sábado, 11 de febrero de 2017

HOMILIA 6º DOMINGO TO, CICLO A, 12 DE FEBRERO DE 2017

Para quien escucha con corazón y mente abierta, siempre resulta sorprendente la vigencia y la actualidad de las Escrituras.
Nos hemos desarrollado como humanidad, hemos crecido en muchos aspectos, hemos pasado por distintos períodos históricos, hemos vivido bajo la influencia de distintas culturas y corrientes filosóficas que se ha ido sucediendo, hemos visto pasar distintos proyectos de poder y hemos visto ascender y caer a muchos líderes políticos y económicos.
Y las Escrituras siguen siendo las mismas, como si acabaran de ser dadas a cada hombre y a cada época, rebosante de novedad y de horizonte. Sin duda que es una clara manifestación de que son ‘Palabra de Dios’ y no de los hombres, son palabras de Dios dadas a los hombres para abrir su inteligencia y su voluntad a la libertad que le es ofrecida para poder amar sin fecha de vencimiento. Sin sorpresa frente a la Palabra de Dios no hay novedad posible en el hombre.
Cuando se nos dice: Si quieres, puedes observar los mandamientos y cumplir fielmente lo que le agrada… hacia lo que quieras, extenderás tu mano.” Ese querer, esa elección, queda resaltada como una llave que nos abre puertas hacia caminos que recorrer.
El hombre contemporáneo siente un gusto especial frente a la posibilidad de ser el ‘artífice de su propio destino’, como motor inmóvil de sí mismo y su futuro, como proyectista de su propia felicidad… sin embargo, es ese mismo hombre que choca con el muro de su candidez frente a sus razonamientos poco fundados. Es un inmaduro llamado a la madurez, un menor llamado a la grandeza, pero que no se consigue por el sólo desearlo, por el sólo hecho de proponérselo, en eso el hombre no puede durar demasiado.
Vivimos frente a una alta exposición de la ‘voluntad propia’, confundiendo querer con poder. Querer no es poder, querer es creatividad para no sucumbir frente a las evidencias de que no puedo lo que quiero como lo quiero.
Querer es para Dios posibilidad, la predisposición necesaria para poder aprender a hacer el bien, lo bello, lo verdadero, lo que es... Querer es poder aprender, poder dejarse enseñar, modelar, atraer, por Dios y su sabiduría.
Los vendedores de voluntarismo, los neoprofetas del bienestar, nos encantan con sus slogans, que tarde o temprano terminar revelándose inconsistentes, porque nada es porque yo lo quiera, como yo lo quiero, ni cuando lo quiero, aún cuando lo compres. El hombre no puede nada de lo que quiere caprichosa o antojadizamente, porque sólo puede querer lo que existe y es lo que es bueno. Todo querer dado a lo que produce cualquier clase de mal en todas su ofertas, deja de ser querer voluntario y pasa a ser dependencia ciega , visceral. La voluntad, el querer, está irremediablemente conectada con la sabiduría, que es la inteligencia y la voluntad probadas por la experiencia, iluminada por la paciencia, consolidada por la humildad.
Jesús, aprendió a educar su querer anclándolo firmemente en el querer durable de Dios. Porque quien quiere hoy una cosa y mañana otra, ese confunde impulso con voluntad. Y nada mas lejos de Jesús que vivir del impulso. O confundir obedecer una norma con querer lo que esa ley nos enseña. Y nada más lejos de Jesús que hacer algo a lo que no adhiera desde el interior y desde su sentido profundo. “Porque grande es la sabiduría del Señor, él es fuerte y poderoso, y ve todas las cosas”, porque Él las ha concebido y Él lo vive todo en la carne de Jesús.
Por eso mismo se nos recuerda que:“A nadie le ordenó ser impío ni dio a nadie autorización para pecar.” Por lo cual el hombre debe con deber absoluto, aprender a educar constantemente su querer y su inteligencia, para querer lo que es bueno, y aún más lo que es excelente. Y como todo verdadero conocimiento está incompleto o pendiente hasta que éste es puesto en práctica, así también el hombre no sabe hasta que no hace lo que es bueno y lo mejor. Así han de entenderse estas palabras de Jesús: “…yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento.” Cumplir es llegar a la meta, y la meta es el Padre, estar junto al Padre. Jesús gastará toda su vida en alcanzar esa meta. ¿Y nosotros?
Para Jesús, querer es saber y saber es querer, o dicho de otro modo querer saber y saber querer: “El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos.” Jesús lo cumple y lo enseña, lo cumple y nos lo enseña, lo cumple y me lo enseña. ¿Me dejo enseñar por Él?
Y si lo que sale de la boca de Jesús hacia nosotros hoy es: “Cuando ustedes digan 'sí', que sea sí, y cuando digan 'no', que sea no.” Es bueno y necesario comprometernos con una enseñanza clara y constante, con un aprendizaje reiterado y sostenido de nuestra voluntad y de nuestra inteligencia, para querer y pensar como Dios quiere y piensa ya que Él es Bueno y Sabio. Y así que mi ‘sí’ sea sí y mi ‘no’ sea no.
Cumplir sabiendo por la propia experiencia, y cumplir enseñando lo vivido se vuelven la verdadera grandeza en nuestra persona, de la voluntad que alcanza así el rango de Voluntad de Dios.
“Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos.” Toda comparación o justificación en algo de menor valor, cualidad o calidad, es quedarse fuera de lo que es nuestra tierra, nuestra casa, nuestra sostenible felicidad, aquella que nada ni nadie nos puede robar a pesar de todo.
            Señor, enséñame el camino de tus preceptos,
            que los quiero seguir hasta el final.
            Instrúyeme, para que observe tu ley
            y la cumpla de todo corazón.


