lunes, 23 de febrero de 2015

Homilía I Domingo de Cuaresma, Ciclo B, 22 de febrero de 2015

Hemos comenzado esta Cuaresma desde las cenizas, para dejarnos rehacer y ponernos a hacer desde las cenizas una vida nueva. Queremos renacer desde las cenizas de lo que vivimos a una novedad de vida. Es un volver al principio dejando atrás todo lo que no nos es propio y se nos ha adeherido innecesariamente. Nos animamos a quemar todo lo vivido pasándolo por el fuego purificador del Espíritu. Queremos vivir esta renovación, esta purificación, que nos lleva a la Pascua.
Viviendo estos cuarenta días nos lanzaremos a vivir la Semana Santa y los cincuenta días del tiempo pascual. Así comenzaré con las fuerzas del Espíritu un año de vida nueva, entonces sí será un buen año, porque Dios habrá obrado en mí y yo con Él. Así será un año guiado por Dios, porque fue engendrado por Dios en mí, y no dependerá tanto de las circunstancias exteriores adversas o beneficiosas, sino de la novedad de Dios en mí, en nosotros.
Jesús ingresa hoy en la espesura de sus tres años de vida pública impulsado por el Espíritu. “El Espíritu llevó a Jesús al desierto…” No va cuarenta días al desierto por autoproposición. Nos cuestiona esto desde el inicio, ya que nosotros los hombres de este tiempo, vamos en la vida con el “yo” adelante, yo esto, yo aquello, porque yo tal cosa… y así mucho yo delante de todo. ¿Es así como nos propone Dios iniciar la vida, una etapa, un tiempo, una expeirencia, un camino, un desafío, un día? Hay que cuidarse de que no se nos pegue tanto el yo que termine desdibujándosenos la vida, porque voy yo delante y no Él impulsándome, guiándome a lo inhóspito. ¿Quién quiere entrar a lo inhóspito? Esa sería la primer pregunta de este Domingo de Cuaresma. ¿Quién se anima a entrar a lo inhóspito de esta Cuaresma como Jesús?
Hoy Jesús entra en lo inhóspito del impulso del Espíritu que lo conduce sin saber Él más que que Él lo conduce y que Él lo impulsa. A lo ihnóspito del desierto donde la naturaleza despojada no nos distrae sino que nos concentra. A los inhóspito de la tentación de Satanás que solitario busca su compañía. A lo inhóspito de la compañía de las fieras salvajes, no domesticadas. A lo inhóspito de dejarse servir por los ángeles de Dios que le hacen de compañía pero que también lo sirven. Jesús, pues así, entra en lo inhóspito acompañando, no está solo. No es una situación desoladora, angustiante. Todo lo contrario.
Jesús como Noé es el único, el inocente frente a una humanidad que hay que exterminar para empezar casi de cero porque se ha vuelto contra Dios. Y así como Dios lo mira a Noé y dice con este hombre bueno puedo empezar de nuevo, el Padre mira a Jesús y con su inocencia empieza de nuevo una nueva y definitiva creación en la que todo lo creado puede convivir en una nueva relación donde el mal no tiene el dominio, sino la amistad con Dios, donde nos volvemos a dejar servir por Dios y no intentamos ser autosuficientes, autónomos de Él y su obra.
También Noé estaba ante un paisaje inhóspito al entrar en el arca y quedar sólo rodeado de agua. ¿Qué podía surgir de hay, en esas condiciones? Todo se había perdido y sólo quedaba lo que él había cragado en el arca, ¿cómo iba a comenzar de nuevo con tan poco y en condiciones tan adversas? Fuego, Hielo, Agua, han sido los instrumentos purificadores de una naturaleza que después de esa experiencia comienza de nuevo, es la fuerza de la vida que se abre paso a pesar de todo, porque Dios puso esa fuerza de la vida implícita en todo.
Estamos radicalmente solos en este mundo, sí, debemos aceptarlo… ¿Qué experimento cuando escucho esto? ¿Qué entiendo, que se mueve en mí, adonde me ha llevado esa expresión? Es muy importante tenerlo en cuenta, porque habla mucho de dónde estamos situados verdaderamente. Lo que se propone no es una visión pesimista, sartriana, nihilista, angustiante, no… ¿Porqué escucho, descifro o decodifico un mensaje como este así como lo he hecho al instante de serme propuesto?
