domingo, 28 de septiembre de 2014

Homilía 26º Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo A, 28 de septiembre de 2014


Podríamos comenzar esta reflexión preguntándonos:
¿Qué es lo que nos mueve a un cambio?
¿Cuáles son las motivaciones concientes de un cambio en nosotros?
¿Somos conciente de lo que nos hace dar un paso a un cambio?
No es menor ser concientes de las respuestas que puedan surgir de estas preguntas, frente a la realidad que el cambio es un estado que forma parte de lo mejor de lo humano, la capacidad de crecer, de madurar, de desarrollarse.
El interés de Jesús por que seamos sensibles a las oportunidades de cambio es manifiesta al decir: Él respondió: ‘No quiero’. Pero después se arrepintió y fue. Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: ‘Voy, Señor’, pero no fue”. “ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él”.
Por ejemplo san Pablo hoy nos propone claras motivaciones para un cambio cristiano:
- “Tengan un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento.
- No hagan nada por interés ni por vanidad,
- y que la humildad los lleve a estimar a los otros como superiores a ustedes mismos.
- Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás.
- Vivan con los mismos sentimientos que hay en Cristo Jesús.”
Los cambios de estado de madurez o de crecimiento cristiano está motivados no por simple necesidad o lo inevitable.
No, el cambio cristiano está motivado por un bien mayor que se me presenta como verdadera oportunidad. El arrepentimiento cristiano se origina en la ejemplaridad que provoca a mi libertad por ser tan parecido a Jesús al punto de compartir sus sentimientos que no están puestos en sí mismo sino en el otro.
Dios como Padre aprecia este tipo de cambio, que afronta el desafío de reformularse a sí mismo movidos por el Espíritu de Jesús que ha dicho que si al Padre y que ha provocado un sí de cada uno de aquellos que estuvieron más dispuestos a crecer que aferrados a modos o estados de la vida que necesitan ser superados.
Cuando esperamos la emergencia, el “no queda otra”, el último momento, no estamos en el espíritu del cambio cristiano.
Y el mundo que nos circunda está plagado de buenos y sustentables ejemplos que nos mueven a crecimientos y a una mayor escala de madurez. Los malos ejemplos son nada frente a todos ellos, pero cuando no se quiere cambiar lo único que se ve es aquello que alimenta mi no cambio, mi dejar las cosas como están, el mal espíritu de todos lo hacen…
Hay una mala prensa continua, una captación masiva irreflexiva que nos dejamos crezca en nosotros, de que si Dios me pide algo no será algo digno de atención, que será imposible, que será inhumano, que no me hará feliz, que me privará de un sin fin de cosas buenas y deseables… la lista continúa, como se dice.
¡Cómo nos dejamos meter esto en la cabeza y en el corazón!
Cambiar de un no a Dios y a su propuesta de vida en Jesús es nuestra mejor idea, nuestra mejor opción, nuestra mayor libertad, no lo dudes.
“Muéstrame, Señor, tus caminos, enséñame tus senderos. Guíame por el camino de tu fidelidad; enséñame, porque tú eres mi Dios y mi salvador, y yo espero en ti todo el día… El Señor es bondadoso y recto: por eso muestra el camino a los extraviados; él guía a los humildes para que obren rectamente y enseña su camino a los pobres.”


P. Sergio-Pablo Beliera