P. Sergio-Pablo Beliera

domingo, 5 de febrero de 2017

HOMILIA 5º DOMINGO TO, CICLO A, 5 DE FEBRERO DE 2017

HOMILIA 5º DOMINGO TO, CICLO A, 5 DE FEBRERO DE 2017

Estamos invitados a hacernos parte de la llamada de Jesús. Llamados a hacernos sujetos de esta llamada: “Ustedes son la sal de la tierra”.
¿Quiénes son estos llamados?:
“los que tienen alma de pobres”, “los pacientes”, “los afligidos”, “los que tienen hambre y sed de justicia”, “los misericordiosos”, “los que tienen el corazón puro”, “los que trabajan por la paz”, “los que son perseguidos por practicar la justicia”.
En la medida que permanecemos como tales, no perdemos nuestro sabor. En la medida que no escondemos la luz de nuestra propia realidad dura transformada, no nos hacemos tinieblas.
No podemos apropiarnos de esta llamada, ni por herencia de otros, ni por logros pasados, ni por un status adquiridos. Necesitamos perseverar en aquello que nos ha hecho sujetos de esta llamada que nos hace sal y luz.
Las obras buenas que Jesús no invita a realizar tienen su fuente en nuestra propia carne. O sea, salen de nuestra propia persona porque da de sí. No consisten en hacer cosas por los otros sino, de cubrir las necesidades del otro con lo propio, con lo que somos y tenemos para nosotros mismos. En eso consiste la originalidad de Dios desde el principio y, renovada en Jesús que da su propia vida, como el Padre que da al propio y único Hijo. Porque Dios nos salva no salvándose a sí mismo y dando de sí mismo lo más amado. Por eso con san Pablo decimos: “…no quise saber nada, fuera de Jesucristo, y Jesucristo crucificado.”
Este modo puede sorprendernos o parecernos imposible. Sin duda imposible a nuestras fuerzas, imposible a nuestra imaginación, imposible a nuestras previsiones, imposible a nuestros cálculos, imposible a nuestro egoísmo... Pero, posible para Dios que en Jesús lo hace todo nuevo, para que todos los imposibles humanos se vuelvan posibles en este mundo y en el futuro.
Como tan bien lo dice Isaías hoy: “Compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne.”
“Tu pan”, el pan de tu mesa, que comes tu mismo y los tuyos. Eso es lo que hace la diferencia. El pan que compraste para vos mismo con tantas ganas, ese pan estas llamado a partir con los que tienen hambre. El mismo pan partido y compartido. Como debería ser el de nuestras Eucaristías.
“Tu techo”, es aquel en que estás llamado a albergar a los pobres que no lo tienen. No en otro techo, en tu casa, esa que construiste, esa que soñaste y alcanzaste, en esa misma casa tiene que entrar el pobre. Eso marca la diferencia de sabor y es lo que da luz. Como debería ser en nuestras Eucaristías, donde un mismo techo alberga a unos y otros sin ninguna diferencia.
“Tu ropa”, esa misma que llevas puesta y que te hace sentir cómodo y agradable. La misma ropa que viste tu cuerpo es con la que debes vestir a tu hermano desnudo. No una especial para él, sino aquella que es especial para vos mismo y con la que cubrís tu propia carne. Como debería ser en todas nuestras Eucaristías en las que todos somos revestidos de Cristo.
Y si nos da miedo, o si nuestros pensamientos racionalistas nos persiguen, no te pide Dios, ni que tengas hambre, ni que vivas en la calle, ni que te quedes desnudo… Debes preocuparte de las necesidades de tu hermano sin “despreocuparte de tu propia carne”, porque lo que es indigno para tu hermano que sufre es indigno para ti mismo, y viceversa. Hay que permitirle a Dios hacer lo imposible, perdiendo los miedos y seguridades propias.
No llama la atención que el rico de al pobre, sino que el pobre de al pobre y al rico de lo que tiene para sí. No se nos pide invertir roles, sino que a nadie le falte de lo que necesita como lo necesito yo mismo.
Así lo ha hecho Jesús y el Padre. Y por eso este estilo nuevo es el que nos inspira y nos llama: “Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.”


P. Sergio Pablo Beliera