domingo, 12 de agosto de 2012

Homilía 19º Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo B, 12 de agosto de 2012

Homilía 19º Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo B, 12 de agosto de 2012
Día a día, mientras vamos viviendo, muchos de nosotros nos vamos acostumbrando a la idea que nuestras cosas se van sucediendo al azar, las cosas suceden y solo eso suceden y nada mas... O por otro lado la idea que las cosas que van sucediendo en nuestras vidas dependen de nosotros, de nuestro levantarnos y esforzarnos en cada cosa, en cada situación o por lo menos en lo fundamental.
Ambas ideas siembran una gran tristeza, un sentimiento imperceptible de vacío, de desanimo, de ausencia del lenguaje de la esperanza. No es difícil entonces hacer nuestro el grito de tantos y tantos: "¡Basta, Señor!"
Algunos sacan ventaja de estos pensamientos y de este sentimiento, vemos progresar los profetas de la adivinanza y los profetas de la programación. No están interesados en las personas, en nosotros sino en el rédito que puedan sacar de nosotros.
Pero esto no es el final... Hay una forma de pensar que Jesús quiere transmitirnos, que lo hagamos suyo como el lo ha hecho suyo. Es un pensamiento muy claro, muy importante, pertenece a lo mas original y propio de Jesús. Es una forma de pensar que cambia radicalmente la forma de percibir y de encarar la vida.
Es un punto de vista único y definitivo, que cada uno de nosotros puede aceptar o rechazar, lo que no podemos negar que existe y tiene una gran coherencia.
"Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado." Jesús es absolutamente consciente que nada sucede en su vida si no lo mueve el Padre. Es el Padre el que se ocupa de atraernos, es el Padre el que pone su mirada sobre cada uno y se ocupa de seducirnos con su silencioso trabajo al interior de cada uno. Y a la vez es el Padre que lleva a Jesús. No podemos ir a Jesús por nosotros mismos. Por lo cual cuando vamos a Jesús, es claro que es el Padre quien lo hace, quien lo ha hecho y quien lo hará.
Esa certeza a Jesús lo sostiene, lo hace ser quien es respecto de si mismo y para nosotros. Jesús no se ocupa de atraernos a si, como haría cualquier líder de este mundo, Jesús solo se presenta al mundo y se entrega a la obra que el Padre le ha encomendado. Jesús se muestra, se pone en disponibilidad, es enteramente dócil a levantarse y entregarse a lo largo del día y hasta la noche mas allá de sus fuerzas.
Soy consciente con Jesús: "Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado." ¿Puedo negarme a ir a Jesús si es el Padre quien nos lleva a Él? ¿Voy a seguir pretendiendo saber que conozco como son las cosas? ¿Voy a seguir ciego al azar o la programación cuando se me ofrece un sentido continuo en cada acontecimiento?
"Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí." Las palabras de Jesús y su persona nos hace discípulos del Padre, lo que implica ser hijos del Padre. No somo hijos de quienes pensamos que somos, somos hijos del Padre. El Padre es el Maestro desde la Creación, que educa personalmente a sus hijos y en este tiempo, lo hace de manera nítida y definitiva en el gran Hijo Jesús.
El que es Padre enseña, educa. Y por lo tanto yo debo escuchar y aprender. ¡Que poco valoramos esta experiencia de ser enseñados, educados directamente por el Padre mismo! ¡Estoy llamado a escuchar, a abrir mi oído, mi mente, mi voluntad, mi afectos, mi vida, al Padre mismo! ¿Soy consciente de esta llamada? Ya que toda llamada implica una respuesta. ¿Estoy disponible al Padre?
Y cuando un Padre educa, también alimenta. Se preocupa de alimentarnos pero ya no solo de pan, sino de la persona misma de su Hijo Amado. Nos alienta con su atención continua y su alimento continuo en la carne de su Hijo Amado. "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo."
Todos los acontecimientos que llevan a alimentarme de la carne de Jesús, esos son Eucaristía. La Eucaristía es ese "pan vivo bajado del cielo" y esa "carne para la vida".
No es la voluntad propia de Jesús, sino la voluntad de Jesús, asimilada a la voluntad del Padre de reunirnos en torno a si en la persona de su Hijo Amado. Y me entrega como alimento esa voluntad de amor del Padre y de Jesús en la Eucaristía.
En la carne de Jesús nos alimentamos del pan vivo. El Padre no nos alimenta de algo inerte, sino de algo vivo que da vida. La Eucaristía es imprescindible para que salgamos de cualquier azar y programa ciego. No hay ningún azar o programación en el descubrir e ir a Jesús. Si he llegado hasta a Jesús, es donde el Padre me quiere y como me quiere. Entonces: "Sean imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivan en el amor como Cristo los amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor."
Estoy llamado y tengo la oportunidad de alimentarme de la carne de Jesús, su carne Resucitada, su carne viva, para que mi carne este viva. ¿Cuando recibo la carne de Jesús, le doy mi carne a Jesús? ¿Pongo mi carne viva en disponibilidad al Padre como lo hace Jesús para alimentar la vida de los demás? ¿Que vida surge de alimentarme de la carne viva de Jesús?
La esperanza del Padre esta puesta en llevarnos a Jesús Carne y Pan de Vida, para que nosotros viviendo de esa Carne y de ese Pan, seamos también Carne y Pan de Vida para nuestro tiempo en unión con Jesús que permanece entregado. Esta es una gran alegría y esperanza para todos nosotros, para nuestra ciudad. Nadie se puede transfigurarse en Jesús, sin la Carne y el Pan de la Eucaristía viviendo en nosotros. Entonces: "¡Levántate, come!, que el camino es superior a tus fuerzas."
P. Sergio-Pablo Beliera