domingo, 11 de septiembre de 2011

HOMILÍA 24º DOMINGO DURANTE EL AÑO, CICLO A, 11 DE SEPTIEMBRE DE 2011


HOMILÍA 24º DOMINGO DURANTE EL AÑO, CICLO A, 11 DE SEPTIEMBRE DE 2011
Doloroso escarnio de los dioses, el hombre se experimenta hombre siempre en el pan del perdón, en el convite de la reconciliación. La mesa servida de incontables manjares de perdón es el lugar al que el hombre es invitado a sentarse y en el que experimenta que está en la fiesta que preside el Dios, con mayúscula, que es pura compasión. Porque la compasión es el atributo divino por excelencia. Así, solo somos divinos en la esfera de la compasión.
Frente a la pequeña y casi mezquina pregunta de los hombre representados hoy por Pedro: "Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?; Jesús lanza una gran pregunta de abundancia, para que se mantenga resonando en el horizonte de nuestra conciencia: ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?, como un sustrato en el que puedan crecer infinitas actitudes y respuestas de compasión. Fruto de lo divino en nosotros.
Para los hombres de hoy, la compasión, pareciera ser una virtud, que occidente descubrió en las tierras del budismo, sin embargo solo por nuestra distracción, o por decirlo de otra manera, por nuestra falta de atención, no la hemos descubierto inserta en la esencia de nuestra fe judeo-cristiana. Hemos olvidado con demasiada facilidad la compasión como fruto de nuestra relaciones vitales con el Dios Único. La compasión tiene infinitos rostros, tantos como situaciones en la que Dios pueda desplegarla. La compasión es así, toda actitud que supera las medidas de la justicia, de los esperable, de acordado. Así, la compasión es en esencia abundancia y generosidad de oportunidades, despliegue del potencial creativo de Dios.
La compasión es principio que mueve todas nuestras actitudes y es fin por las que Dios mueve todas sus actitudes hacia nosotros.
Como principio, la compasión nace de Dios para con nosotros frente a nuestras fragilidades y torpezas humanas, pero también frente a nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra caridad. Demasiadas veces el hombre reniega de su necesidad de la compasión de Dios y así crece su injusticia y su violencia. Es la compasión de Dios, quien prevalece frente a todo cálculo aún justo, la que genera nuestro verdadero horizonte humano y divino. La compasión de Dios, cuando es aceptada, es principio de renovación, de vida nueva, de una nueva existencia para el hombre. Así, el hombre tocado por la compasión de Dios experimenta su abundancia, su grandeza, y su real comprensión de quien es el y que puede.
Como fin, la compasión nos mueve a tener la compasión de Dios como testigo de todas nuestras actitudes frente a los demás. La compasión de Dios así, no solo nos alcanza a nosotros sino que se extiende desde nosotros hacia todos los que se relacionen con nosotros.
Así, la compasión es una actitud, un fruto que se extiende por toda nuestra existencia y lo penetra todo.
Cuando “no tengo con que”, la compasión paga mis deudas.
Cuando aparece el rencor, la compasión viene calmar y ordenar nuestra memoria.
Cuando nos amenaza envolvernos la ira, la compasión se antepone para desplegar nuestra capacidad de ternura.
Cuando la venganza quiere tomar el control, la compasión nos da la fuerza de recapacitar y devolver perdón.
Cuando el enojo pretende instalarse, la compasión renueva sus motivos y nos centra en la simpleza y la alegría.
Cuando la impiedad parece ser la respuesta, la compasión alza la voz de la misericordia que quiere Dios y que da en abundancia.
Cuando el odio reaparece, la compasión remueve nuestras entrañas para hacer nuestras las palabras de Jesús: “Padre perdónalos, no saben lo que hacen”.
Cuando la infidelidad a la voz del Dios Fiel nos atrapa, la compasión extiende sus redes para contenernos en una fuerza renovada para decir: “hágase tu voluntad”.
Cuando el olvido se hace habitual, la compasión de vuelve memoria del amor y la alegría de Dios por sus creaturas.
Cuando volvemos a lo viejo e inútil, la compasión nos habla al oído para decirnos “piensa en la Alianza del Altísimo, y pasa por alto la ofensa.”

P. Sergio Pablo Beliera