“El Espíritu llevó a Jesús al desierto, donde fue tentado por Satanás durante cuarenta días. Vivía entre las fieras, y los ángeles lo servían.” Jesús está radiclamente sólo en el mundo frente a Dios, de cara a Dios, pero acompañado. Como Noé que está acompañado por otros siete y los animales que ha recogido de cada especie, pero está radicalmente sólo frente a Dios, es a él y sólo a él a quien se le ha confiado la misión de empezar de nuevo, Dios lo mira a él.
¿Qué es este estar solos frente a Dios, ante Dios? Es muy importante que en esta Cuaresma nosotros nos demos cuenta que estamos frente a Dios, de cara a Dios, y que vivimos de cara a Dios, y no de cara a fulano, a mengano, a sultano, a la agenda económica, a la agenda social, a la agenda afectiva, a la agenda médica, etc…. Soy como Jesús uno que debe hacerse inocente. Y eso ha hecho el Bautismo en nosotros. Porque, “Todo esto es figura del bautismo… que es el compromiso con Dios de una conciencia pura…” Por el Agua y el Espíritu nos hacemos inocentes, es la vida nueva surgida del vientre de la Trinidad. Esa vida inocente está en mí, esa conciencia pura está en nosotros.
Satanás esta ahí presente tentando a Jesús, ese es su único motivo, llevarse a la oscuridad la luz que hay en Jesús, la vida de Jesús, pero el sólo puede tentarlo, no dominarlo. Y lo que decimos de Jesús lo decimos de nosotros porque esa ha sido la obra de Jesús en nosotros, vencerlo y no permitirle que nos domine, sólo puede estar presente pero no puede ser protagonista. Satanás siempre querrá llevarnos a la sospecha, a la duda, a la desconfianza, a la incógnita radical. Nosotros sólo somos compatibles con Dios porque fuimos hechos de su Bondad.
En vez Dios está solo con nosotros para reafirmanos en nuestra bondad radical. Tenemos que estar pues, sólo con Dios, para sacarnos todo el andamiage de encima, de todo lo que se nos va pegando a lo largo de la vida, del estar pendiente de tal o cual persona, tal o cual cosa, tal o cual forma, etc…. Así este estar radicalmente sólo ante Dios es para que este pueda extraer nuestra bondad. Para esto tenemos que quedarnos sólo con Dios, para descubrir una bondad mayor que la que he conocido hasta ahora. ¿Soy lo que se ve en el espejo, en la mirada de los otros, o en el espejo de Dios, en la retina de Dios? Nuestro espejo es su mirada que ve la bondad profunda y arraigada en mí más allá de todo.
Frente a Dios estoy radicalmente con lo que soy, no con lo que tengo, porque frente a Dios no tengo nada, por más que tenga posesiones, en Dios estamos desnudos porque tenemos todo Dios, que es más que todo, teniendo a Dios tenemos todo.
Esto es la cercanía del Reino de Dios, que no es como los de este mundo que son caducos. La cercanía del reino es el poder del Espíritu conduciéndome, guiándome a la experiencia de la Bondad de Dios y de la bondad que Él ha puesto en mí y que ningún vicio puedo borrar. Por eso más allá que dejar vicios y pecados estamos llamados a extraer bondades, a instalar bondades en nosotros. Si el hombre no es bueno, ¿que puede hacer Dios con nosotros?
La Palabra, la Eucaristía, que estamos celebrando y nos alimenta, vienen a nosotros para extraer esa bondad radical que está en nosotros y que Él quiere extraer de nuestro paraiso interior.
Es así como renovamos la Alianza, que ahora en la Cuaresma vamos a cotejar en que estado está y vamos a poner en valor, a punto, en lo alto y en lo profundo.
Esta es la radical y Buena Noticia. Persiste Dios en su intención en que nos ha hecho en su Bondad, en su amistad con nosotros porque Él no está enemistados con nosotros.


P. Sergio-Pablo Beliera