La
voz de Jesús resuena aún en el aire. Como un eco perdurable…
Sí,
esa pregunta que ha traspasado todos los corazones abiertos permanece aérea
para seguir hiriendo el alma de los hombres que caminan, que se ponen en marcha
tras un sentido inspirador… “¿Qué buscan?” “¿Qué quieren?”
Es
esa voz única, la del “Cordero de Dios”, la que mejor dice
esa pregunta que necesitamos descienda desde él hasta nuestros oídos: “¿Qué buscan?” “¿Qué quieren?”
Pero
como sabríamos que a nosotros te diriges sin ese gesto tuyo… “Él
se dio vuelta”… Nosotros te seguíamos a ciegas, bajo la influencia
sonora de otros “Este es el Cordero de Dios”, pero es a nosotros a quien miras
ahora tú Cordero Inocente y Puro, hacia nosotros te has vuelto… Y ahora sabemos
que a nosotros te diriges.
En
ese instante nuestras miradas asustadas por la sorpresa, fueron buscadas por
tus ojos de Cordero Inocente, y en ese contacto de tú mirada decidida con
nuestra tímida mirada, nos has preparado el corazón para acoger tu dulce
pregunta en tu tierna mirada.
Ahí,
entre tenerte de frente mirándonos y la fuerza tierna de tu voz hemos acogido
la pregunta y hemos sabido la sorprendente respuesta de nuestra alma… “Maestro,
¿dónde vives?”
Buscamos
donde vives, para vivir contigo. Buscamos donde despliegas tu vida para que
ella despliegue la nuestra. Buscamos Vida y en la conciencia de un instante nos
percatamos que la hemos encontrado y allí queremos permanecer… “Maestro,
¿dónde vives?” para que pongamos nuestra carpa donde tú la has puesto,
queremos morar donde tú moras…
¿Tendría sentido otra cosa?
Esta pregunta me ayuda a ser conciente de mis pies de barro, de mis
confusiones, de mi ir a otros y no a vos Maestro. Porque como Samuel, hemos
decidido seguirte pero cuando nos llamas vamos a lo conocido y no sabemos
reconocer tu voz y lo que eso implica. Es como si de golpe fuéramos niños bien
intencionados y encaminados pero desorientados. No tiene sentido, y por eso
volvemos del sin sentido al sentido una y otra vez. No permitas que nos
quedemos ahí dando vueltas sin llegar a tu santa y única presencia y decirte… “Habla,
porque tu servidor escucha” porque no basta el “Aquí estoy” o el “Aquí
estoy, porque me has llamado”.
Hay
que entrar en la casa donde resuena su voz… Hay que escucharlo en el hogar de
la Palabra y de la escucha… “creció; el Señor estaba con él, y no dejó
que cayera por tierra ninguna de sus palabras.” Una otra vez crecer en
la presencia del Señor que permanece a nuestro lado y no dejar que se pierda ni
una de sus palabras que nos son confiadas. El tesoro de la escucha de la
Palabra que resuena y hace crecer.
Es
que no hay movimiento verdadero si no es hacia el Señor. Es que ese movimiento
verdadero pierde su sentido si no entramos en la escucha de su Palabra y nos
quedamos a vivir con Él para aprender como discípulos. Toda llamada crece en la
escucha y en ella debe permanecer. Todo discipulado es con un Maestro que
enseña palabras de Dios. Sin Él no hay ni llamada ni discipulado. Tal vez aquí
es donde se malogra nuestra llamada y nuestro discipulado.
Se
necesitan hombres de Dios adultos, consientes de su miseria frente a la
trascendencia de Dios, que nos señalen a Dios como Elías y Juan Bautista… “Estaba
Juan Bautista con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo:
“Este es el Cordero de Dios”., como el mismo Andrés y el otro
discípulo… “Hemos encontrado al Mesías”... Entonces lo llevó a donde estaba Jesús.
Jesús lo miró y le dijo…”
Se
necesitan hombres deseosos de ser discípulos del Maestro que nos ha sido dado y
dispuestos a permanecer en la escucha de día y de noche para crecer al ritmo de
sus enseñanzas. Y quien se ha venido a vivir con nosotros, vive en nuestras
vidas, entre nuestras historias, merodea nuestras existencias de cada día para
llamarnos y enseñarnos.
¿Queremos seguir y aprender?
¿Queremos aprender y crecer?
¿Queremos concientes de nuestra debilidad señalar al Gran
Dios del Encuentro en el camino hacia el Maestro Jesús?
Los
que han llegado a ser discípulos en este encuentro cara a cara, mirada con
mirada, voz con oído, pregunta con corazón, respuesta con invitación, y han
permanecido allí, saben que no se han equivocado y que ya no necesitan ir más
de aquí para allá porque Él ha venido hasta nosotros y tiene su casa entre las
nuestras y nosotros podemos vivir en la suya para siempre… “¿O no saben que sus cuerpos son
templo del Espíritu Santo, que habita en ustedes y que han recibido de Dios?
Por lo tanto, ustedes no se pertenecen…”
Tal
vez una de las ideas que más atentan contra un verdadero discipulado es que “yo
soy mío”… y “con lo que es mío hago lo que quiero”… Nada más errado para quien
no se ha podido dar origen a sí mismo ni al universo que lo circunda. Somos
habitados por Dios que nos ha hecho su templo y habitamos el universo salido de
sus manos. No somos dueño de nada ni de nadie. Pero sí pertenecemos a Dios y su
llamada a permanecer en esa relación mutua de comunión de amor y de vida es
constante. Llamativamente le decimos a las personas que amamos y que nos aman…
“soy tuyo” “sos mío” y nada es cuestionado en este orden. Pero, cuando el que
está en juego es Dios, esa pertenencia y permanencia en una mutua relación
recibe muchos peros…
Es
el Señor mismo quien nos libra de esta trampa al decirnos hoy ... “Vengan y lo verán”…
Respuesta más que satisfactoria para el hombre contemporáneo, tan renuente a
lazos con Dios en los que pierda el control. Pero en ese ir y ver donde vive,
algo irresistible surge, y ya no somos los mismos nunca más por más que después
nos desentendamos de distintas maneras, haber ido y visto su humilde morada y
la intensidad de su vida y su palabra, no se olvidan facilmente.
Vayamos
y permanezcamos junto al que ha venido y permanece entre y en nosotros porque “Este
es el Cordero de Dios”.
P. Sergio-Pablo Beliera