digo, una mezcla de entusiasmo y consternación me invaden… Esa experiencia de Jesús que toma el pan no debe pasar desapercibida por ninguno de nosotros. Es Jesús quien está tomando lo que la humanidad tiene para darle, “el fruto de la tierra y del trabajo de los hombres que recibimos de tu generosidad”… No son cualquier palabras las que describen esta comunión inicial que nos lleva a la Gran Comunión más tarde… Lo que Jesús toma no sólo nos representa sino que lo representa a Él, porque es Él el que tomando el pan y la copa, toma su vida y la hacer ofrenda de la cual se desprende totalmente.
¿Me reconozco en esta dinámica?
¿Entro en ese mismo movimiento?
¿Qué puedo hacer para aproximarme más a semejante tesoro de Memoria?
¿Me dejo tomar y entregar?
¿Tomo lo que me ha sido dado y lo entrego hasta el final?
Jesús entra luego en el movimiento de “dar gracias”… del cual el sacramento ha tomado su nombre. Jesús no sólo da las gracias reconociendo la grandeza y bondad del Padre, sino que se hace Él mismo acción de gracias, grandeza de amor y bondad inconmensurable del Padre. Estamos así en un Banquete de Acción de Gracias en cuya mesa se sirve la Ternura y Liberalidad del Padre para con su Hijo y los discípulos de su Hijo. El que da gracias recibe los dones y a la vez los entrega confiadamente al Señor de los dones y las gracias. El hombre agradecido no se queda con nada para sí ni siquiera para mañana. Así es Jesús la Acción de Gracias. Jesús tiene muchos motivos para dar gracias, motivos de la historia de salvación del pueblo de Israel, motivos de la fe de los paganos que lo han sorprendido con actos de fe que no ha encontrado en Israel, la fe de los pequeños, el seguimiento de los discípulos, los que han ido a Él para sanarse, la contratación de endemoniados, y las conversiones de pecadores, y la gran acción de gracias por el Reino que ha llegado con Él para quedarse en la vida de los hombres de ayer hoy y del futuro. El mismo se experimenta como motivo de acción de gracias porque experimenta cada vez la comunión de amor que lo une al Padre que siempre está con Él. Nosotros hoy somos motivo de acción de gracias.
¿Conozco de cerca la gratitud?
¿Me muevo como un discípulo agradecido?
¿Elevo al Padre con Jesús lo poco o mucho que he recibido?
¿Tengo motivos de acción de gracias más allá de mi mismo y los míos?
¿Vivo la Eucaristía como adicción de gracias, motivo de gozos, esperanzas y horizontes?
Y por eso mismo en sus propias manos “parte” el pan hasta la última migaja y “derrama” el vino hasta la última gota. Este momento del sacrificio es el que genera la multiplicación, la expansión del don hasta los extremos más remotos. Si el pan no se partiera y el vino no se derramara no llegaría a sus destinatarios que somos cada uno de los hombres hasta el fin de la historia. Jesús se parte a sí mismo porque da su vida sin que nadie se la quite y la pone a disposición como un simple servidor, siendo el Maestro y Señor.
Oh, inagotable Belleza que se expande cual las flores que no terminan nunca de dar su belleza.
Oh, inagotable Bondad que no tiene límites para despertar las bondades en todos.
Oh, partición sagrada y derrame sangriento que no para hasta llegar a colmar y saciar.
Aquí en la Eucaristía está el secreto de la Caridad, que se vuelve adoración de Dios en la Belleza de su Bondad y en servicio a su rostro desfigurado en la indigencia y la miseria de los hombres “no amados” donde Él mismo declama, ‘amor, amor, un poco de amor, nada más’…
Caridad es hoy detenerse, mirar a los ojos y abrir el corazón, sólo así se soltarán nuestras manos “como pájaros en el aire” para servir sin darnos cuenta.
¿Quién no tiene una migaja de amor para los pobres, sagrarios de la Misericordia de Dios?
¿Quién no tiene un instante para postrarse ante la Belleza que irradia la blancura de la Eucaristía reservada en el Sagrario y en la Custodia de la Iglesia?
Que Jesús haya dado la vida por nosotros manifiesta la dimensión única de su amor por el Padre y por nosotros. Ahora, que permanezca en esa Memoria para siempre, no hay palabras para semejante amor, y sólo nos cabe, postrarnos ante Él, hacer silencio contemplando e imitarlo en todo siempre, haciéndonos nosotros también Memoria suya.


P. Sergio-Pablo Beliera