“Después, ven y sígueme”… Es la llamada de Jesús que resuena a lo largo de los siglos
buscando un oído atento, un corazón dispuesto y una libertad de ir a Él y tras
Él sin otra cosa que la propia persona y Su propia persona.
Ese, “después” viene de un
antes que es apasionante: “Jesús lo miró con amor y le dijo…”
Quien reciba esa mirada tiene asegurado un amor incondicional, gratuito y hasta
el extremo que sólo se puede encontrar de manera definitiva en Jesús.
Pero ese “después”, viene
antecedido además por un pedido singular: “…ve, vende lo que tienes y dalo a los
pobres…” Una libertad absoluta, un dejar atrás lo anterior y ponerse en
total disponibilidad de corazón y movimiento. Una libertad de todo para amar al
Todo.
Los invito a recordar que hay dos
renuncias a las riquezas que exige Jesús:
Una para todos, que es la renuncia del
uso de los bienes materiales para la entregarlos a la hospitalidad, la caridad,
la solidaridad con los pobres (entre
estos, se encontraban Marta, María y Lázaro, Zaqueo, Nicodemo, José de
Arimatea, Susana y tantos otros que lo ayudaban a Jesús con su hospitalidad y
sus bienes).
Y otra renuncia que pide a algunos, que
es para el seguimiento de Jesús, para ser exclusivamente su discípulo (entre ellos están, los 12 apóstoles, Leví,
los 72 discípulos, y este hombre que se presenta hoy ante Jesús y otros tantos
a los que Jesús llamó).
En todos los casos, el hombre para Jesús
es administrador de bienes y nunca poseedor de los mismos para uso
exclusivamente propio, y menos para dejarse poseer por los bienes, sustituyendo
los bienes la conciencia y la libertad.
La clave, la llave, que abre el sentido
profundo del mensaje, de la llamada de Jesús a:
“…ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres;
así tendrás un tesoro en el cielo.
Después, ven y sígueme”,
está dada por las palabras de la primera
lectura:
“Oré, y me fue dada la prudencia, supliqué,
y descendió sobre mí el espíritu de la Sabiduría.
La preferí a…
No la igualé a…
La amé más que a…”
Y por la segunda lectura:
“La Palabra de Dios es viva y eficaz,
y más cortante que cualquier espada de doble filo:
ella penetra hasta la raíz del alma y del espíritu,
de las articulaciones y de la médula,
y discierne los pensamientos y las intenciones del
corazón…”
Todo depende de haber escuchado a Jesús
y haber elegido su elección de nosotros para ser de los suyos. Jesús está para
ser “preferido
a” todo, para “no igualarlo a” nadie ni nada, para
ser “amado
más que a” cualquier persona, oportunidad, o cosa.
El seguimiento de la doctrina, del
pensamiento, de las palabras de Jesús, implica necesariamente un seguimiento de
su persona, de su estilo, de su vida.
Pero bajo ninguna condición es una
exigencia. Todo parte de una corriente de amor mutuo que Jesús inicia con cada
uno de los que se encuentra, con cada uno de nosotros.
Esto está hoy expresado plásticamente en
el cruce de miradas entre Jesús y este hombre que nos representa a todos
nosotros:
“Un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le
preguntó…”
“Jesús lo miró con amor y le dijo…”
“Él, al oír estas palabras, se entristeció y se fue
apenado…”
“Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus
discípulos…”
La situación empieza de modo apasionado,
entusiasta, gestual:
el
hombre corre hacia Jesús,
se
arrodilla ante Él,
Le
pregunta decidido.
Pero, poco a poco la situación se va
desinflando, va perdiendo la pasión, el entusiasmo. Y termina muy
des-motivadamente, con un hombre con mala cara e invadido por la tristeza.
Este hombre había empezado aparentemente
bien, pero en el diálogo con Jesús su situación verdadera se va desnudando. El
que quería saber: “¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?”, no acepta la
respuesta y las consecuencias para su vida concreta.
Nos pasa, y nos pasará, que esta
situación de una u otra manera se nos presenten también a nosotros. Desde su
adolescencia este hombre cumplía con los mandamientos, pero no había encontrado
la persona de Dios, no lo había elegido a Dios, era ético, moralmente correcto,
pero en el fondo, entre Dios y sus bienes, elije el apego a sus bienes y no el
amor de predilección que le manifestó Jesús al pedirle que se desprenda de todo
para estar sólo con Él.
También nosotros podemos haber iniciado
un camino desde nuestra adolescencia con Dios, llenos de entusiasmo, de interés
y generosidad, pero en la medida que tenemos que quedarnos sólo con Jesús,
vamos eligiendo las personas y las cosas, y Él va quedando detrás.
Nuestra esperanza está puesta en que los
discípulos que contemplan esta escena, quedan espantados (“Los discípulos se sorprendieron
por estas palabras…”).
Frente a lo que acaba de provocar Jesús,
están extrañados de sus palabras, de su propuesta (“Los discípulos se asombraron aún
más…”).
Y ponen en confrontación su seguimiento
de Jesús y su desprendimiento de las personas y los bienes (“Tú
sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”).
¡Como si Jesús necesitase que se lo
recordaran y sin recordar lo que Jesús ha dejado! Tiernamente los llama y nos
llama: “Hijos míos…”
¡Cuantas veces y de cuan diversas
maneras nos vemos enredados en situaciones similares con Dios, con Jesús!
Nada nos conviene más que acoger en
nosotros la respuesta de Jesús:
“Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo:
Hijos míos…
Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y
hermanas, madre y padre, hijos o campos
por mí y por la Buena Noticia,
desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por
uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y campos, en medio de las
persecuciones;
y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna”.
Pero no olvidemos nunca que dejarlo
todo, es para abrazarlo todo entero a Jesús, su persona y su vida entera. Para
ser libres de amarlo, de asimilarlo y de seguirlo. No somos estoicos ni
budistas ni practicamos el zen, somos “cristianos”
o sea uno con Cristo en su persona y opciones: Dios el Padre y los hombres necesitados
de salvación.
Por eso, “lo preferí a… No la igualé a… Lo
amé más que a…” cómo Jesús lo hizo conmigo, con nosotros.
Recordando siempre que la pregunta
existencial: “¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?” nos ha sido
respondida: “…ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en
el cielo. Después, ven y sígueme” “…y en el mundo futuro recibirá la Vida
eterna”.
El deseo inicial de plenitud (“heredar
la vida eterna”) sólo alcanza su plenitud (“recibirá la vida eterna”),
por el camino del desprendimiento a favor de los pobres (“así tendrás un tesoro en el
cielo”) que nos permite el ir libre y gratuitamente a Jesús y seguirlo
por puro amor, que es ya la vida eterna.
“Sácianos en seguida con tu amor, y cantaremos
felices toda nuestra vida”.
P.
Sergio-Pablo Beliera