domingo, 15 de diciembre de 2013

Homilía 3º Domingo de Adviento, Ciclo A, 15 de diciembre de 2013

“Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven…”
Toda pregunta sobre Dios, puede alcanzar su respuesta desde la experiencia del obrar de Dios mismo en medio de los hombres, sino será una pregunta abstracta e inútil. Podríamos además, preguntarnos: ¿qué está haciendo y diciendo Dios a los que hoy creen?
La respuesta sobre el Dios verdadero, se responde desde el estar involucrados en oír y ver lo que Él mismo está obrando en medio de nosotros, entre nosotros, con nosotros y para nosotros. Ahí que vale la pena involucrarse.
“…lo que ustedes oyen…”
Sostenidos sobre esta experiencia, se puede decir con tanta contundencia: ¡Regocíjese el desierto y la tierra reseca, alégrese y florezca la estepa! ¡Sí, florezca como el narciso, que se alegre y prorrumpa en cantos de júbilo!” ¿O es que estas palabras son pura poesía producto de la más fantástica imaginación?. Viniendo de Dios, son palabras sustentables, palabras que encaminan por camino cierto, que echan a andar al hombre allá donde el hombre no puede imaginar ni fantasear. Estas promesas superados me parecen esenciales a la experiencia del hombre respecto de su Dios.
Necesitamos palabras superadoras como estas: “¡Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios!” Si Dios no las pueden decir, ¿quién las puede pronunciar y no ser una promesa vacía? Estas son las palabras que debemos oír con corazón receptivo, con una mente acogedora, con una existencia disponible para lo que esas palabras prometen y que ya al ser oídas y recibidas comienzan a actuar.
“lo que ustedes …ven… los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres…”
Ver, caminar, purificar, oír… El obrar de Dios en Jesús sana.
Resucitar… El obrar de Dios en Jesús devuelve la vida.
Anunciar… El obrar de Dios en Jesús distribuye la verdad a los pobres.
Repite hoy Señor Jesús por tu presencia en los creyentes, los prodigios que obras donde los hombres experimentan una alegre docilidad a tu Venida, a tu Palabra, a tu Obrar. Repite hoy Señor Jesús, por tu presencia a través de los creyentes los prodigios de ternura y delicadeza de amor que se acercaron gratuitamente a los pobres y sufrientes de ayer y de hoy.
Todo te es posible en la existencia de los que reciben con gozo tu bienaventuranza: “¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo”. Tu obrar en nosotros no es un obrar mágico sino el resultado de una mutua acogida, de una gran acogida, de un dejarte instalarte de lleno en nuestra casa y de imitarte hasta el extremo en tus gestos de amor incondicional.
Quien pretenda esta Presencia contundente e incontestable en su existencia, esta llamado a ser una misma presencia en la existencia de los demás.
Los ciegos ven porque no fueron ciegos a la presencia de Dios en la persona de Jesús, y se convirtieron el luz de la fe para los demás.
Los paralíticos que caminan son aquellos que se echaron a andar en busca de Jesús sea como sea, e hicieron admirar y seguir a otros tras los pasos de Jesús.
Los sordos que oyen son los que siempre escucharon en su corazón las Palabras de Dios y las reconocieron en las palabras de Jesús, y dieron testimonio que esa Palabra Viva esta en medio de los hombres viva y actuante.
Los muertos que resucitan son aquellos que creyeron que Dios quiere la vida de sus hijos y no la muerte, y que creyeron que esa resurrección emanaba de la persona de Jesús a quien conocían e hicieron conocer con su testimonio viviente.
Los leprosos purificados creyeron en la pureza que viene de Dios en la persona de Jesús, y clamaron ese don para ellos porque estaban dispuestos a glorificar a Dios ante los demás.
Si no estas dispuesto a ser testigo del obrar gozoso de Jesús en tu persona, en tu historia, no pretendas que Él obre signos y prodigios de gozo en ti. Por eso que resuene una vez más hoy la bienaventuranza de Jesús en este Evangelio:
