Ser probados por Dios a veces nos resulta cuestionable,
cuando no insoportable e intolerable, porque lo consideramos desmesurado ya que
el choque de fuerzas pareciera desproporcionado, Él y nosotros.
Claro, detrás de una percepción así, subyace una imagen y
una experiencia de Dios, que no se ajusta a lo que Dios es en sí y ha demostrado
ser en la historia del Pueblo de Dios y, porque no de la humanidad. Porque si
alguien se ha mostrado tolerante y ajustado a sus fuerzas y posibilidades ha
sido Dios mismo.
A algunos hoy les podrá molestar ver a Jesús entrar a la
explanada del Templo de Jerusalén y reaccionar así: “…encontró en el Templo a los
vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de
sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con
sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus
mesas…”.
Creemos que nuestra imagen de Dios es más propia que la
que está poniendo de manifiesto Jesús. La imaginación nos juega una mala
pasada, vemos demasiadas películas y entendemos y juzgamos la actitud de Jesús
en esa medida. ¿Acaso creo que mi imagen
y percepción de Dios es más adecuada que la de Jesús? Pensémoslo bien.
Debemos ser profundamente sinceros y decir que muchas
veces nos encontramos molestos con el actuar de Dios, protestando en nuestro
interior por lo menos respecto de cómo Dios se toma las cosas, por el tiempo y
las circunstancias en las que procede.
Ahora, ¿no es por
demás provocadora nuestra actitud frente a Dios?
¿Es que nosotros no
estamos probando a Dios constantemente con nuestros pensamientos, con nuestros
sentimientos, con nuestras acciones y omisiones?
¿No será que somos
nosotros los que elegante y sutilmente obramos con violencia frente a Dios? No dejemos de considerarlo, por lo menos…
La presencia del celo por Dios y el lugar de su Presencia
entre nosotros, no debería estar ausente de nuestras jornadas. Tal vez,
jornadas demasiado hechas para nuestros negocios, que para la relación amorosa
de hijos para con su Padre.
Es que tal vez el bastardeo constante de la figura del
padre y de la madre, por parte de padres e hijos, contribuye a una imagen
distorsionada y por lo pronto ausentista, apática e incrédula del padre y de la
madre. Como si una cosa y la otra, lo que hacemos entre nosotros y lo que
hacemos con Dios, no estuvieran en una interrelación constante.
¿Tengo pasión en la
relación con Dios?
¿O soy un predicador de
una tolerancia intolerable para quien ama y es amado?
Porque hay quienes se permiten pasiones de amores
indiscutidos y, frente a Dios se vuelven unos prudentes y cómodos convivientes.
¿Dónde está mi celo por
Dios?
¿Dónde y como se puede
encontrar en mí una pasión por Dios, su gente y sus cosas?
Jesús no vino de paseo, y el tiempo y la obra encomendada
lo apremian, ¿no es acaso necesario que
manifieste que ha asumido nuestra humanidad y es capaz de reaccionar con pasión
no en beneficio propio sino como pasión por Dios y por nosotros?
Por lo pronto nadie debería distraerse de la experiencia
esencial que Jesús hace y nos quiere animar a hacer nosotros: animarnos a
destruir todo -“Destruyan este templo”- y permitirle a Él y sólo a Él
reconstruirlo de nuevo como su propio Cuerpo –“…y en tres días lo volveré a
levantar”… él se refería al templo de su cuerpo…-, ya no como una
propiedad individualista y egocéntrica, sino como una persona abierta a Dios y
a los demás, no ya como un negocio, sino como una obra gratuita, lo más
desapropiada que pueda ser para volverse lugar puro de la Presencia y
convergencia de Dios, nosotros y los otros.
Subyace siempre en nosotros la pregunta: “¿Qué
signo nos das para obrar así?” que inútilmente intenta ponerse por
sobre Dios y cuestionarlo y ponerle nuestras exigencias y condiciones.
Y no la aceptación irrefutable de un Jesús que nos da
como coordenadas de GPS su propia experiencia de riesgo: “Destruyan este templo y en tres
días lo volveré a levantar”… él se refería al templo de su cuerpo…
Tal vez cuando nuestras cosas se vienen abajo y las
dejamos ir voluntariamente ,aunque con dolor, Dios pueda ayudarnos de verdad a
tener un templo nuevo en nuestro propio cuerpo, que es el Cuerpo de Jesús al
que estamos unidos desde el Bautismo y la Confirmación, y que renovamos en cada
Comunión de su Cuerpo y de su Sangre, cada vez que nos alimentamos de su
Palabra de vida que nos hace recapacitar como a los discípulos: “Por
eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto,
y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.”
Quiero permitir que Dios ponga las cosas en su lugar y
renunciar a cuestionarlo y ponerlo a prueba con pedido de signos… ¡Basta ya de
eso! No genera más que la negativa de Dios a entrar en ese juego perverso que
tanto daño nos hace y del que Él no puede fiarse como dice el Evangelio hoy: “…muchos
creyeron en su Nombre al ver los signos que realizaba. Pero Jesús no se fiaba
de ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba que lo informaran acerca
de nadie: Él sabía lo que hay en el interior del hombre.”
Si quiero atraer la atención de Dios sobre mí, no hay
otro camino que el recorrido por Jesús y sus discípulos: “…nosotros… predicamos a un
Cristo crucificado, escándalo… y locura…, pero fuerza y sabiduría de Dios para
los que han sido llamados... Porque la locura de Dios es más sabia que la
sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza
de los hombres.”
Se necesita cristianos un poco menos “razonables” y “ajustados”
a los criterios humanos -de una humanidad deshabitada por Jesús- y más celosos
de lo que viene del Evangelio mismo. Sólo así puede aparecer en nosotros ya,
los efectos de una resurrección en consonancia con la Resurrección de Jesús,
que para eso hemos emprendido este camino Cuaresmal hacia la Pascua.
Repitamos en nuestro corazón y con nuestros labios esta
semana: “Mis ojos están siempre fijos en el Señor, porque él sacará mis pies de
la trampa. Mírame y ten piedad de mí, Señor, porque estoy solo y afligido.”
(Sal 24, 15-16) “…mira con agrado el reconocimiento de nuestra pequeñez, para
que seamos aliviados por tu misericordia…” (Oración Colecta).
P. Sergio-Pablo Beliera