Para
quien escucha con corazón y mente abierta, siempre resulta sorprendente la
vigencia y la actualidad de las Escrituras.
Nos
hemos desarrollado como humanidad, hemos crecido en muchos aspectos, hemos
pasado por distintos períodos históricos, hemos vivido bajo la influencia de
distintas culturas y corrientes filosóficas que se ha ido sucediendo, hemos
visto pasar distintos proyectos de poder y hemos visto ascender y caer a muchos
líderes políticos y económicos.
Y
las Escrituras siguen siendo las mismas, como si acabaran de ser dadas a cada
hombre y a cada época, rebosante de novedad y de horizonte. Sin duda que es una
clara manifestación de que son ‘Palabra de Dios’ y no de los hombres, son
palabras de Dios dadas a los hombres para abrir su inteligencia y su voluntad a
la libertad que le es ofrecida para poder amar sin fecha de vencimiento. Sin
sorpresa frente a la Palabra de Dios no hay novedad posible en el hombre.
Cuando
se nos dice: “Si quieres, puedes observar los mandamientos y cumplir fielmente lo
que le agrada… hacia lo que quieras,
extenderás tu mano.” Ese querer, esa elección, queda resaltada como una
llave que nos abre puertas hacia caminos que recorrer.
El
hombre contemporáneo siente un gusto especial frente a la posibilidad de ser el
‘artífice de su propio destino’, como motor inmóvil de sí mismo y su futuro,
como proyectista de su propia felicidad… sin embargo, es ese mismo hombre que
choca con el muro de su candidez frente a sus razonamientos poco fundados. Es
un inmaduro llamado a la madurez, un menor llamado a la grandeza, pero que no
se consigue por el sólo desearlo, por el sólo hecho de proponérselo, en eso el
hombre no puede durar demasiado.
Vivimos
frente a una alta exposición de la ‘voluntad propia’, confundiendo querer con
poder. Querer no es poder, querer es creatividad para no sucumbir frente a las
evidencias de que no puedo lo que quiero como lo quiero.
Querer
es para Dios posibilidad, la predisposición necesaria para poder aprender a
hacer el bien, lo bello, lo verdadero, lo que es... Querer es poder aprender,
poder dejarse enseñar, modelar, atraer, por Dios y su sabiduría.
Los
vendedores de voluntarismo, los neoprofetas del bienestar, nos encantan con sus
slogans, que tarde o temprano terminar revelándose inconsistentes, porque nada
es porque yo lo quiera, como yo lo quiero, ni cuando lo quiero, aún cuando lo
compres. El hombre no puede nada de lo que quiere caprichosa o antojadizamente,
porque sólo puede querer lo que existe y es lo que es bueno. Todo querer dado a
lo que produce cualquier clase de mal en todas su ofertas, deja de ser querer
voluntario y pasa a ser dependencia ciega , visceral. La voluntad, el querer,
está irremediablemente conectada con la sabiduría, que es la inteligencia y la
voluntad probadas por la experiencia, iluminada por la paciencia, consolidada
por la humildad.
Jesús,
aprendió a educar su querer anclándolo firmemente en el querer durable de Dios.
Porque quien quiere hoy una cosa y mañana otra, ese confunde impulso con
voluntad. Y nada mas lejos de Jesús que vivir del impulso. O confundir obedecer
una norma con querer lo que esa ley nos enseña. Y nada más lejos de Jesús que
hacer algo a lo que no adhiera desde el interior y desde su sentido profundo. “Porque grande es la sabiduría del Señor, él es
fuerte y poderoso, y ve todas las
cosas”, porque Él las ha concebido y Él lo vive todo en la carne de
Jesús.
Por
eso mismo se nos recuerda que:“A nadie le
ordenó ser impío ni dio a nadie autorización para pecar.” Por lo cual el
hombre debe con deber absoluto, aprender a educar constantemente su querer y su
inteligencia, para querer lo que es bueno, y aún más lo que es excelente. Y
como todo verdadero conocimiento está incompleto o pendiente hasta que éste es
puesto en práctica, así también el hombre no sabe hasta que no hace lo que es
bueno y lo mejor. Así han de entenderse estas palabras de Jesús: “…yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento.” Cumplir es llegar
a la meta, y la meta es el Padre, estar junto al Padre. Jesús gastará toda su
vida en alcanzar esa meta. ¿Y nosotros?
Para
Jesús, querer es saber y saber es querer, o dicho de otro modo querer saber y
saber querer: “El que no cumpla el más pequeño de estos
mandamientos, y enseñe a los otros a
hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio,
el que los cumpla y enseñe, será
considerado grande en el Reino de los Cielos.” Jesús lo cumple y lo enseña,
lo cumple y nos lo enseña, lo cumple y me lo enseña. ¿Me dejo enseñar por Él?
Y
si lo que sale de la boca de Jesús hacia nosotros hoy es: “Cuando ustedes digan 'sí', que sea sí, y cuando digan 'no', que sea
no.” Es bueno y necesario comprometernos con una enseñanza clara y
constante, con un aprendizaje reiterado y sostenido de nuestra voluntad y de
nuestra inteligencia, para querer y pensar como Dios quiere y piensa ya que Él
es Bueno y Sabio. Y así que mi ‘sí’ sea sí y mi ‘no’ sea no.
Cumplir
sabiendo por la propia experiencia, y cumplir enseñando lo vivido se vuelven la
verdadera grandeza en nuestra persona, de la voluntad que alcanza así el rango
de Voluntad de Dios.
“Les aseguro que si la justicia de ustedes
no es superior a la de los escribas
y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos.” Toda comparación o
justificación en algo de menor valor, cualidad o calidad, es quedarse fuera de
lo que es nuestra tierra, nuestra casa, nuestra sostenible felicidad, aquella
que nada ni nadie nos puede robar a pesar de todo.
Señor, enséñame el camino de tus preceptos,
que
los quiero seguir hasta el final.
Instrúyeme,
para que observe tu ley
y
la cumpla de todo corazón.
P. Sergio-Pablo Beliera