“¡Y feliz aquél para quien yo no sea motivo de tropiezo!”.
Bienaventuranza para tener en cuenta en este tiempo, donde estamos desafiados por la realidad del mundo circundante a vivir con más convicción y transparencia, con más arrojo y valentía, un testimonio vivo de nuestro "si" total y definitivo al Señor que vino, que viene y que vendrá. 
Los cristianos de hoy, tropezamos cuando vamos a medias o "a la carta" (Benedicto XVI, Colonia 2005), a la hora de vivir el Evangelio que nos ha sido impreso en el alma y que desde lo hondo de nuestra fe leemos y meditamos para vivirlo plenamente, pero que a la hora de ser puesto en práctica es reinterpretado por la tentación de una "mundanidad espiritual" como dice el Papa Francisco y sus predecesores.
Entonces, ya no es la "alegría del Evangelio" la que nos inunda e invade, sino la tristeza de acomodar lo inacomodable, sufrimos nuestro tener que abandonar las alegrías pasajeras del mundo por la alegría definitiva del Evangelio.
Entonces viene en nuestro auxilio la bienaventuranza de Isabel a María: "Feliz de ti por haber creído lo que te fue anunciado de parte del Señor".
El siervo de Dios Papa Pablo VI, con voz profética después del Concilio Vaticano II, en 1975 se alzó con una exhortación sobre la alegría del cristiano, Gaudete in Domino. Sí, el Gozo en el Señor, el Gozo por el Señor, el Gozo por la Presencia del Señor en nuestras vidas, el Gozo por la obra de liberación y de amor del Señor por los hombres, el Gozo por la llamada del Señor a vivir como Él y con Él según el Espíritu Santo nos lo sugiera; es el gran desafío de nuestro tiempo, de nuestra generación.
No somos cristianos tristes, aún peor, somos cristianos sin alegría por Dios, amargados por haber recibido una invitación a la alegría distinta de la del mundo.
El mundo no carece de fiestas y de excitación, de excesos y diversión, pero de las que ofrece todos se levantan al otro día con dolor de cabeza y de estómago, porque allí no habido ni habrá lugar para el gozo del alma. 
Es el mismo Papa Francisco, quien nos exhorta reiteradamente a dejar nuestra “cara de vinagre”, a abandonar toda alegría pasajera por la alegría de los pequeños del Evangelio, por la alegría de un Dios que en Jesús obra palabras y gestos de amor, de ternura y misericordia en todos aquellos que se apoyan en Él, la Roca firme del verdadero Gozo de darse a los demás sin miramientos, yendo con el Gozo del Evangelio a las periferias de las existencias de nuestros hermanos descartados por el mundo.
¡Volvamos al Gozo! Y seremos Gozo. Pero esto, es posible si como Juan Bautista nos ofrecemos como una tractor que saca al empantanado, como un instrumento de precisión que extirpa el tumor, como un aluvión de gestos de ternura que acoge a todos los heridos por este mundo de fantasía.
Como Juan Bautista, hay que morir por la alegría de nuestros hermanos, como lo hace una enfermera en la soledad de la noche con un enfermo angustiado; como lo hace una madre ante una tormenta que asusta a sus niños; como lo hace un padre frente al llanto contenido por la caída de la bicicleta de su pequeño hijo; como lo hacen los bomberos frente a los incendios; como médico saliendo para una urgencia; como un policía que consuela al delincuente; como un maestro frente a un alumno obstinado; como un sacerdote frente a un pecador titubeante; todos profundamente decididos a no quedarnos en la tristeza, sino partiendo raudamente juntos como hijos del Gozo y de la Esperanza de una alegría impensable pero que sí o sí viene del Señor Jesús.
Todo lugar es oportuno para esta Misión del Gozo. Toda situación es apta para esta Misión del Gozo. Toda circunstancia es un desafío para esta Misión del Gozo.
Con el Papa Francisco repitamos hoy una vez más: no nos dejemos robar el Gozo del Evangelio puro del Señor Jesús.


P. Sergio-Pablo Beliera